Domingo de Resurrección, Ciclo C
Aleluya
En el pregón pascual resuena como una auténtica explosión de alegría y júbilo
su primera palabra: “Exulten”. Con ella el pregonero de las fiestas de Pascua
marca la actitud fundamental que debe llenar el corazón de los fieles en el
Pueblo de Dios. Es una palabra que procede del latín, traduce el “exsultet” del
canto gregoriano y apenas se conoce fuera del ámbito litúrgico. Por medio de
ella se convoca al universo entero, celeste y terrestre, a hacer fiesta por el
Resucitado, en esa noche en que Jesús ha vencido la muerte, el pecado y la
culpa de la humanidad. Exultar es mostrar alegría y gozo de manera
desbordante. Exultar es el grado supremo de la alegría. Es la alegría espiritual
que nace del fondo del alma y suscita emociones sin cálculo. Es casi imposible
cantarla con fe en una celebración sin que se produzca un escalofrío vibrante de
gozo, también físico. A esta alegría es a la que se invita a toda la Iglesia y al
mundo por asistir a la proclamación de la gran buena noticia por antonomasia
para la humanidad: Cristo ha resucitado.
Esta demostración de alegría exultante, especialmente con motivo de Pascua, es
la que contiene la palabra ¡Aleluya! Este término de origen hebreo es
prácticamente intraducible y por eso en nuestras lenguas sólo se transcribe y lo
pronunciamos como en hebreo: Hallelujah, en el cual la j es una yod y su
pronunciaci￳n es la de la “ye” o “y griega”. Hallelujah es un término hebreo que
aparece muy frecuentemente en el Antiguo Testamento, especialmente en el
libro de los Salmos y en el Nuevo Testamento, donde aparece cuatro veces en el
Apocalipsis (Apoc 19,1.3.4.6). La versión griega es también una transcripción del
hebreo. La forma hebrea es la de un verbo (hll) en la segunda persona del plural
del imperativo piel (que es el aspecto intensivo de un verbo), “hallelu” y significa
“alabar” o “dar gracias” con gran alegría. Pero la palabra Hallelujah contiene al
final el sufijo “ jah” , que es la forma alternativa y abreviada del nombre de
Dios, YaHWeH, que se puede traducir como “Se￱or”. Por ello la
palabra Hallelujah significa dar gracias al Señor, alabándolo, cantando, tocando
instrumentos o danzando, con alegría exultante y manifiesta, que tiene su
origen, su motivo y su destino en el Señor Dios y sólo en Señor. Se
canta Hallelujah por el Señor Dios y para el Señor Dios. Y al introducir su
nombre en la palabra tenemos que hacer referencia al carácter personal de Dios,
como el Tú, el Otro, el totalmente Otro, el Señor que ha tenido a bien, por pura
gracia suya, manifestarse a los seres humanos en la historia. No es un Dios
abstracto y difuso, indeterminado o pura proyección de la religiosidad humana
necesitada muchas veces de una deidad, sino que se trata de un Dios que se ha
revelado a los hombres como Señor y lo ha hecho interviniendo en la historia,
pues el nombre de YaHWeH, significa no s￳lo “yo soy el que soy” sino “yo soy el
que está actuando”.
Teniendo en cuenta esta dimensión de relación gozosa, inherente a
Hallelujah”, relación de agradecimiento y alabanza a un Dios personal, que ha
actuado a largo de la historia de Israel, liberando a su pueblo de la esclavitud,
conduciéndolo a la tierra prometida, manteniendo su alianza por siempre y a
quien podemos llamar el Señor, la fe de los cristianos sostiene que ese Dios
personal se ha manifestado plenamente en Jesús, resucitando de entre los
muertos y consiguiendo para los seres humanos la liberación más definitiva y
profunda: la salvación de la muerte y de la muerte, pues la victoria de Jesús,
cuyo nombre indica que El Señor es el salvador, ha sido compartida y
comunicada a sus hermanos los hombres.
Esta maravillosa realidad de la victoria sobre el pecado, ya conseguida por Jesús
es transmitida a los creyentes en Él, y por ello tenemos la gran alegría de alabar
a Dios exultantes de gozo en este día de la Resurrección de Cristo proclamando al
mundo entero la palabra de la plenitud de la alegría que es Hallelujah , anunciando
así el estado de dicha permanente de los creyentes por la actuación salvífica,
liberadora y definitiva del Señor Dios.
Hasta la resurrección de Cristo nadie había podido oír ni pronunciar nunca esta
singularísima, excelente y genuina Buena Noticia del Evangelio: que el Señor ha
resucitado. Por eso Pablo la destaca poniendo el artículo determinado a la
palabra: El Evangelio”. No es comparable a cualquier otra Buena Noticia. Es tan
especial que a ella se reserva la categoría de Evangelio . El Nuevo Testamento la
transmite recogiendo el testimonio de la predicación cristiana primitiva: Cristo
ha resucitado. Y ésta es la gran noticia del domingo de Pascua como mensaje de
alegría que resuena por toda la tierra y hace exultar a la humanidad. Hace
veinte siglos que sucedió, pero constituye una novedad permanente en la
historia de la humanidad. Precisamente por ello la tradición primigenia del
mensaje pascual, recogida por Pablo en 1Cor 15,3-4, transmite el
acontecimiento de la resurrección de Cristo con la morfología del pretérito
perfecto. De este modo el texto bíblico pone de relieve no sólo que se trata de
un hecho ya ocurrido, sino de un acontecimiento ya acaecido cuya repercusión
en el presente está vigente y se deja notar permanentemente. La resurrección
no es ya sólo un hecho puntual del pasado sino más bien una realidad de
consecuencias extraordinarias para la vida humana, pues, a partir de Cristo
resucitado y vencedor de la muerte, la existencia humana se abre a una
esperanza inédita. El horizonte al que podemos mirar los seres humanos va más
allá de la muerte porque, igual que Jesús ha sido resucitado de la muerte, todos
con él recibirán la vida en virtud de su Espíritu. La resurrección de Cristo es, por
tanto, el comienzo de la nueva humanidad. Hoy es el primer día de la nueva
creación. Éste es el motivo de la exultación universal.
Los evangelios transmiten dos datos diferentes acerca del Resucitado: el
sepulcro abierto sin el cuerpo de Jesús y las apariciones del resucitado a las
mujeres y a los discípulos. Los relatos evangélicos del sepulcro de Jesús, abierto
y vacío, no son pruebas de la resurrección sino signos que ayudan a las mujeres,
a los discípulos y a los creyentes de toda la historia, a entender ese mensaje de
alegría y de esperanza: Cristo ha resucitado. Dios ha sellado la vida del
crucificado con una victoria decisiva. Las señales corporales de Jesús, las marcas
de su crucifixión en las manos y el costado muestran que el resucitado no es
otro que el crucificado.
La narración lucana del sepulcro abierto y sin el cuerpo de Jesús (Lc 24,1-11)
permite destacar varios elementos singulares del relato. Las mujeres
encontraron removida la piedra ya había sido removida, con lo cual se indica,
igual que en Marcos, que el acontecimiento de la resurrección es una obra
divina. Las mujeres no encuentran el cuerpo del Señor Jesús. En la búsqueda de
Jesús, que había sido crucificado y sepultado, las mujeres se encuentran la
sorpresa de que no está donde lo buscaban, pero reciben un mensaje de dos
hombres se presentan con ropa relampagueante como mensajeros de Dios. El
mensaje que ellas reciben va precedido de una interpelación profunda convertida
casi en un reproche: “¿Por qué buscan ustedes al viviente entre los muertos? No
está aquí, sino que resucit￳”. Es una indicaci￳n genuina de Lucas. Parece que las
discípulas, que habían perseverado hasta el final, más allá de la muerte de
Cristo, y firmes en su amor inquebrantable al Señor, a pesar de su fidelidad no
habían entendido quién era Jesús ni la vida que él transmitía. El resucitado
marca una discontinuidad con la historia del común de los mortales, ya que la
novedad de vida que él tiene y que comunica a los humanos ya no está sometida
a la muerte y es eterna. Así se pone de relieve que el espíritu de amor y de
entrega que vivió Jesús en su vida mortal, su mensaje de verdad y de justicia,
de perdón y de paz no podía quedar retenido en la tumba de la muerte. Por eso
Dios lo resucitó de entre los muertos y a través de él sigue generando y
comunicando vida, alegría, paz y fraternidad entre los hombres.
Por eso la misión de las mujeres y de la Iglesia es recordar, haciendo memoria
de lo escuchado en Galilea. Para encontrarse con el Resucitado no es necesaria
ni siquiera una aparición prodigiosa. Con recordar las palabras de Jesús basta. Al
hacer memoria del plan de Dios sobre el Hijo del Hombre y de su entrega por
amor en manos de los pecadores, pero a favor de ellos, recordando su
crucifixión como justo y la resurrección como culmen del proceso de la
manifestación de Dios en Cristo, ya se siente la fuerza y la presencia del
Resucitado, que impulsa a comunicar la noticia pascual, cambiando de rumbo la
existencia. Finalmente las mujeres, protagonistas de la misión inicial y
permanente de la Iglesia, lo cuentan a los demás, pero sólo les cree Pedro, que
comprueba, admirado, lo sucedido.
La misión actual de la Iglesia consiste en avivar la fuerza de la Palabra de Jesús,
cuyo recuerdo la actualiza y cuya proclamación la celebra como palabra
regeneradora de una nueva humanidad, para vivir en el amor fraterno y en la
gran alegría de que el amor de Dios ha triunfado sobre la injusticia, sobre el
pecado y sobre la muerte en este mundo. Injertados en Cristo Jesús por el
bautismo, los creyentes experimentamos que con él hemos dado muerte a todo
pecado y podemos vivir en la permanente alegría de la gracia con la capacidad
irrevocable de no pecar. Por eso en nosotros se ha generado una personalidad
nueva para caminar en la novedad de vida en el Espíritu. También es misión
primordial de la Iglesia recordar y anunciar la presencia del Espíritu en toda
persona que haciendo el bien y estando cerca de los que sufren la miseria, la
injusticia, la opresión y la violencia, dan testimonio de la fraternidad universal de
la familia humana, encaminada irreversiblemente hacia el Padre por el
crucificado y resucitado.
Desde Bolivia, con los niños y el personal de Oikía, nuestra casa de acogida a los
niños de la calle, exultantes por el Resucitado, les invitamos a cantar de todo
corazón Hallelujah. ¡Feliz Pascua de Resurrección!
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura