DOMINGO II DE PASCUA, CICLO C
¡QUIEN NOS PUEDE DAR LA PAZ!
Estamos en Jerusalén, en el templo bajo el pórtico de salomón, interesante
que los creyentes de la resurrección se acogieran a la sabiduría de Salomón. Aún
los recién llegados a la fe frecuentaban los lugares judíos. La resurrección de
Jesús se experimenta mejor en las peque￱as comunidades: “Allí todos los
creyentes eran una sola comunidad o familia que tenía un solo corazón, una sola
alma y todas las cosas les eran en común”; lo que en definitiva los llev￳ ser
menos egoístas con los demás como experiencia de conversión realizada por la
acción del Espíritu de Jesús resucitado. ¡Qué bueno poder decir lo mismo de las
comunidades que hay al interno de nuestras parroquias!
JUAN PERSEGUIDO Y NOSOTROS PERPLEJOS.
De la primera lectura de los Hechos a la segunda del apocalipsis hay un salto
cronológico y eclesial muy importante que va del inicio de la comunidad cristiana
a la persecución de la fe, narrada por el evangelista Juan. El detenimiento para
reflexionar, orar y estudiar el apocalipsis es recompensado de inmediato con la
paz del resucitado vencedor de la muerte ¿no les parece muy atractivo ver el
mundo desde el punto de vista del resucitado vencedor de la muerte? Si bien
Juan estaba en la persecución, nosotros nos encontramos en la perplejidad y
confusión en medio de lo que nos está ocurriendo. El apocalipsis cuando describe
el itinerario y desenlace de la persecución de inmediato anuncia la victoria de
Dios y de aquellos que le son fieles; de ahí que Jesucristo sea el centro de todas
las visiones del apocalipsis porque es el vencedor de todos los males.
ESCRIBAMOS NUESTRO APOCALIPSIS.
“Escribe un libro sobre lo que veas envíalo a las siete comunidades cristianas del
Asia” (Segunda lectura).
¿Seríamos capaces de escribir nuestra experiencia de pascua del sábado santo y
durante esta primera semana para contarles a otros lo ocurrido a nuestro
egoísmo con la victoria de Jesucristo resucitado? Si sabemos dar razón de la
resurrección de Jesús estaremos escribiendo nuestro propio apocalipsis como
proyecto de reconciliaci￳n con los demás. “El que cree en mí si ha muerto vivirá
(Jn 11,25). Lo que pudo sanarlos a todos y de todo fue la palabra de Jesús: “la
paz esté con vosotros”, un saludo que venía del que había resucitado y no
volvería a morir, porque ya era el viviente, el Espíritu cuyo signo fueron las
heridas convertidas en cicatrices; al fin y al cabo eso es la fe.
Tomás por la decepción que había sufrido habiendo sido tan crédulo; no
aguantaba ya otra herida; la decepción sube en cuanto se haya enaltecido la
ilusión; y el entusiasmo de Tomás por Jesús fue tan admirable como su
desánimo que le impidió el primer encuentro por no creer en relatos de terceros
y encerrarse en tener información más personal y creíble del suceso de la
resurrección.
SEÑOR MÍO Y DIOS MÍO
En el evangelio el relato del encuentro incluye; la invitación a tocar las llagas
((20,27a), el mandato “no seas incrédulo sino creyente” (20,27b), la profesi￳n
de fe de Tomás, (20,28) y una bienaventuranza, (20,29). La confesión del final
se comprende mejor en relación al prólogo (Jn 1,1). Con Tomás a nombre de la
comunidad la fe ha llegado a su culmen: “Se￱or mío y Dios mío” ¡ya Tomás es
creyente sin tocar las heridas! Para hacernos parte de esa misma comunidad
Jesús a￱ade: “Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber
visto”. Es la promesa de seguir viendo a Jesús de manera sacramental, diferente
a las apariciones. El conciliador Jesús adopta la necesidad de quien necesita ser
reconciliado. “Como el Padre me ha enviado así también os envío yo, reciban el
Espíritu Santo, a los que le perdonen los pecados les quedan perdonados; y a los
que no se los perdonen les quedan retenidos (evangelio). Hay una unión íntima
entre el don del Espíritu y la misión de reconciliación; porque el espíritu del
resucitado que hemos recibido en el bautismo y confirmado en la pascua es con
el fin reconciliarnos con los hermanos como signo de estar reconciliados con la
pascua.
Padre Emilio Betancourt