DOMINGO IV DE PASCUA (C)
Homilía del P. Bernabé Dalmau, monje de Montserrat
17 de Abril de 2016
Hch 13,14.43-52 / Ap 7,9.14b-17 / Jn 10,27-30
Queridos hermanos y hermanas,
Hoy, en plena primavera, la celebración de un domingo de tiempo pascual nos
recuerda lo que el pasado domingo la Iglesia pedía al Señor: "que tu pueblo exulte
siempre al verse renovado y rejuvenecido en el espíritu". La celebración de la Pascua
se prolonga durante cincuenta días. Ahora nos encontramos a la mitad cuando,
después de tres domingos centrados en la resurrección del Señor y antes de celebrar
tres más dirigidos hacia la exaltación de Jesús en su ascensión, el tema de Jesús
buen Pastor nos alecciona sobre nuestra identidad cristiana: "Somos su pueblo y
ovejas de su rebaño", hemos ido cantando en el salmo responsorial.
Y nos conviene reflexionar sobre lo que significa ser el pueblo de Dios y tener a
Jesucristo por pastor. "En su muerte, nuestra muerte ha sido vencida, en su
resurrección todos hemos devuelto a la vida". Hemos hablado mucho durante la
Cuaresma, y continuamos hablando los días que llevamos de Pascua, de cómo
nuestra identificación con Jesucristo nos hace pasar de muerte a vida. De muerte en
todo lo que es malo, a vida de todo aquello que nos hace participar del amor de Dios.
"Somos su pueblo". El camino lo hacemos juntos, aunque cada uno camina al ritmo
que Dios le sugiere, y es bueno respetar nuestros ritmos diferentes.
Muchos hermanos y hermanas nuestros de humanidad lo hacen en medio del
sufrimiento. Pensemos en los millones de refugiados que marcan hoy la historia de
nuestra Europa y en la disponibilidad de quienes los quisieran ayudar pero no pueden
por la incapacidad de quienes ni hacen el bien ni lo dejan hacer. Pensemos en los
siete mil creyentes que sólo el año pasado encontraron la muerte por ser cristianos.
Pensemos, en fin, en los que no están físicamente lejos de nosotros y sufren
violencias e injusticias, tales como los que se verán privados de suministro energético.
En solidaridad y comunión, pues, con los que sufren, nosotros nos esforzamos para
morir al mal y renacer al bien que es Dios, y vamos avanzando hacia una meta en la
que podemos encontrar obstáculos en el camino. Pero tenemos la certeza de aquel
que dijo: "Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen". Por eso
"somos su pueblo y ovejas de su rebaño".
Somos rebaño de Dios. "Pequeño rebaño", como decía Jesús. Débil rebaño, dice la
Iglesia cuando nos ha hecho pedir, al comienzo de esta misa, que "el débil rebaño de
tu Hijo tenga parte en la admirable victoria de su Pastor". Y este nuestro caminar
siempre se debatirá entre la debilidad que tenemos, como individuos y como rebaño, y
la fortaleza del buen Pastor, Jesucristo. Más aún, también nosotros creyentes y gente
de buena voluntad, en nuestro interior nos encontramos con la autoestima baja y al
mismo tiempo nos sentimos fuertes, y vemos que los que nos rodean tienen también a
la vez su debilidad y su fortaleza. Habrá, pues, momentos, que la debilidad o
simplemente el poder del mal hará que nos sintamos abatidos, pero también hay otros
momentos en que la fortaleza de Cristo nos da la alegría de sentirnos espiritualmente
rejuvenecidos.
Y si a veces es útil hacer examen de conciencia para darnos cuenta de lo que es débil
en nosotros, aunque es más necesario mirar a nuestro entorno para advertir que la
fortaleza del buen Pastor es más poderosa que todo, esa fortaleza que nos
proporciona "la alegría del amor". Las lecturas de hoy nos han mostrado esta fortaleza,
fuente de alegría:
• En el Evangelio, Jesucristo nos ha dicho: " Mi Padre, que me las ha dado, supera a
todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre".
• En la primera lectura, hemos escuchado que los apóstoles Pablo y Bernabé no se
echaban atrás ante las dificultades y las persecuciones,
• En el texto del Apocalipsis, Juan, un domingo -es decir, participando de la Eucaristía
memorial del Señor Resucitado- emprendió un vuelo para describirnos cómo de toda
nación, de todas las razas, de todos los pueblos y lenguas estaban de pie ante Dios,
ante Jesucristo, el Cordero de Dios que nos lleva a las fuentes donde brota el agua de
la vida.
Y este tema del agua nos hace pensar naturalmente en el bautismo. La aspersión con
agua bendita con la que hemos empezado la celebración nos ha recordado aquel
sumergirnos en la muerte y la resurrección de Jesucristo que se encuentra en el origen
de una larga serie de ocasiones en las que tenemos que decir sí al Señor. Más aún:
este repetir vitalmente nuestra adhesión a Dios es lo que fortalece nuestra fe, como
personas y como comunidad cristiana. La fe la vivimos en las circunstancias más
sencillas de cada día, pero también la profesamos y la hemos de manifestar,
especialmente en los momentos que nos reunimos para orar.
He ido glosando esta hermosa profesión de fe que hemos repetido enmarcando el
salmo responsorial: "Somos su pueblo y ovejas de su rebaño". Igualmente, formando
Iglesia, renovamos nuestras promesas bautismales la noche de Pascua. Dentro de
poco recitaremos juntos la profesión de fe por antonomasia, el "Creo en un solo Dios".
También será una gran profesión de fe nuestro "Amén" al final de la oración
eucarística y al recibir la comunión. Todo esto nos invita a reflexionar sobre qué
testimonios de fe nos han impactado más estas últimas semanas pascuales en el que
nos hemos rejuvenecido espiritualmente. ¡No perdamos, pues, este nuestro
rejuvenecimiento!