Fuego humanizado
En la Revolución de Mayo del año 68, siglo pasado, en París, se esgrimió un grafitis
luminoso: “Si la juventud se enfría, todo el mundo muere de escalofrío”, congelado. Es el
frío del corazón. La llama, el fuego, la luz son signos en la Biblia de la presencia de Dios.
Signos que nos hablan de su cercanía, su intimidad, su liderazgo. Es fuego que convoca y
conduce. Que libera y sana. Pero es fuego que quema.
Los Apóstoles entienden que son testigos. Testigos ardientes que abrasan, atraen, iluminan.
El testigo arde. El testigo se deja ver. El testigo obedece como llamarada a la voz de Dios
que quema dentro, obedece al fuego del Espíritu que lo conduce y le sopla lo que tiene que
decir. El testigo es Palabra y es vida, es coherencia y transparencia y quema iluminando el
camino hacia delante y dejando atrás los escombros de la mediocridad y el vacío interior…
Jesús está a la orilla. En su ministerio gustaba mucho de “pasar a la otra orilla”, allí donde
la diferencia define la opción. Y prende fuego. Hace un “fogoncito” en donde va calentando
en espiral ascendente, llamamiento, entrega, abandono, vivencias, experiencias. Es calor de
humanidad, de corazón que sabe descifrar en signos, la amistad, el servicio, la fraternidad.
Y su gran deseo es que ese fuego arda en cada corazón.
La debilidad de Dios está en su opción preferente por la humanidad. Su corazón se debilita,
se enternece ante el ser humano. Su estada entre nosotros inaugura una praxis novedosa de
relaciones humanas, de convivencia, de rompimiento con toda exclusión. Es un fogoncito
que Dios mismo prende entre nosotros. Y lo hace en la orilla: En la orilla de su divinidad,
en el Otro a quien invita a compartir de los secretos más íntimos de su corazón sin reservas,
en total entrega…
Cochabamba 10.04.16
jesús e. osorno g. mxy
jesus.osornog@gmail.com