V DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO C
EL ETERNO FEMENINO
Por Pedrojosé Ynaraja
1.- El título de la presente homilía-mensaje se escuchaba con frecuencia hace
unas décadas en conversaciones y comentarios habituales de prensa, radio y TV.
No sé si aquellas elucidaciones sirvieron para algo. Para mejorar la condición
social de la mujer, quiero decir. Hoy los medios se refieren a violencia de género
con la misma asiduidad. Tampoco estoy demasiado seguro de su eficacia.
2.- La historia personal femenina vivía de antiguo, enmarcada en el siguiente
esquema. Llegada a la pubertad y sin que existiera la adolescencia,
matrimoniada de la forma que fuese e implicase, de inmediato empezaban
nueve meses de embarazo, cinco o seis años de lactancia. Paréntesis para
celebrar la fiesta del destete. Vuelta a empezar con otros nueve meses de
embarazo y subsiguientes años de “cuidados intensivos”… Su existencia era un
misterio de fecundidad, ninguna duda cabe, pero tampoco que su situación se
convertía en una encerrona social. Y la mujer era y es un ser humano libre, o
con tendencia a serlo. En tales circunstancias el ejercicio de esta libertad, fuera
como fuese, la tentación de ejercerla a impulsos del amor o del deseo de
aventura, de conseguir ayuda o de que se descubriera la injusta situación en la
que se encontraba, liberarse del encierro sofocante, era llegar al adulterio.
3.- La tentación del varón, dedicado a la caza, pesca, agricultura o pastoreo,
también se centraba a veces en romper la frontera familiar, librarse de la rutina
y también podía ser el adulterio. Ahora bien, él podía, se le prestaba con
facilidad, la posibilidad de robar, matar, mentir… Su infidelidad era, en
consecuencia, más grave. Pero socialmente no era así considerada. El adulterio,
socialmente considerado, culpa principalmente a la mujer. Su pecado rompe la
unidad hermética familiar y el vínculo que la une al marido. Las culturas
antiguas castigan duramente el adulterio femenino, siendo, generalmente,
benévolas al juzgar al varón. Estos días, consultando enciclopedias, me he
enterado de la complicad casuística que envolvía el juicio de tal comportamiento.
En pocas ocasiones se sometía a la pena capital al hombre. A la mujer le
esperaba crueles castigos, hasta acabar con su vida. (hay que advertir que en la
época de Jesús, apedreara la adúltera, generalmente, no se aplicaba. Se acudía
a otros subterfugios, molestos y humillantes siempre)
4.- Pese a los cambios y perteneciendo, mis queridos jóvenes lectores, nosotros
a criterios que nos parecen equitativos en este terreno, con frecuencia no ocurre
así. Se juzga con más severidad a la mujer. Refiriéndome a mi experiencia
personal, os confío que, cuando ha acudido una mujer al sacramento del perdón,
su expresión oral, sus gestos o entonación no han sido, generalmente, los
mismos que cuando el que se acusa es un varón. En la mujer, además del
arrepentimiento, ordinariamente, hay muchas más dosis de vergüenza.
5.- Ninguna de estas disquisiciones preocupaban a los que acudieron a la
presencia del Maestro. Seguramente que eran como tantos otros de su tiempo.
Gente que se dejaba llevar por las tendencias y los instintos, que estaban
enterados de antiguas leyes en desuso, pero que las utilizaban ahora para
conseguir desacreditar al Señor. Eso es lo que querían. Pero a la desdichada
mujer su odio a Jesús, aquella publicidad que le daban ellos, la sometía a la
turbación y el descrédito.
6.- Habréis observado, mis queridos jóvenes lectores, que muchos que se creen
y presentan como líderes, lo hacen sonriendo, a lo guaperas, exhibiendo falsas
simpatías. Pues bien, el Maestro no obra así nunca. Si de algo hace alarde es de
seriedad. En este caso a la actitud taimada de sus oponentes, acude con la
ironía. Actúa con cierta sorna. Dicen que escribía, era un rabí, ellos también,
seguramente. Tal vez se limitaba a dibujar garabatos. Buen método para poner
nerviosos a sus enemigos, a convertirse en adversario al que no podían ni sabían
atacar. Se fueron yendo poco a poco. No había otro remedio.
7.- Aquella mujer era, sin duda pecadora, no merecía elogios, pero tampoco
demasiados reproches. El adulterio, seguramente, era su única manera de poder
pecar. El adulterio es grave, no se olvide. Pero también otros pecados lo son y
tal vez de mayor perversidad. Pero no avergüenzan. El Señor siente por ella
compasión, misericordia. Los demás han huido sin lapidarla, tal como marcaba la
Ley que debían hacerlo. El Maestro la salva del suplicio, quiere otorgarle algo
más que el perdón. La despide invitándola a ser santa. Como lo hace con
cualquiera de nosotros que se arrepiente, sea avergonzado, o sin necesidad de
estarlo.