DOMINGO V DE PASCUA (C)
Homilía del P. Valentí Tenas, monje de Montserrat
24 de abril de 2016
Hch 14,21b-27 / Ap 21,1-5a / Jn 13,31-33a.34-35
Queridos hermanos y hermanas:
El pequeño fragmento del Evangelio según San Juan de este Domingo quinto de
Pascua, que el diácono ahora nos ha proclamado, sitúa los hechos en Jerusalén, en el
Cenáculo, en la noche del Jueves Santo, víspera de su Pasión. Jesús celebra la última
cena Pascual con sus discípulos, con palabras sinceras, concretas y pensadas. Ha
comenzado su último discurso de despedida, su último testamento de amor total para
todos nosotros.
Él, el servidor de los servidores. Él, el Maestro y Señor, ha lavado personalmente los
pies de todos los apóstoles. Judas Iscariote, decididamente, lo quiere traicionar y
come el bocado de las manos de Jesús. Sale corriendo de la estancia, en la negra
noche de su vida, para hacer su triste y trágico trabajo.
Jesús habla ahora solemnemente a todos sus discípulos que comparten la cena con
Él, pero a la vez sus palabras se dirigen a todos nosotros, los que más tarde leeremos
y escucharemos las Escrituras, a todos los hombres y mujeres, los futuros creyentes
de hoy y de mañana.
El alocución del adiós se abre con una proclama de victoria: "Ahora es glorificado el
Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él".
La hora en que Cristo será elevado sobre la cruz es la misma en que será exaltado a
la gloria. La cruz es vista, a pesar del dolor, como triunfo del bien sobre el mal. Ella es
la manifestación más visible de Amor Infinito y Misericordioso de Dios para todos
nosotros.
Hermanos y hermanas, no sé si recordáis mentalmente el Cristo de la majestad de
Beget o el de la Pobla de Lillet, o la gran majestad de Caldes de Montbui. La escultura
no externaliza el dolor. Todo lo contrario, manifiesta ternura y amor. Con su rostro de
mirada serena, hierática y estática -como nuestra Moreneta- mira todo y en todas
partes. Su túnica real, con un cinto que le pasa por encima los pliegues, es noble y
expresiva. Su postura rígida, pero viva y serena manifiesta que Él ha vencido a la
muerte. Jesús elevado sobre la cruz es ya exaltado a la gloria, y Dios mismo lo
glorificará. ¡La cruz, instrumento de ejecución y patíbulo cruento, es ahora la victoria
de Cristo sobre la muerte para todos nosotros!
Jesús anuncia su temporal separación: "Hijitos, me queda poco de estar con vosotros".
Pero a pesar de su partida la comunión con Él no se rompe, sino que se fortalece por
la fuerza del Espíritu Santo, que vive a nosotros y nos reafirma en su Amor.
Por último, Jesús nos da la novedad del Mandamiento Nuevo: "que os améis unos a
otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros". Palabras pronunciadas
en contexto eucarístico, tras el significativo lavado de pies. Jesús enseña a sus
discípulos a descubrir su nueva presencia entre ellos, a través del prisma del Amor.
Amar, con amor al otro, presupone amarlo sin condiciones ni prejuicios; hasta el
extremo. "¡Amo, luego existo! No amo, entonces vegeto!", Como Judas en la negra
noche de su vida. Dejar vivir y dar vida al otro significa: no definirlo, no clasificarlo y no
enmarcarlo dentro de nuestra pequeña escala de valores humanos. La estima es una
sorpresa constante: como dar un pequeño vaso de agua. ¡Porque Él, Jesús, lo ha
hecho así! ¡Así, nosotros también lo hacemos! Sin esperar ninguna recompensa o
agradecimiento, todo lo contrario: un desprecio, una crítica e, incluso, una triple
traición, como San Pedro. La vida, desgraciadamente, es así. Y concluye: "En esto
conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros". Jesús, el Maestro
y Señor, por el bautismo, nos ama misericordiosamente como Hermanos de Sangre
por toda la eternidad. "Yo soy la vid verdadera y vosotros los sarmientos". "No os llamo
siervos a vosotros, os digo amigos". Que el amor y la hermandad fraterna sean
nuestro distintivo, nuestra marca y nuestra señal visible; para vivir, para reconocer y
ser reconocidos como discípulos de Jesús; esto es, simplemente, como cristianos.