3ª semana de Pascua. Lunes: Jn 6,22-29
Jesús había realizado el milagro de la multiplicación de panes y peces. Después de
haber despedido a la gente y a los discípulos para que fuesen en la barca hasta la otra
orilla, se fue por el monte a orar. Cuando se levantó una gran tormenta y los apóstoles
estaban llenos de temor, Jesús se les hace presente y calma la tempestad. Por fin
llegan a la otra orilla, que era la ciudad de Cafarnaún.
Mucha gente, que estaba entusiasmada por haber podido comer en abundancia en
lugar apartado y sin apenas alimentos, buscaba de nuevo a Jesús. Se corría la voz de
que ya no estaba por el lugar del milagro y corriendo muchos llegaron a Cafarnaún,
extrañados de que Jesús ya estuviera allí. Así se lo expresaron.
Jesús va a comenzar en forma de diálogo lo que sería el gran discurso acerca de la
Eucaristía. Hay dos temas que se entrecruzan y se complementan: debemos tener fe
en Jesús y, por creerle y para aumentar más nuestra fe, debemos recibirle en la
Eucaristía, donde ha querido quedarse para ser nuestro principal alimento espiritual.
A la inquietud de la gente que muestra su extrañeza por la presencia de Jesús en
aquel lugar, les dice que le buscan porque han comido en abundancia. Es como
echarles en cara el que le busquen sólo por un motivo superficial. Les falta captar el
mensaje interior, no llegan a entender la misión salvadora de Jesús y el cambio del
alma que busca en los presentes. Por el pan material Jesús quiere que lleguen a
comprender el Pan espiritual necesario para nuestra vida.
Esto sigue pasando entre nosotros. Hay muchas personas que ante las actuaciones
de la iglesia jerárquica o ante actos litúrgicos o devocionales, como procesiones, etc.,
sólo ven lo externo, se quedan en lo puramente accidental y externo, no captando el
mensaje de vida. Algunos buscan a Dios, pero se quedan en el precepto o en lo
sensitivo, sin llegar a comprender al Dios del amor que nos pide un cambio de vida
para con ella ser testimonio de Cristo resucitado.
Entre los presentes ante Jesús en Cafarnaún los había de buena voluntad. Esa
buena voluntad parece manifestarse en la pregunta: ¿Qué debemos hacer para seguir
el plan de Dios? Seguro que esa pregunta manifiesta una espiritualidad, derivada de
los fariseos, que ponían la perfección en cumplir la Ley o los preceptos del Señor. Por
eso, al creer que Jesús habla de parte de Dios, están esperando que les indique leyes
y preceptos concretos, como estaban acostumbrados a esperar de los maestros de la
ley, que les enseñaban los mandamientos de Dios hasta en mínimos detalles.
Jesús les contesta que lo que quiere Dios de ellos es que tengan fe en El. Y en
verdad que necesitaban mucha fe para disponerse a escuchar las grandezas que
Jesús les iba a enseñar sobre la Eucaristía. Fe que no es sólo para un momento, sino
que perdure y vaya incrementándose.
Creer en Jesús no significa sólo que pongamos nuestro entendimiento a su servicio
para aceptar las verdades que nos diga, sino que es sobre todo poner el corazón y el
afecto en Jesús, y todo nuestro ser en su seguimiento. Esto no lo podremos hacer por
nuestras fuerzas, pero se nos da una ayuda inestimable, que es el mismo Jesús que
viene a nosotros al recibirle en la Eucaristía.
Al ver los motivos muy deficientes de aquellas gentes en el seguimiento de Jesús,
podemos examinar también nuestro propio seguimiento: ¿Cuáles son los motivos para
seguir a Jesús, si es que le seguimos? ¿Por qué somos cristianos? O ¿Hasta qué
punto ponemos el llamarnos cristianos?
Porque la realidad es que entre los cristianos que vivimos juntos hay unas
diferencias abismales en cuanto a los motivos de serlo: Desde los que todo lo hacen
por egoísmo hasta los que viven los actos de religión por el deseo verdadero de que
Dios sea glorificado y todos crezcamos en su amor.