IV Domingo de Cuaresma, Ciclo C
EL ORGULLO DE SER ORGULLOSO
Padre Pedrojosé Ynaraja
1.- La parábola que nos ofrece el evangelio de este domingo es uno de los más
bellos y elocuentes ejemplos de cómo enseñaba el Señor. Pretender tocarla, le
parece a uno que fuera profanación. No obstante, se advierte que a través de los
tiempos, se ha cambiado el acento expresivo, sin que las consecuencias que se
sacan sean contrarias a las enseñanzas del Maestro. Pero no eran las que en
aquel momento pretendía Él enseñar. Me propongo ahora recuperarlas,
mediante una narración paralela y traducida conforme a nuestras circunstancias.
Advierto de paso, que en el trascurso de la “historieta” según el evangelio de
Lucas, aparece el fruto de un árbol muy propio de la cuenca mediterránea, que
la mayoría de vosotros, mis queridos jóvenes lectores, desconoceréis. Se trata
del algarrobo. En la parábola en realidad se habla de su fruto: una gran
leguminosa, una especie de haba o alubia grande y oscura, dulzona al paladar,
que muchos hemos comido de pequeños, como módica chuchería. Ha sido
sucedáneo en la elaboración del chocolate y hoy aparece como aditivo en
repostería y heladería industrial. Lo curioso del caso es que, tratándose de un
árbol tan frecuente en el paisaje de Tierra Santa, solo aparece mencionado en la
Biblia esta vez.
2.- Había en un pueblecito un artesano habilidoso y trabajador, que en un local
próximo a su vivienda respondía a necesidades de sus vecinos confeccionando y
vendiéndoles aperos, bolsos o cinturones, todo en rigurosa piel, procedente de la
ganadería de un pariente próximo. Consiguió cierta fama entre los suyos y hubo
de cambiar a otro edificio su laboreo, aceptar la colaboración de ayudantes, que
asegurándose siempre la calidad que se exigía a sí mismo, mantuvieran el
negocio en espera de que los dos hijos que tenía, pudieran hacerse cargo del
comercio. Soñaba que lo mejorarían, que enriquecerían el patrimonio familiar,
¡qué sé yo las cosas que esperaba! ¿El cuento de la lechera? No era este el caso.
Los productos artesanos de calidad siempre tienen venta. En este caso eran los
turistas extranjeros quienes se los llevaban más satisfechos. Era un hombre
exigente consigo mismo, eficiente, tal vez un poco chapado a la antigua, de
espíritu lugareño, incapaz de considerar las características que exigía la
exportación venidera. Su seriedad, su laboriosidad, su disciplina, la heredó el
hijo mayor. De mente cuadriculada y frío en sus proyectos, lograba poco a poco
que la empresa progresase. Se lo sabía bien y se enorgullecía de ello.
3.- El otro hijo era muy diferente, si en algo se parecía al padre era en el que
había sido inicialmente, cuando por primera vez supo hacer una alforja que
resistiera sin que nadie le hubiese enseñado a coser, o un cinturón que pudiera
lucir la mujer más presumida que pudiera acercársele. Pero de aquellos inicios
se había alejado pronto. El taller le venía estrecho. Empezaba a hacerse viejo el
buen hombre. Empezaba a sentirse prisionero de una empresa familiar, que
observaba, lamentándolo, que no satisfacía al segundón. Este se preguntaba
angustiado interiormente, si estaba condenado a sobrevivir perpetuamente en
aquel cuchitril, encerrado en un ambiente, que no era el suyo.
4.- Según leyes y costumbres, a la muerte de su padre, sus propiedades debían
repartirse entre los dos hermanos. ¿Por qué no proponerle, pues, al progenitor-
empresario que le entregase lo que le correspondería en un futuro, insinuándole
que efectuara una herencia en vida, libre de impuestos y de inmediata utilidad
para él? Al buen padre le entristeció la petición, al hermano mayor le irritó
sobremanera. Pero, para evitar riñas y conflictivos trastornos, le entregó en
efectivo lo que debía recibir en un futuro previsiblemente lejano.
5.- Al cabo de pocas horas apareció montado en una flamante mountain bike,
mochila al hombro, cartera conseguida del taller sin abonar nada, recogió lo
imprescindible y se marchó ufano. La primera noche ya tuvo una sorpresa.
Pasarla en un hotel no pensaba le iba a costar tanto dinero. Próximo al lobby vio
una pista de baile y hacia allí se dirigió. Le sorprendió el conjunto musical que
actuaba, la concurrencia adulta consumiendo buen brandy, las parejas que se
besaban, los corrillos misteriosos que se formaban cuchicheando por los
rincones. Hacia uno de ellos se dirigió. Fue su primer descubrimiento y su
primera caída. Probó la droga. Había iniciado la pendiente. Lo que sigue es
historia común, albergues, casas de prostitución baratas, mercadeo menudo de
droga, okupas, la calle, el hambre…
6.- Repartir propaganda de productos que odiaba era la única salida para poder
subsistir. Sufrió el desprecio de la gente, las protestas de los vecinos que se
oponían a que llenara sus buzones de insulsos folletos, el miedo a que le
detuvieran, ya que lo hacía sin contrato legal. Cada día le resultaba más
insoportable la faena. Mejor vivía el chico que repartía paquetes a los clientes de
la empresa de su padre, pensó. Se le encendió en su interior una idea luminosa:
¿y si volvía a casa de su padre, se humillaba pidiéndole que le admitiera de
peón, para las más ínfimas tareas con tal de poder comer? Desde que murió su
madre, el ambiente familiar era más riguroso de lo que había sido en su niñez.
Pero él no iba a pedir limosna, ni siquiera el privilegio de ser considerado hijo del
amo. Se presentaría avergonzado, ¡por tantas vergüenzas le había tocado pasar!
Y le pediría que le admitiera de mozo de cuerda, o de repartidor, o de
barrendero, lo que fuera, pero que le permitiera tener un trozo de pan
asegurado y disponer de alguna habitación de alquiler para dormir.
7.- Vacilando se fue hacia su antigua casa, que ya era una parte del edificio de la
antigua empresa que había progresado mucho. Temía. Añoraba amor, se
acordaba de su madre. Le hablaría de ella a su padre para que no le riñera tanto
como imaginaba y se merecía. Vio a lo lejos que la puerta estaba abierta, la
misma que de antiguo daba al recibidor, le pareció distinguir a su padre. Se puso
a temblar. Hizo de tripas corazón y prosiguió su marcha.
8.- Como si alguien le hubiera llamado salió su padre y miró. Sin vacilar y
cojeando un poco se dirigió hacia él. No llevaba el bastón, no le iba apegar,
pensó. ¡Qué va! Ante su sorpresa le abrazó y le volvió a abrazar llorando. Estaba
desconcertado y también lloró el hijo sin saber porque. Ninguno de los dos podía
decirse nada. Por fin se acabaron las lágrimas. Pudo hablar el padre. No se
dirigió al hijo, no. Llamó a una empleada fiel y muy metida en casa y le encargó
que sacase del armario la mejor ropa que encontrara, que preparase la ducha
con las toallas más blancas y después que les sirviese el desayuno. Al encargado
del almacén le dijo que adecentase el local grande, que encargase al restaurante
de al lado que les sirviese al mediodía el mejor menú que tuviera, regado con los
caldos de mayor calidad… todo eran alegres ￳rdenes, sonrisas por doquier…
hasta que llegó el hijo mayor que se había enterado de los manejos de su padre.
¡Mira que ocurrírsele utilizar la que él consideraba sala de juntas de una
inexistente sociedad, en la que él se consideraba consejero delegado, para
agasajar a este perdido, abusón, e indigno hijo de su madre que en paz
descanse, malcarado, vergüenza familiar y vecinal…
9.- No, no, y no. Nunca se le había otorgado a él un tal recibimiento. La empresa
había progresado gracias a su dedicación. No podía consentirlo. Que se fuera con
sus fulanas, que comiera de sus drogas malolientes. Él era él y nadie podía
ensombrecer su categoría social y la autoridad conseguida. Tenía toda la razón,
pero no se le ocultaba que el empresario continuaba siendo el padre y a su pesar
hubo de escucharle y acceder a sus deseos. Y aceptar sus órdenes. Y no
boicotear el banquete.
10.- El hijo menor era un hombre indecente, degradado por su mal hacer, pero
en un rincón observaba todo afligido y humilde. El mayor era un brabucón, un
“repelente ni￱o Vicente” que decía aquel. No olía mal, no iba indocumentado,
pero no tenía amigos, lo lamentaba, sin saber por qué le ocurría, sin que nadie
se le acercara a saludarle sonriendo. Socialmente, nadie le reprochaba nada,
humanamente nadie le apreciaba.
11.- Abandono, mis queridos jóvenes lectores, esta transposición de la parábola.
Jesús la explicó dirigida a los ricachones y profesionales de categoría de su
tiempo. ¿A quién se la dirige ahora? Hay pecados vergonzosos que marginan,
que se ocultan, si se puede. Pero hay pecados mayores que tal vez hasta
presten categoría social del que los comete, siendo como son a los ojos de Dios,
pecados graves. El tiempo de Cuaresma nos invita a la conversión.
Examinémonos iluminados por los criterios del Maestro. Tal vez no sintamos
vergüenza, pero descubramos que somos grandes pecadores que debemos
arrepentirnos de hechos y costumbres que a nadie afean, pero que son graves
de verdad.