4ª semana de Cuaresma. Sábado: Jn 7, 40-53
Continúa hoy el evangelio con el tema de ayer. Jesús sigue en el templo de
Jerusalén, estando en la fiesta de las tiendas, y sigue exponiendo su doctrina, al mismo
tiempo que tiene que discutir con algunos.
Lo primero que nos dice hoy el evangelio es que había una discusión entre los
mismos que escuchaban a Jesús sobre si era o no era el Mesías. Algunos estaban
seguros que sí lo era. Se basaban en sus palabras avaladas por los milagros que
sabían había realizado. Pero otros lo negaban basándose en lo que decíamos ayer
sobre la creencia de donde debería proceder el Mesías.
Estos daban por hecho que Jesús procedía de Nazaret, mientras que las profecías
hablaban de que el Mesías debía ser del linaje de David y por lo tanto debía proceder
de Belén. Y aquí estaba la discusión.
Y viene una escena curiosa y significativa sobre los guardias del templo. Primero
dice que algunos querían prender a Jesús; pero nadie le echó la mano encima. Parece
ser que los jefes de los sacerdotes y fariseos habían enviado a los guardias del templo
para que llevasen preso a Jesús. Seguro que no se atrevieron a “echarle mano”, pues
temían ir contra la opinión de la gente que le tenían por profeta o Mesías.
El hecho es que se vuelven donde los sumos sacerdotes “con las manos vacías”. Y,
claro, estos sacerdotes y los fariseos se enfadan con los guardias: “¿Por qué no lo
habéis traído?” Los guardias se defienden con una frase, que es un elogio para Jesús:
“Jamás ha hablado nadie como ese hombre”. Con ello están manifestando que Jesús
no hablaba como los escribas, como “de memoria”, sino que hablaba “con autoridad”.
Es decir, que sabía bien lo que decía y lo cumplía.
Entonces los fariseos les replicaron, siguiendo su idea, con dos argumentaciones:
Primero diciendo que los guardias se han dejado embaucar por Jesús. Y lo segundo
dicen que los que creen en Jesús son gente ignorante que no entiende de la Ley, pues
ningún jefe o fariseo ha creído en él.
Menos mal que hay allí algún valiente que sabe defender a Jesús. Es Nicodemo, el
fariseo que había visitado a Jesús de noche, pudiendo escuchar las maravillas de la
nueva vida, y que, cuando murió Jesús, se preocupó ayudando para su sepultura,
juntamente con José de Arimatea.
Así pues, Nicodemo les dice simplemente que, antes de juzgar a una persona, es
necesario escucharle y averiguar bien qué es lo que ha hecho. Pero los otros jefes y
fariseos, para insultarle, le llaman galileo y además le dan un argumento, que no tiene
ninguna consistencia, aunque fuese verdad: “Estudia y verás que de Galilea no salen
profetas”. Y se quedaron tan “anchos” y se fueron para su casa.
También hoy Jesús es blanco de discusiones, porque no se le conoce bien. La
mayoría de las personas, que pretende discutir sobre Jesucristo, tratan sólo del
aspecto externo. Por eso es tan importante conocer bien a Jesús, lo cual sólo se
consigue con mucha oración y con un trato especial de amor.
Mucho más difícil será cuando el hecho de tomar partido a favor de Jesús corra un
riesgo grande la propia vida o la fama. La primera lectura nos habla hoy de las
conjuras a muerte que sufrió el profeta Jeremías. Siente que es como el cordero
inocente llevado al matadero; pero pone su confianza en el Señor.
A veces parece que todo se nubla, que todo se acaba; pero Dios nunca falla. Lo que
pasa es que solemos considerar la salvación demasiado estrictamente en cuanto a
este mundo material y nos olvidamos que, aunque muchas veces Dios nos ayuda para
esta vida, nos espera con los brazos abiertos en la continuación gloriosa. A Jesús en
ese momento no le había llegado la hora. Pero pocos meses después entregaría su
espíritu a su Padre, dándonos a nosotros la vida.