Fe atormentada
La filosofía nos enseña a cuestionar que es lo mismo que dudar. La duda es parte de
nuestra existencia. El horizonte de nuestra inteligencia es del tamaño de nuestras dudas.
Crecemos y maduramos en el tamiz de la duda. Es el crisol en donde fraguamos nuestro
temperamento y nuestras opciones. Aun nuestra fe. El gran Cardenal Newman decía que la
“fe es la capacidad de soportar dudas”. Y a￱adía: “Mil dudas no afectan nuestra Fe”.
El Apóstol Tomás es el maestro de la duda, cercano a nuestros interrogantes, a nuestras
perplejidades. Su fe necesita ver, sentir, tocar, palpar. No lo convencen los argumentos de
sus hermanos, tampoco las mujeres llegan a arrancarle un mínimo acto de fe. Su posición
nace de una duda, vertiente que lo llevará a su afirmaci￳n profunda: “Se￱or mío y Dios
mío” que repetimos con frecuencia en nuestras celebraciones sin la fuerza de su autor.
La modernidad tiene sus propios maestros de la duda. Y es una escuela en donde nos hemos
matriculado mucha gente. Difícilmente aceptamos una fe simple que parte del mero
argumento de la autoridad, aquella del carbonero de antaño que va tragando entero sin
convicciones, sin la tortura apasionante de la duda que purifica, sana y decide. Tomás sale
en nuestra ayuda y desde su cátedra nos abre los ojos cuando sangra la evidencia.
La Pascua nos enseña que la fe se traduce en testimonio. Solo una comunidad que vive su
fe en la aceptación gozosa de sus diferencias, en el servicio a los más necesitados y en la
comunión fraterna, nos devela el secreto de la verdadera fe. Pascua es sinónimo de
autenticidad, de compromiso, de entrega a la causa del evangelio desde las fronteras,
incluidas aquellas que cuentan a su favor con el haber de las dudas, mejor, una fe
atormentada en crecimiento y en desafíos.
Cochabamba 03.04.16
jesús e. osorno g. mxy
jesus.osornog@gmail.com