5ª semana de Cuaresma. Jueves: Jn 8, 51-59
En las vísperas de la Semana santa la Iglesia nos propone a nuestra consideración
algunas de las discusiones que Jesús tenía con los judíos o jefes de los judíos. Hoy es
sobre su identidad personal o la razón de su autoridad para poder promulgar sus
enseñanzas: Es Dios que se ha hecho hombre para salvarnos y enseñarnos el camino
de la salvación. El nos deja la libertad, pero, usándola mal, la mayoría de aquellos
jefes de los judíos, llevados por su soberbia, no quisieron aceptar las enseñanzas de
Jesús. Ya desde el comienzo el evangelio de san Juan decía que la Palabra era Dios,
que la Palabra se hizo hombre; pero los suyos no la recibieron. Esta Palabra hecha
hombre era Jesús, que hoy de la manera más clara testifica que es Dios
Comienza hoy el evangelio con unas palabras de Jesús, que deben ser de un gran
optimismo para nosotros: “Quien haga caso de mi mensaje no sabrá nunca lo que es
morir”. Hacer caso de su mensaje o “guardar su palabra” no es sólo oír o escuchar,
sino guardarla en el corazón, como hacía la Virgen María, para ponerla en práctica. Es
fiarse de esa palabra para que sea motor de nuestra vida. Es hacer una alianza con
Dios y ser fiel a esa alianza, como lo hace Dios. Con frecuencia sólo nos fiamos de
nosotros mismos, hasta en las oraciones que dirigimos a Dios, ya que queremos que El
haga lo que nosotros queremos. Guardar la palabra es crecer más y más en nuestra fe
y entrega en las manos de Dios. Si nos mantenemos fieles a la Palabra de Dios,
estamos en la vida, que es lo mismo que decir que tenemos la “vida eterna”. Por eso ya
desde esta vida no somos cadáveres ambulantes, sino vivientes con la vida de Dios.
Los judíos entendieron las palabras de Jesús al pie de la letra en sentido material.
Estaban acostumbrados a leer así la Sagrada Escritura. Por eso también hoy debemos
contemplar este toque de atención que nos da Jesús sobre la verdadera interpretación
de la Biblia, que no tiene que ser al pie de la letra y mucho menos tomando un texto sin
ver el contexto. La Biblia es una historia de amor de Dios hacia nosotros y debemos ver
sobre todo ese amor y el sentido espiritual que quiere acercarnos a la vida de Dios.
Como los judíos tenían a Jesús por loco y creían que había dicho una barbaridad,
sacaron el tema de Abraham para contradecirle. Ellos se gloriaban de ser “hijos de
Abraham”, el padre de la fe, como un título muy apreciado. No podían admitir que
ningún israelita fuese más grande que Abraham. Por eso, si Abraham había muerto, no
podían admitir que alguien, y menos un campesino como Jesús, hablase de una no
muerte. Entonces es cuando Jesús toma el tema de Abraham, no para deshonrarle,
sino para acentuar esta hora en la que estaban viviendo. Lo mismo que Abraham se
alegró por el hijo corporal, que fue Isaac, así también se alegra por este otro hijo de la
fe, que colma todas las esperanzas y promesas de Dios. Ya cuando Abraham confiaba
en Dios, estaba contemplando la presencia salvadora del Mesías. Termina Jesús
diciendo que El existía antes que Abraham. Y dice la fórmula que todos conocían para
declarar el nombre de Dios, como se lo había manifestado a Moisés: “soy el que soy”.
Los judíos entendieron tan claro que se proclamaba Dios, que cogieron piedras para
tirárselas, como solían hacer con los blasfemos, aunque debía hacerse siempre
después de un juicio. No había llegado “su hora” y Jesús se escapó.
Para nosotros las palabras de Jesús nos deben llenar de alegría y optimismo. El es
ciertamente Dios y si hacemos caso de sus mensajes tendremos la “vida eterna”, no
sólo para después de la muerte, ya que no será totalmente muerte, sino desde ahora.
Ya sé que en algunas culturas, que se llaman modernas, está mal visto el hablar de
vida eterna; pero nosotros confiamos en las palabras de Jesús. Él vino para traernos la
Buena Noticia de que Dios nos ama, no se olvida de cada uno de nosotros y que nos
espera en esa vida eterna. La Eucaristía es signo de esa vida y es aliento constante en
este caminar hacia la plena unión con Cristo.