III Domingo de Pascua/C
(He 5, 27b-32.40b-41; Ap 5, 11-14; Jn 21, 1-19)
Testimoniar a Cristo resucitado con valentía y atrevimiento
“Echen las redes a la derecha de la barca y encontrarán peces”
La resurrección de Cristo es fuente de entusiasmo, fuerza y valentía para dar
testimonio, si es preciso con la sangre, delante de todos de ese maravilloso hecho:
“El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quienes ustedes dieron muerte
colgándolo de la cruz…Nosotros somos testigos” (1ª lectura). Hoy es la tercera
aparición de Jesús resucitado a sus discípulos para confirmarles en la fe, en la
confianza y en el amor. Y de esta manera puedan vivir en un “Amén” sostenido y
sin bemoles.
Testimoniar a Cristo requiere una experiencia profunda del amor de Cristo en
nuestra vida (evangelio). Nadie da testimonio valiente de alguien a quien no ama,
de quien no está convencido. Y el amor presupone el conocimiento, pues nadie ama
lo que no conoce. El amor puede pasar por momentos de descalabro, como le pasó
a Pedro en la Pasión del Señor, que le negó tres veces, por debilidad y por confiar
en sí mismo. Pero la resurrección de Cristo le sanó el corazón, le dio nuevo ardor y
renovó por tres veces ese amor que había decaído.
El testimonio cristiano es la coherencia entre la vida y lo que hemos visto y oído es
precisamente el comienzo del testimonio. Pero el testimonio cristiano tiene otra
cosa, y es que no es solo de aquel que lo da; el testimonio cristiano, siempre, es de
dos: “testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo” (He 5,32). Sin el Espíritu
Santo no hay testimonio cristiano. Porque el testimonio cristiano, la vida cristiana
es una gracia, es una gracia que el Señor nos da con el Espíritu Santo.
Sin el Espíritu no logramos ser testigos. El testigo es quien es coherente con lo que
dice, con lo que hace y con lo que ha recibido, es decir, con el Espíritu Santo. Esa
es la valentía cristiana, ese es el testimonio. Es el testimonio de nuestros mártires
de hoy —tantos— expulsados de su tierra, desplazados, asesinados, perseguidos:
tienen el valor de confesar a Jesús hasta el momento de la muerte; es el testimonio
de esos cristianos que viven su vida en serio y dicen: Yo no puedo hacer esto, no
puedo hacer mal a otro; no puedo engañar; no puedo llevar una vida a medias,
tengo que dar mi testimonio. Y el testimonio es decir lo que en la fe ha visto y oído,
o sea a Jesús Resucitado, con el Espíritu Santo que ha recibido como don (Francisco
7 marzo/16). En este año de la misericordia debemos pedir a Cristo resucitado nos
llene de su ternura para que nuestro testimonio de Él sea digno de crédito y
muchos se acerquen a Cristo vivo que ven reflejado en cada uno de nosotros.
Testimoniar a Cristo no siempre será fácil (1ª lectura y evangelio). Encontraremos
resistencias, nos prohibirán hablar de Cristo, se burlarán de nosotros, nos
amenazarán. Podemos experimentar en la vida diaria que nuestra pesca es inútil,
estéril, y sacamos las redes sin nada (evangelio): papás de familia que sacan las
redes de sus hijos vacías, sin fe, sin amor…cuando no rotas por los estragos de la
droga, del consumismo y del relativismo. Esposas comprometidas con su fe que
tiran una y otra vez la red de la fidelidad a derecha e izquierda para conquistar al
esposo, y nada. Misioneros y misioneras que ven que la semilla se malogra en
tantos corazones, y se sienten desanimados y sin fuerzas. Redes vacías de virtud,
en tantos grupos parroquiales, o, peor, llenas de ambiciones, de intrigas, de
desavenencias, de críticas. Congregaciones religiosas que experimentan la
esterilidad de vocaciones por falta de identidad o la aversión de tantos jóvenes para
dar un “sí” generoso y firme, cuando les proponen las exigencias de Cristo
resucitado. Es en estos momentos cuando Cristo nos dice: “Echen las redes a la
derecha de la barca y encontrarán peces”. Es el momento para renovar nuestra fe y
confianza en la palabra del Señor. ¡Él vive y nos dice: “Traigan algunos pescados de
los que acaban de pescar…pues las brasas están preparadas”!
Testimoniar a Cristo significa renovar nuestro continuo “Amén” (2ª lectura) a Dios,
al crecimiento en las virtudes cristianas y a los valores humanos. “Amén” significa
asentimiento, conformidad y obediencia a lo que otra persona hace o dice. Significa
la fuerza, la firmeza, la solidez, la estabilidad, la duración, la credibilidad, la
fidelidad, la seguridad total. Esta palabra procede del hebreo ??? (‘en verdad’,
‘ciertamente’) pronunciado ?m?n. La raíz de esta palabra indica firmeza y
seguridad, y en hebreo coincide con la raíz de la palabra ‘fe’. Decir “Amén” implica
un gran compromiso, es hacer una profesión de fe, es decirle a Dios que sí, que
estamos de acuerdo con todo lo que Él nos dice, es repetirle una y otra vez que le
vamos a ser fieles, es asegurar nuestra esperanza. Amén, cuando el dolor o la
enfermedad toque la puerta de nuestra casa. Amén, cuando un revés o
contratiempo nos frustró los planos que teníamos. Amén, en la salud y enfermedad.
Amén, en la riqueza y en la pobreza. Amén, en el éxito y en fracaso. Amén, en
primavera, verano, otoño e invierno. Amén, en la niñez, en la adolescencia, en la
juventud, en la edad madura y en la vejez. Amén, cuando Dios nos llena de
consuelos y regalos, y también cuando experimentamos la noche oscura del alma.
Amén, al terminar nuestras oraciones y nuestro trabajo. Amén, cuando Dios nos
bendice con el cuarto o el quinto hijo, o cuando no nos bendice, y nos pide que
adoptemos a un hijo de corazón. Amén, cuando un pobre nos visita y nos tiende la
mano para que le demos, no de lo que nos sobra, sino incluso, de lo que
necesitamos. Amén, cuando iniciamos el día y cuando lo terminamos. Amén,
cuando la muerte se acerque de puntillas a nuestra habitación para llevarnos a la
presencia de Dios.
¿Cómo está mi testimonio de Cristo resucitado: es valiente y decidido, u opaco y
débil? ¿Cómo reacciono delante de las dificultades que la vida me presenta o que
Dios permite? ¿Vivo en un continuo “Amén” sostenido, o con muchos bemoles de
incertidumbres, dudas, desalientos?
Señor, concédenos la fe. La fe que arranca la máscara del mundo y hace ver a Dios
en todas las cosas, la fe que lo hace ver todo bajo otra luz: que nos muestra la
grandeza de Dios y nos hace descubrir nuestra pequeñez; Señor, concédenos esta
fe, que nos hace emprender todo lo que Dios quiere sin dudar, sin vergüenza ni
temor, sin retroceder nunca. La fe por la que no tememos ni los peligros, ni el
dolor, ni la muerte; que sabe caminar por la vida con calma, paz y una profunda
alegría, y que establece en nuestro espíritu un desprendimiento absoluto hacia
todo, fuera de Ti. Amén.
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)