PASCUA – DOMINGO DE RESURRECCIÓN C
(27-marzo-2016)
Jorge Humberto Peláez S.J.
jpelaez@javeriana.edu.co
“Lo vimos, comimos y bebimos con Él”
Lecturas:
o Hechos de los Apóstoles 10, 34. 37-43
o Carta de san Pablo a los Colosenses 3, 1-4
o Juan 20, 1-9
Durante la Semana Santa, acompañamos a Jesús en la culminación de la
misión que le confió el Padre. Estuvimos con Él en su ingreso a
Jerusalén como Mesías y Rey. El Jueves Santo quedamos sorprendidos
por su lección de humildad al lavar los pies de sus apóstoles, y
compartimos la Cena del Señor. El Viernes Santo nos estremecimos al
verlo por la Vía Dolorosa, donde contrastaban la humildad de Jesús,
como siervo de Yahvé, y el odio desenfrenado de sus enemigos. Al
atardecer del Viernes Santo todo era silencio, dolor, frustración. Parecía
que el proyecto del Reino, basado en las Bienaventuranzas, había
fracasado irremediablemente.
Sin embargo, el plan de Dios era diferente. El camino del Señor no
había concluido en un sepulcro. Al amanecer del domingo, Dios lo
resucitó de entre los muertos, triunfando así sobre la muerte, el pecado y
el odio. Los invito a profundizar en los mensajes que nos comunican
las tres lecturas de este domingo de Resurrección.
El texto de los Hechos de los Apóstoles nos transmite un discurso del
apóstol Pedro que hace una síntesis del significado de la vida y de la
predicación de Jesús. Lo más interesante de este discurso es la
contundencia con que expresa la experiencia del Señor resucitado;
describe esta experiencia con tres verbos: lo vimos, comimos y bebimos :
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“Dios lo resucit￳ al tercer día y concedi￳ verlo, no a todo el pueblo, sino
únicamente a los testigos que Él, de antemano, había escogido: a
nosotros, que hemos comido y bebido con Él después de que resucitó
de entre los muertos”. Esta experiencia de Jesús resucitado, vivida por
los Apóstoles, constituye el pilar fundamental de la acción
evangelizadora de la Iglesia. Hasta el fin de los tiempos, Ella seguirá
anunciando esta experiencia del Resucitado. En este discurso, Pedro
explica la misión recibida del Señor: predicarlo por medio de la palabra
y anunciarlo por el testimonio de vida. La palabra y el ejemplo son los
dos vehículos de la evangelización.
Pasemos ahora al texto de san Pablo en su Carta a los Colosenses. Aquí
se nos concreta el significado del testimonio de vida; dice san Pablo:
“Puesto que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes de
arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios. Pongan todo el
corazón en los bienes del cielo, no en los de la tierra, porque han
muerto y su vida está escondida con Cristo en Dios”.
Este texto es de una gran densidad teológica. En virtud del bautismo,
participamos de la Pascua del Señor, es decir, morimos al pecado y
nacemos a una vida nueva, como hijos y herederos del Padre. Como
nuestro ser ha sido transformado, debemos juzgar y actuar de manera
diferente. Es importante dejar claramente establecido que san Pablo no
nos está pidiendo desentendernos de la vida diaria, descuidar nuestras
responsabilidades y dar la espalda a la justicia social. No se trata de
echarnos en los brazos de un espiritualismo desconectado de la vida. La
llamada de atención que nos hace es a revisar nuestra escala de valores
tomando una posición muy firme frente a los falsos valores de las
apariencias, la voracidad por tener cada día más, buscar nuestros fines
egoístas sin importar qué medios estamos utilizando para ello. En
conclusión, seremos testigos del Resucitado por el tipo de vida que
llevemos, por la generosidad que expresemos, por la justicia que inspire
nuestras acciones.
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Finalmente, detengámonos en este relato del evangelista Juan que nos
narra, como testigo presencial, el hallazgo de la tumba vacía. Los
protagonistas de este relato son María Magdalena, Pedro y Juan. Es
notable que, en una cultura patriarcal y machista como la judía, sea una
mujer, María Magdalena, la primera testigo que comunica al grupo de
los Apóstoles que algo extraño había sucedido en el sepulcro. Su
mensaje es desolador: “Se han llevado del sepulcro al Se￱or y no
sabemos d￳nde lo han puesto”. Las mujeres, encabezadas por María su
madre, ocuparon un lugar principalísimo en la primera comunidad
cristiana; ellas acompañaron al Señor en la Vía hacia el Calvario;
estuvieron junto a la cruz; mientras los hombres huyeron, ellas fueron
las más fieles y valientes.
Hay dos detales muy interesantes en el relato: En primer lugar, el
reconocimiento del liderazgo de Pedro dentro del equipo apostólico;
Juan se detuvo frente a la entrada del sepulcro y esperó a que Pedro
fuera adelante. En segundo lugar, la descripción pormenorizada del
teatro de los acontecimientos: dónde y cómo se encontraban las sábanas
y el sudario. Muchos años después de haber vivido esta experiencia
única, el anciano apóstol Juan recordaba perfectamente todos los
detalles.
El evangelista sintetiza en dos verbos lo que experimentó en ese
momento: “Vio y crey￳”. A continuación hace una explicación muy
interesante: “Porque hasta entonces no habían entendido las Escrituras,
según las cuales Jesús debía resucitar de entre los muertos”. Esta
explicación nos da una clave de lectura: solamente a la luz de la
Resurrección, sus discípulos entendieron finalmente quién era Jesús, y
cuál el alcance de su misión. La Resurrección es como un potente
reflector que ilumina en su totalidad la misión de Cristo.
Que los Aleluyas de júbilo que entona la Iglesia universal en este
domingo nos llenen de optimismo para anunciar, con la palabra y el
ejemplo, que el Señor está vivo en medio de nosotros.
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