V Domingo de Cuaresma, Ciclo C
“Tampoco yo te condeno”
Cuando hablamos de Dios frecuentemente se dice sólo que Dios es nuestro Padre,
que está en los cielos, que premia a los buenos y castiga a los malos. Dios es
ciertamente juez de la conducta de los seres humanos. Pero esa no es ni toda ni
la única verdad sobre Dios. Jesucristo, rostro de la misericordia del Padre, se ha
encargado de corregirnos y de matizarnos sobremanera esa idea de Dios. Y a ello
contribuyen también las lecturas bíblicas de este quinto domingo del itinerario
cuaresmal hacia la Pascua en el cual la Iglesia vuelve a ofrecer un mensaje
radicalmente nuevo respecto al Dios que Jesús nos presenta. Es el Dios que, por
amor al ser humano, concede gratuitamente la salvación, y lo hace de forma
incondicional. Es un Dios que desborda la imaginación y los sentimientos humanos
al acoger a los oprimidos y pecadores, a los marginados y condenados. En el
tiempo de la cuaresma uno de los grandes temas de la predicación cristiana es la
conversión. Pero este domingo parece que más que de la conversión humana
habría que hablar de la conversión de Dios hacia los pecadores para concederles,
por su gran misericordia, el regalo de su amor. Y es que la iniciativa de la salvación
la tiene siempre Dios. El Evangelio es la excepcional, singularísima e incomparable
buena noticia de que “Dios no nos trata como merecen nuestros pecados ni nos
paga según nuestras culpas” (Sal 103,10). Éste fue el anuncio de Jesús, y por eso
él mismo es el Evangelio, la Buena Noticia acerca de un Dios que rompe las ideas
preconcebidas acerca de él como un Dios castigador, justiciero y legalista.
Las palabras poéticas del segundo Isaías anuncian el gran motivo de la esperanza
en Dios para un pueblo que está en el destierro. Abrir caminos en el mar y ríos en
el desierto son imágenes de liberación y de vida nueva para ese pueblo oprimido
que un día estuvo esclavo en Egipto y ahora está en Babilonia (Is 43 16-21). El
Señor liberador de antaño es el mismo que ahora sigue abriendo camino para su
pueblo, pero ahora lo hace mostrando una gran novedad: “Miren que realizo algo
nuevo; ya está brotando ¿no lo notan?”. La novedad de Dios es a veces casi
imperceptible, pero real. En la Pasión de Cristo, que muy pronto celebraremos,
está brotando algo nuevo. Es la transformación paradójica de la muerte en vida.
Esa transformación llevada a cabo por el amor de Cristo a la humanidad irá
abriendo camino en la historia humana con la lentitud propia de los seres humanos
pero con la firmeza propia de Dios. Cristo es el protagonista de esta
transformación y el que realiza con su muerte y resurrección la conversión
definitiva de Dios al hombre proporcionando una salvación irrevocable e
irreversible. Por eso es mediador de una Alianza nueva y eterna.
El evangelio de la adúltera (Jn 8,1-11), condenada a lapidación por el sistema
legalista de la interpretación farisea de la ley en una sociedad patriarcal y
machista, es la ocasión para revelar una vez más la novedad del Dios de Jesús:
Un Dios que no condena a los pecadores, sino sólo el pecado, y por eso los salva
siempre redimiéndolos del pecado. Jesús no es sólo hoy el intercesor que da una
oportunidad más para la conversión, como a aquella higuera que no daba fruto,
ni el que espera el regreso del hijo perdido, cuyo recuerdo del padre posibilita su
retorno. Hoy Jesús se encuentra con la mujer condenada por adulterio y, sin
mediar ningún tipo de petición ni de iniciativa por parte de ella, le concede el
perdón gratuito, la amnistía radical, el indulto general: “Tampoco yo te condeno” .
La mujer no ha hecho todavía nada positivo, pero, además de ser pecadora, como
todos de un modo u otro, es una víctima a todas luces. Jesús está siempre con las
víctimas por el mero hecho de ser tales.
La presencia liberadora de Cristo abre una nueva página en la historia humana y
restablece la dignidad de la mujer. Él muestra la misericordia de Dios poniéndose
de parte de las víctimas y revela el amor gratuito e incondicional de Dios hacia los
pecadores. Al mismo tiempo Jesús desenmascara la mentira de un sistema
religioso legalista y libera a la mujer del mismo, aprovecha la oportunidad para
interpelar a cada uno según su culpa y finalmente, tras conceder el indulto a la
mujer, a ella le muestra el camino nuevo abierto por él en el desierto de su vida,
al decirle: “Anda, y en adelante no peques más”. A la mujer perdonada se le indica
que algo nuevo está brotando en su vida, de modo que la nueva conducta alejada
del pecado es consecuencia, no condición, de haber obtenido el perdón y la
rehabilitación. En esto consiste la novedad de Dios. Si la mujer fuera capaz de
reconocer ante tanto amor de Jesús algo de su verdad personal y lograse
formularla, entonces, como en la parábola de la gran alegría con el hijo pródigo,
se podría celebrar la gran fiesta del abrazo donde la misericordia y la verdad se
besan. Pero independientemente de que lo reconozca o no, para ella Jesús con su
indulto ha abierto un camino nuevo de vida y dignidad.
El apóstol Pablo canta la grandeza experimentada por él al haber sido encontrado
por Cristo (Flp 3,8-14), el cual cambió su sistema de valores hasta el punto de
considerarlo todo como una pérdida en comparación con el encuentro con su
Señor. A partir de ahí también a Pablo le cambió su visión del mundo y empezó
una nueva trayectoria vital.
Sean cuales sean nuestros pecados hagamos el esfuerzo interior y concentremos
nuestra atención en oír hoy las palabras de Jesús: “Tampoco yo te condeno”, que
van dirigidas a todos y cada uno de nosotros. Entonces empezaremos a sentir que
algo nuevo está brotando en nuestra vida. Nada más y nada menos, lo que
empieza en nuestra vida es lo que celebraremos de manera inminente en la Pascua
cristiana, a saber, que nosotros podemos vivir en el amor y en la justicia, en la
paz y en la alegría, en el servicio y en la entrega generosa de la vida, en el perdón
y en la concordia, pues el pecado y la muerte han sido vencidos para siempre por
el Señor Jesús y, unidos a él y por medio de él, también nosotros participamos de
su triunfo.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura