4ª semana de Pascua. Viernes: Jn 15, 12-17
Estas son palabras que Jesús pronunció en su despedida de la Ultima Cena; pero
que seguramente repetiría en aquellas apariciones poco antes de su Ascensión. Les
había hablado Jesús a los apóstoles de la unión íntima que debemos tener con El,
como hay entre la vid y los sarmientos. Ahora les explica en qué consiste esa unión: en
el amor. Un amor que procede de la esencia misma de Dios. San Juan nos dice que
“Dios es amor”. Esa es su esencia: el Padre que entrega su naturaleza amorosa al Hijo,
y el Padre y el Hijo al Espíritu, formando la más íntima unidad de amor. Si el Padre
fuera egoísta y dijera: toda la naturaleza divina para mí... se destruiría Dios, lo cual no
puede ser.
De este amor procede el ideal humano. El amor íntimo de la Santísima Trinidad no
lo vemos; pero lo experimentamos en muchas circunstancias. Lo primero: lo que nos
dice también hoy san Juan en su carta (I Jn 4, 9): “El amor de Dios hacia nosotros se
manifiesta en que Dios envió al mundo a su Hijo unigénito para que nosotros vivamos
por El”. Para el mundo sería una locura que un padre entregue a su hijo para salvar a
unos extraños y hasta enemigos. Y Jesús, que es el Hijo de Dios que se hizo hombre,
es nuestro ejemplo e ideal de amor. El “pasó haciendo el bien” y nos amó hasta dar su
vida en la cruz para salvarnos, siendo como somos pecadores. Nos amó hasta el fin.
Así cumplía el mandamiento de su Padre o su Voluntad. Como, además de Dios,
era hombre, no le fue fácil: Hasta “con lágrimas” pedía que pudiera pasar ese “cáliz de
amargura”. Pero se arrojaba en las manos de su Padre, que nos ama y veía que es la
mejor manera de salvarnos. Con ese amor nos dice Jesús que tenemos que amarnos.
Es su mandamiento por excelencia. Como hay quienes dicen que el amar no se
puede mandar, podemos llamarlo: recomendación. Es el principal deseo de Jesús para
nosotros, porque es lo que nos dará la verdadera libertad y alegría. El mundo está
envuelto en violencia, odios y egoísmo. El amor es el lenguaje de la Iglesia y de los
cristianos. El amor es el estilo y el espíritu de la nueva alianza que Dios ha querido
pactar con la humanidad. En el Ant. Testamento se hablaba más de sumisión a Dios.
Ahora Jesús nos habla de relación amigable con Dios y fraterna entre nosotros.
En este amor permaneceremos, si guardamos sus mandamientos. No se trata por
lo tanto de un amor etéreo o abstracto, sino real y expresado en obras: “Obras son
amores y no buenas razones”. No se trata de un amor vacío y de solos sentimientos y
buenas intenciones, sino sustentado por buenas acciones hacia los demás. Es tan
fundamental el amor entre los cristianos, que en esto “conocerán que somos discípulos
de Jesús”. Y será la materia principal de la que seremos juzgados el día final.
El amor nos hace felices. Hoy nos dice Jesús que, si permanecemos unidos a El por
el amor y permanecemos unidos entre nosotros, “el gozo será pleno”. Dios no quiere de
una manera directa el dolor ni la tristeza. Si Jesús tuvo que pasar por ratos tan
amargos fue por culpa de nuestros pecados, pero el final sería la resurrección. A veces
para salvar a un hermano o por diversas circunstancias de la vida tendremos dolores y
sufrimientos. Pero también los tienen los que viven metidos en el odio. Normalmente el
ambiente del que ama es el de la paz y la alegría. Eso sin pensar en la alegría total y
definitiva del premio que Dios le dará para siempre. Y la alegría principal es el saberse
hijo de Dios Padre y amigo de Jesús. El amor es lo que nos da plenitud. Decía el
concilio vaticano II: “El hombre no puede encontrar su propia plenitud, si no es en la
entrega sincera de sí mismo a los demás”. El amor libera, el odio esclaviza.
Termina hoy Jesús diciendo que, si estamos unidos a El por el amor, podremos
conseguir todo lo que pidamos en la oración. Esto es así, porque, si estamos unidos a
Jesús, lo que pidamos será siempre lo que mejor nos convenga, según la voluntad de
Dios. Y el fruto de nuestro apostolado será maravilloso.