7ª semana de Pascua. Sábado: Jn 21, 20-25
Estamos al final del evangelio de san Juan. Jesús había ratificado, delante de un
grupo de discípulos, el primado de san Pedro, que ya se lo había prometido. No había
sido obstáculo la triple negación, ya que había seguido un prolongado y profundo
arrepentimiento. Sólo le había pedido Jesús a Pedro un testimonio de amor. Y lo había
pedido por tres veces, significando una plenitud en el amor; pero que san Pedro lo
acepta como contrapartida de la triple negación.
Al final Jesús invita a pedro al seguimiento. Le dice: “Sígueme”. Este pequeño
seguimiento físico es como un símbolo de lo que debe ser toda la vida de Pedro, un
seguimiento total a Jesús. El problema viene cuando Pedro ve que también el
“discípulo amado” sigue detrás. Y Pedro dice a Jesús: “Señor ¿y éste qué?
Es muy difícil comprender los sentimientos o móviles que tendría Pedro al hacer
esta pregunta. Poco antes Jesús había profetizado a Pedro que el hecho de pastorear
las ovejas y corderos de Jesús no iba a ser una cosa fácil y que la misma vida de
Pedro terminaría de una manera violenta. Esto se entiende cuando le ha dicho: “Otro te
ceñirá y te llevará a donde no quieras”.
Así pues, cuando Pedro está haciendo la pregunta sobre el discípulo amado, que
suponemos es Juan, podría pensarse que estuviera preocupándose santamente por el
final del compañero. Pero, por la respuesta que da Jesús, da la impresión que era más
por curiosidad. En el evangelio aparecen ocasiones en que a Jesús le hacen preguntas
por curiosidad. Jesús nunca responde de una manera directa. Lo único que hace es
aprovechar la pregunta para dar alguna enseñanza.
El hecho es que la respuesta de Jesús, “”si yo quiero que éste permanezca hasta
que yo vuelva ¿a ti qué?”, había causado un malentendido en una parte de la primitiva
cristiandad. Una preocupación de aquella comunidad era sobre la sucesión de san
Pedro. Seguramente había muerto. Muchos creían que algún apóstol de Jesús debería
permanecer vivo por tiempo indefinido para “llevar las riendas” de la Iglesia.
Se supone que estas últimas líneas del evangelio de san Juan las escribió algún
discípulo suyo, aunque inspirado por el Espíritu Santo. Este autor sagrado pretende
desembrollar el malentendido, aclarando que Jesús no dijo que el discípulo
permanecería vivo, sino que “si yo quiero…” Por lo tanto está más en consonancia con
los tiempos que el sucesor de san Pedro sea diverso según los tiempos.
La respuesta de Jesús también nos quiere enseñar que Dios tiene preparado para
cada uno su destino, si nos dejamos gobernar por Dios, que es quien más nos quiere.
Y lo que quiere Dios es que vivamos nuestra vida cristiana con la mayor plenitud sin
compararnos demasiado con los compañeros. Esto sobre todo porque en el terreno de
lo espiritual es muy difícil acertar con las comparaciones. Dios es quien nos ve y quien
nos juzgará en el “último día”.
Muchas veces nos equivocamos con las intenciones de Dios. Es curioso el
comentario del evangelista sobre la mala interpretación de las palabras de Jesús en la
misma comunidad cristiana. Dentro de la Iglesia siempre hay miembros que tienen
interpretaciones torcidas de la palabra de Dios y de la verdadera autoridad en la Iglesia.
Pero lo que admira es que aquellos hombres y los actuales, con las deficiencias
humanas, pero bajo la guía del Espíritu Santo, organicen y hagan perdurar la obra de
Jesús en el mundo. Estamos en la víspera de Pentecostés. Pidamos al Espíritu Santo
que seamos dóciles a sus enseñanzas y vivifique siempre la Iglesia.
Termina el evangelio diciendo que, si se escribiese todo lo que Jesús dijo y habló,
no cabría en todos los libros. Con ello reafirma los dos sostenes que tiene la Iglesia, la
Escritura y la Tradición. Ésta consiste en lo que se entrega de unos a otros hasta que
se clarifica y regulariza bajo la guía del Espíritu.