Domingo IV de cuaresma/C (Lc 15, 1-3. 11-32)
“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”
Las lecturas de este Cuarto Domingo de Cuaresma siguen teniendo como tema la
conversión, idea central de toda la Cuaresma. El Evangelio nos trae la muy favorita
parábola del Hijo Pródigo, aunque puede llamarse más propiamente la parábola del
Padre misericordioso dado que su finalidad es revelar las entrañas misericordiosas
de Dios.
El hijo del padre misericordioso, en tierra extraña, derrocha toda su fortuna
viviendo como un libertino. Le va “bien” mientras le duran sus bienes, pero cuando
se le acaba la herencia, todos lo abandonan y lo dejan solo. A la experiencia de
abandono y soledad se añade la del hambre, que le lleva no sólo a asumir un
trabajo que para los judíos era el más degradante de todos, sino incluso a querer
alimentarse de la misma comida que le daba a los cerdos. No podía caer en una
situación más baja ni deshumanizante.
San Juan Crisóstomo enseña que “Después que sufrió en una tierra extraña el
castigo digno de sus faltas, obligado por la necesidad de sus males, esto es, del
hambre y la indigencia, conoce que se ha perjudicado a sí mismo, puesto que por
su voluntad dejó a su padre por los extranjeros; su casa por el destierro; las
riquezas por la miseria; la abundancia por el hambre, lo que expresa diciendo:
“Pero yo aquí me muero de hambre”. Como si dijese: yo, que no soy un extraño,
sino hijo de un buen padre y hermano de un hijo obediente; yo, libre y generoso,
me veo ahora más miserable que los mercenarios, habiendo caído de la más
elevada altura de la primera nobleza, a lo más bajo de la humillación”.
Hasta este punto la historia que propone el Señor Jesús expone figurativamente las
terribles y tremendas consecuencias que trae al propio ser humano el pecado, el
rechazo de Dios y de sus amorosos designios. Es lo que el san Papa Juan Pablo II
describía sintéticamente de este modo: “En cuanto ruptura con Dios el pecado es el
acto de desobediencia de una creatura que, al menos implícitamente, rechaza a
Aquél de quien salió y que la mantiene en vida; es, por consiguiente, un acto
suicida. Puesto que con el pecado el hombre se niega a someterse a Dios, también
su equilibrio interior se rompe y se desatan dentro de sí contradicciones y
conflictos. Desgarrado de esta forma el hombre provoca casi inevitablemente una
ruptura en sus relaciones con los otros hombres y con el mundo creado. Es una ley
y un hecho objetivo que pueden comprobarse en tantos momentos de la psicología
humana y de la vida espiritual, así como en la realidad de la vida social, en la que
fácilmente pueden observarse repercusiones y señales del desorden interior” (RP
15).
El camino de retorno se inicia con un acto de humildad, de reconocimiento de su
situación miserable así como de toma de conciencia de su propia identidad de hijo.
“Entrando en sí mismo”, recapacitando y volviendo en sí luego de estar tanto
tiempo alienado, enajenado, alejado de su propia identidad, decide buscar a su
padre para pedirle perdón y ser admitido como un jornalero más. Sabía que nada
más merecía.
La reacción del padre al ver venir al hijo es muy diversa a la de la justicia humana.
Queda evidente que Dios no trata al pecador como merecen sus culpas y rebeldías.
El padre nunca ha dejado de amar al hijo. Por eso al verlo a lo lejos sale corriendo a
su encuentro, lo abraza, lo besa, manda que lo revistan nuevamente con trajes que
van de acuerdo a su dignidad de hijo y lo admite nuevamente a la comunión
mandando hacer fiesta, matando al ternero cebado para celebrar un banquete.
El Señor Jesús proclama que en Él la misericordia del Padre sale al encuentro de la
miseria humana, proclamándose así el triunfo del Amor sobre el pecado y la
muerte. Dios, que es Padre “rico en misericordia” (Cfr. Ef 2, 4), no quiere la muerte
del pecador, sino que abandone su mala conducta y que viva (Cfr. Ez 33,11) una
vida digna de su condición de hijo de Dios. Por esto san Pablo nos suplica a todos:
“Les suplicamos que no hagan inútil la gracia de Dios que han recibido… Este es el
momento favorable, éste es el día de salvación” (2 Cor. 5, 1-2). La Cuaresma es
tiempo propicio para convertirnos y “volvernos justos y santos”, (2 Cor. 5, 21).
Hagamos como el hijo pródigo, por la intercesión de María, que, consciente de su
situación de pecado, entra en sí mismo y decide volver a su padre. A nuestro Padre
celestial que cubre con su misericordia nuestra miseria. Este es el Evangelio de la
Cuaresma, válido para cada uno: entrar en sí mismo, para volver a Dios. Dios nos
acoja a todos en su infinita misericordia.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)