DOMINGO IV DE CUARESMA (C)
Homilía del P. Bonifaci Tordera, monje de Montserrat
6 de marzo de 2016
Jos 5,9a, 10-12 / 2Cor 5,17-21 / Lc 15, 1-3, 11-32
Los fariseos y escribas murmuraban porque comía con pecadores, ya que compartir
una comida significaba para los judíos el momento más íntimo de comunión entre los
comensales. Y comer con pecadores infringía, por tanto, las prescripciones de los
maestros de la Ley.
El Evangelio responde con tres parábolas: la de la oveja perdida, la de la dracma
perdida y, la tercera, la del hijo perdido y reencontrado. Esta es la más conocida y la
más desarrollada, y la que revela los aspectos más humanos.
El actor principal es el padre, que demuestra ya una munificencia extrema
concediendo al hijo menor la parte que le correspondía de herencia, a pesar de la
recomendación del libro del Eclesiástico "de no dar a nadie la herencia, sino hasta la
hora de la muerte, porque más vale que los hijos te hayan de pedir las cosas y no
tengas que depender de ellos”. Este padre, pues, rompe moldes, confía en el hijo.
Esta es también la actitud de Dios con los hombres. En lugar de hacernos sumisos
como los animales, ha confiado en nosotros, dándonos la libertad, pudiendo escoger el
bien o el mal, como Dios mismo. Pero he aquí que el hombre no lo ha sabido
administrar, y lo más frecuente es que se equivoque en sus decisiones. No podemos,
pues, atribuir el mal a Dios. Tampoco el joven no administró bien la libertad que le
ofrece el padre y, embriagado con el dinero, lo derrochó hasta llegar a pasar hambre, y
tener que llevar a pastar un rebaño de cerdos, animales impuros, para sobrevivir. Pero
también la libertad puede hacer el camino al revés, y decidió volver a casa del padre
"porque allí hay abundancia de pan". Y vuelve, avergonzado. Pero fijémonos en el
comportamiento del padre: ya al verlo de lejos se conmovió y corre a su encuentro.
Comentando la parábola, un obispo oriental decía que esto era inimaginable en un
padre actual. Que lo hubiera esperado sentado. Pero el de la parábola se le echa al
cuello y lo llena de besos y ni siquiera le deja explicar el discurso preparado, sino que
lo hace vestir con los mejores vestidos, le pone el anillo en el dedo -como signo de
autoridad- y el calza con las sandalias de hombre libre, y manda celebrarlo con un
banquete festivo. El hijo desaparece en esta escena, calla abrumado de tanto amor. Y
es que, solo el amor explica el comportamiento del padre. "Este hijo estaba muerto y lo
hemos encontrado". Ningún reproche, ninguna queja, ninguna explicación. Sólo amor
desbordante porque su hijo está vivo y ha devuelto a casa. Pues bien, hermanos, este
es el comportamiento del Padre del cielo con los pecadores, porque Jesús no enseña
nada que no vea hacer al Padre. Esta es la parte positiva, la parte inaudita de la
parábola: Dios ama sin condiciones.
Pero la parábola tiene una segunda parte: el hijo mayor no quiere entrar en casa
enfadado por la fiesta del padre con el hijo que ha malgastado la herencia de mala
manera. Él, en cambio, siempre ha sido fiel al padre, ha cumplido sus preceptos, y el
padre no le ha hecho ninguna fiesta, mientras que la hace, y grande, cuando vuelve el
hijo pequeño perdido y disoluto. El padre le hace reconocer que siempre ha estado
con él y que todo lo que es suyo es de él. Pero, sobre todo, que "deberías alegrarte,
porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos
encontrado". Sencillamente le pide que sea verdaderamente hijo de su padre, que
sintonice con sus sentimientos gratuitos, que sea bueno como él.
Es la actitud de Dios con cada pecador, es el Dios que no quiere la muerte del
pecador, sino que cambie de conducta y viva, porque él es bueno y hace llover y salir
el sol sobre justos y pecadores. Porque Dios quiere la vida de todos, sin
exclusivismos. En Dios sólo hay luz y ningún tipo de oscuridad, amor, sin ningún tipo
de rencor o de venganza, sólo hay vida, no muerte. Esta es la realidad de nuestro
Dios, que nos pide que creamos en él, y nos conformemos con él. Este es el Dios que
el Papa quiere que celebremos en este año de la Misericordia. Y cuando oremos,
pensemos si nos dirigimos a un Dios Justo, o bien a un Dios Padre misericordioso, que
nos ama a imagen del de la parábola.