DOMINGO V DE CUARESMA (C)
Homilía del P. Sergi d’Asís Gelpí, monje de Montserrat
13 de marzo de 2016
Is 43,16-21 / Fil 3,8-14 / Jn 8,1-11
Hace unos días, con un grupo de escolanes mayores, hablábamos del machismo y de
cómo aún hoy está presente de tantas maneras. Alguien se preguntó de dónde venía
el machismo, cuándo había comenzado. Y la reflexión nos llevó muchos, muchos
siglos atrás.
El Evangelio de hoy refleja una situación que no era exclusiva de su tiempo. La mujer,
en la antigüedad, había sido considerada como una propiedad del marido, que podía
hacer con ella lo que quisiera. Parece extraño. Pero aún hoy hay hombres que tratan a
las mujeres de esta manera.
¿Qué hace Jesús? Jesús, como siempre, trata a la mujer con la dignidad que se
merece. Para él, nadie deja de ser persona. Incluso en el caso de que cometa errores
(como es el caso de este Evangelio).
Dejadme compartir una experiencia personal. Hace años, con un grupo de jóvenes
catalanes, fuimos a un campo de solidaridad en Honduras. Y convivimos con gente de
las aldeas de una zona rural. Recuerdo la situación que nos encontramos en una de
estas aldeas: las mujeres habían sufrido durante años el fuerte machismo que había.
Los maridos bebían mucho por las noches, volvían muy tarde a casa (si volvían) y en
la aldea se vivía demasiada violencia, dentro las casas y en las calles (incluso con
muertos).
Cuando fuimos, la situación había cambiado. ¿Qué había pasado? Las mujeres
habían comenzado a salir de casa, a encontrarse entre ellas, a hablar y compartir sus
problemas. Y a través de la reflexión que hacían con la Palabra de Dios, descubrieron
que Dios quería que fueran tratadas con dignidad, porque para Dios toda criatura era
sagrada. Fue la lectura reposada y compartida de la Biblia lo que les fue abriendo los
ojos a otra realidad. Y eso las ayudó a empezar a cambiar las cosas.
No es que al principio no fueran criticadas e incomprendidas, a veces por los maridos
y otras veces por otras mujeres, que decían que su misión era estar en casa; y que
encontrarse entre ellas era una pérdida de tiempo, y no dedicarse a lo que convenía.
Y los maridos, ¿qué empezaron a hacer? Pues fundaron un grupo de Alcohólicos
Anónimos. Pudimos asistir a una de sus reuniones (se reunían a la hora a la que se
habrían ido a emborracharse), y hacía impresión ver:
- Por un lado, como reconocían con sencillez que habían sido muy frágiles
- Y por otra parte, como el hecho de compartir su fragilidad, les daba fuerza para
mejorar.
¿Por qué he explicado esto? Pues porque, como estas mujeres de Honduras, si nos
dejamos interpelar por la Palabra de Dios, nos puede decir muchas cosas. Y podemos
dar caer en la cuenta de la dignidad que tenemos todos como seres humanos.
Esta Misa de Montserrat es escuchada en muchos lugares diferentes. Quizás algunos
de los que la estáis viendo os sentís muy lejos de lo que estamos celebrando. Pero si
hay alguno de vosotros que está sufriendo porque no es respetada su dignidad, me
gustaría deciros lo que nos transmite el Evangelio:
- Que tienes una dignidad, que Dios te ama y te quiere feliz
- Y que mereces que se te trate con dignidad
Esto vale para cada uno de nosotros. Pero también vale para todos los que no somos
nosotros. Vale para todos los que son marginados, por la razón que sea. También vale
para los refugiados, que parece que se les trata como una mercancía. Y Dios no lo
quiere eso.
Y nosotros, si nos llamamos cristianos, tenemos que trabajar para que esa dignidad
que Dios quiere para cada ser humano, sea respetada.
Las mujeres y los hombres de aquella aldea de Honduras eran sabios. Compartían su
fragilidad, y confiaban en la fuerza del Amor para poder transformar sus vidas. Las
mujeres descubrieron su dignidad. ¡Y también los hombres! Ellos se dieron cuenta que
tratando sus esposas con respeto y estima, también ellos estaban mejor.
Jesús,
Tú que trataste con tanto respecto a las personas que se te acercaron,
Tú que no miraste sus errores, sino su deseo profundo de felicidad,
Tú que querías transmitirnos un Dios cercano, que ama a todos, absolutamente a
todos,
ayúdanos a ser buenos. A saber descubrir la dignidad de toda persona. Y a trabajar
para que sea respetada.
Que así sea.