COMPARTIENDO EL EVANGELIO
Reflexiones de Monseñor Rubén Oscar Frassia
(Emitidas por radios de Capital y Gran Buenos Aires)
I DOMINGO DE PASCUA
Evangelio según San Lucas 24, 1-12
El primer día de la semana, al amanecer, las mujeres fueron al sepulcro con los
perfumes que habían preparado. Ellas encontraron removida la piedra del
sepulcro y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. Mientras
estaban desconcertadas a causa de esto, se les aparecieron dos hombres con
vestiduras deslumbrantes. Como las mujeres, llenas de temor, no se atrevían a
levantar la vista del suelo, ellos les preguntaron: "¿Por qué buscan entre los
muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recuerden lo que él les
decía cuando aún estaba en Galilea: "Es necesario que el Hijo del hombre sea
entregado en manos de los pecadores, que sea crucificado y que resucite al
tercer día"". Y las mujeres recordaron sus palabras. Cuando regresaron del
sepulcro, refirieron esto a los Once y a todos los demás. Eran María Magdalena,
Juana y María, la madre de Santiago, y las demás mujeres que las
acompañaban. Ellas contaron todo a los Apóstoles, pero a ellos les pareció que
deliraban y no les creyeron. Pedro, sin embargo, se levantó y corrió hacia el
sepulcro, y al asomarse, no vio más que las sábanas. Entonces regresó lleno de
admiración por lo que había sucedido.
PASCUA: OBRAR EN EL MISMO SENTIDO DE LA RESURRECCION
Hay momentos que superan toda nuestra imaginación; todos nuestros
razonamientos se acaban, concluyen, porque son finitos, son cortos. La
presencia del Señor, de Cristo, rompe nuestra imaginación y supera nuestro
pensamiento.
Es Él -enviado por el Padre, el Verbo que se hizo carne en el seno de María
Virgen, el verdadero Dios y verdadero Hombre- que viene a cumplir con la
misión, viene a salvar la humanidad. Le devuelve la dignidad perdida.
Rompe toda esclavitud, toda mentira, toda falsedad. Quita el odio, lo negativo,
la muerte, la violencia, la discriminación, los males, los egoísmos. Viene a quitar
todo eso para que nada haga fea la imagen humana de la persona.
Por eso, si creemos, debemos obrar en el mismo sentido de la Resurrección:
vivir como discípulos, como testigos y como resucitados. Esto hay que
encarnarlo, vivirlo, profesarlo y mostrarlo.
El creyente, el que cree en la victoria de Cristo sobre el pecado y sobre la
muerte, tiene una vida profunda, una vida nueva; saca todo “olor” de pecado y
es enviado a testimoniar delante del mundo que Él está vivo, que nos obtuvo la
salvación y que nos invita a salir. Salir de nuestros egoísmos, de nuestras
miserias, de nuestras desconfianzas, para poder brindarnos y entregarnos a
Dios, a la Iglesia, a los demás.
Cristo Resucitado nos da una vida nueva. Que lo podamos entender, que lo
podamos creer y que lo podamos transmitir a los demás. ¡Vivamos como
resucitados!