DOMINGO II DE PASCUA (C)
Homilía del P. Joan Recasens, subprior de Montserrat
3 de abril de 2016
Hch 5,12-16 / Ap 1,9-11a.12-13.17-19 / Jn 20,24-31
Queridos hermanos y hermanas,
El fragmento evangélico que acabamos de escuchar comunica un sentido de paz y de
serenidad, ya que en todo él se respira un aire fresco de la noche de Pascua.
Los apóstoles acababan de vivir con tristeza los últimos acontecimientos referentes a
su Maestro: el encarcelamiento, el juicio ante Poncio Pilato, la condena a muerte
colgándolo en una cruz como cualquier malhechor y su sepultura. Todas las
perspectivas de la instauración del nuevo reino de paz y de justicia predicado por
Jesús se habían desvanecido y, por tanto, todo había sido un fracaso; ahora había que
retornar a la vida normal de antes como si todo hubiera sido sólo que una simple
ilusión. Por la tarde del día siguiente de aquel sábado, los apóstoles estaban reunidos
en casa con las puertas bien cerradas por miedo a los judíos y he aquí que ocurre un
hecho inesperado, el mismo Señor Resucitado se presenta en medio de ellos y les
dice : Paz a vosotros. Luego, para demostrarles que es él mismo, les enseña las
manos y el costado. El evangelista dice que los discípulos se alegraron de ver al
Señor. Y el Señor les vuelve a decir: Paz a vosotros, como el Padre me ha enviado,
así también os envío para que continúe mi obra de salvación. Es por ello que
alentando sobre ellos les infunde el Espíritu Santo para que tengan el coraje y la
fuerza suficientes para poder vencer las contrariedades y dificultades con las que se
encontrarán a lo largo de su misión.
El texto evangélico continúa diciendo que cuando se les apareció el Señor, Tomás no
estaba en casa con ellos. Pero que cuando llegó lo primero que le dijeron fue: "Hemos
visto al Señor". La reacción espontánea de Tomás fue la misma que muchos de
nosotros también habríamos tenido si nos hubieran comunicado algo parecido, o sea,
la de pensar que todo era una simple invención de los apóstoles dejándose llevar por
un deseo imaginario, fuera de toda realidad, ya que él también había sido testigo de
todo lo que sucedió a su Maestro aquellos últimos días. Para salir de dudas les dijo: Si
no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los
clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo. Pero no acaba ahí la narración. El
texto evangélico continúa diciendo que, ocho días más tarde, estando Tomás en casa
y con las puertas cerradas, se aparece de nuevo el Señor Resucitado y les vuelve a
decir: Paz a vosotros y, dirigiéndose a Tomás, le dice: Trae tu dedo, aquí tienes mis
manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
Fácilmente podemos imaginar la sensación de humillación y de asombro en Tomás al
ver el Señor Resucitado. En ese momento lleno de confusión y de vergüenza sin saber
bien lo que se decía le sale de lo más profundo del corazón una de las más grandes
confesiones de fe diciendo a Jesús: Señor mío y Dios mío. Pero Jesús le reprende
diciéndole: ¿Por qué me has visto has creído? Y añade: Dichosos los que crean sin
haber visto. Hasta aquí el fragmento del evangelio de hoy.
Cierto que en la actitud del apóstol Tomás muchos de nosotros nos podemos sentir
identificados, pues quién no ha pasado por momentos de dudas de fe a lo largo de la
propia vida y ha pensado que quizá todo lo que nos habían contado desde pequeños
sobre Jesús y sus enseñanzas eran sólo patrañas y un simple montaje para hacernos
más dóciles y obedientes, y para poder dar respuesta a las muchas cuestiones
existenciales que más adelante nos plantearíamos. Es difícil pasar del natural a lo
sobrenatural y de la duda a la fe. Con todo, si nos dejamos llevar por los propios
sentimientos más profundos llega ese momento que en la más oscura de nuestras
noches las palabras de Jesús dirigidas a Tomás nos iluminan y nos ayudan a superar
nuestra pequeñez y a poner toda nuestra confianza en esa verdad trascendente que
no repugna para nada a la propia razón y que nos abre a unas nuevas perspectivas
que nos hacen vivir con fe y confianza la promesa de Jesús dirigida a los apóstoles:
que los que crean sin haber visto serán felices y tendrán vida eterna. Esperamos que
la lección que hoy la Iglesia nos ha querido comunicar nos ayude a poder estar más
llenos de fe, de esperanza y de caridad para ser testigos en medio del mundo en el
que vivimos. Que así sea.