DOMINGO SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS.
PODEMOS DEJAR DE SER BABEL.
La fiesta de pentecostés está encuadrada en la pascua, más aún, es la
culminación de todo el tiempo pascual. Las primeras comunidades tenían claro
que todo lo que había realizado el Espíritu en Jesús, lo estaba realizando ahora
en cada una de ellas. Éste no puede ser un presupuesto de la evangelización por
tratarse de la base fundamental en la experiencia de la fe. Los efectos históricos
de Pentecostés pueden ser igualmente históricos para nosotros por el cambio,
conversión, que el Espíritu realiza en nosotros. Pablo refiriéndose a una porción
del pueblo de Dios, dice en la despedida a los presbíteros de la comunidad de
Éfeso: “Miren por ustedes mismos y por todo el reba￱o, del que los constituy￳
pastores el Espíritu Santo, para apacentar la iglesia que Dios adquirió con la
sangre de su Hijo” (Hecho 20,28). En la carta a los romanos “estar privados de
la gloria de Dios es no tener la presencia del Espíritu que se nos comunica” (por
el bautismo) (Rom 3,23)
Cuando dejamos o no tenemos la experiencia del Espíritu, Kerigma, trasladamos
la gente al campo conceptual o doctrinal sobre el Espíritu Santo; sin tener en
cuenta que al Espíritu solo se puede acceder por la experiencia interior, como le
ocurrió a la comunidad de los discípulos. No hay acción del Espíritu cuando la
comunidad o las instituciones comunitarias se constituyen en estructuras
netamente jurídicas. La presencia del Espíritu en nosotros, nos mueve a
parecernos a Él como seres espirituales más que organizaciones profanas.
SOMOS NUEVA CREACIÓN
Juan presenta el envío del Espíritu en dos momentos: En el momento de la
muerte de Jesús: “Inclinando la cabeza entreg￳ el Espíritu…” El segundo
momento es la aparición del resucitado a los discípulos, el domingo de pascua:
“sopl￳ sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo” (evangelio). Así Juan une
al don del Espíritu la muerte y resurrección del Señor. Hablar de Dios es hablar
del Espíritu porque Dios es Espíritu. Cuando Jesús sopla sobre los discípulos el
Espíritu está haciendo una nueva creación como ocurri￳ en el génesis, “entonces
Yahve formó al hombre con polvo del suelo y sopló en su nariz aliento y vida, y
result￳ el hombre un ser viviente” (Jn 2,7); o el Espíritu de vida en los huesos
secos de la visión de Ezequiel. (Ez 37,3-5). .El Espíritu es el último suspiro del
Jesús histórico y el primero del resucitado, como plenitud de vida y energía.
EL ESPÍRITU EN LA COMUNIDAD.
El Espíritu es el nuevo modo que Jesús tiene para estar presente en medio de
nosotros, la comunidad. “Os conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el
Espíritu no vendrá a vosotros; pero si me voy os lo enviaré” (Jn 16,7). Con la
partida de Jesús en la Ascensión, el Espíritu toma su puesto en la comunidad. El
Espíritu constituye para Juan el vínculo entre Jesús y la comunidad de discípulos.
Ahora se cumple la promesa de la despedida: “Vosotros me veréis, porque yo
sigo viviendo, y vosotros viviréis” (Jn 14,19). Del Espíritu solo podemos hablar
con signos: viento, fuego, lenguas. La diversidad de lenguas y el hecho de que
cada uno les oiga en su propia lengua aluden a la universalidad del mensaje y al
esfuerzo de adaptación de las comunidades misioneras a las diversas culturas. El
don de lenguas es el carisma para hablar de Jesús, convencer y convertir a la
gente por acción del Espíritu del resucitado que nos hace creyentes. La lengua
de Babel, construcción humana, era de egoísmo, orgullo y ambición; Babel por
ser signo del egoísmo habla en singular, yo y lo mío. Pentecostés es lenguaje de
amor, crecimiento diversificado por los dones y los frutos del Espíritu Santo; por
ser comuni￳n habla de compartir y perdonar para hacer comunidad; “su signo y
fruto es la paz y la alegría, el amor, el gozo, la paciencia, la amabilidad, bondad,
fidelidad, modestia y dominio propio; contra eso no hay ley que valga” (Gal
5,22-23).
EL ESPÍRITU ACTÚA POR DONES Y FRUTOS
Las palabras "atar" y "desatar" en el pensamiento de Juan quieren decir: Si
ustedes perdonan los pecados de alguien ellos quedan perdonados; si ustedes
retienen los pecados de alguien les quedan retenidos”; así era la práctica del
perdón en la Iglesia primitiva; con una misión personal, íntima y perfecta
simbolizada en los siete dones y frutos del Espíritu Santo. El don de la sabiduría,
gusto por la palabra y predicación que nos permite dar sentido a toda nuestra
historia, la que recibimos cada día con menos gusto y carente de valor; para
identificarla como una historia de salvación. El don de entendimiento del Espíritu
Santo nos permite dar respuesta a la pregunta más importante y decisiva en la
vida de todo Creyente ¿Qué quiere Dios de mí? Por el don de inteligencia el
Espíritu Santo nos permite comprender los acontecimientos por sus causas para
que seamos más eficaces en las soluciones. Por medio del don de consejo los
creyentes que han aprendido a escuchar al Espíritu por la palabra, la oración y la
liturgia; pueden exhortar e iluminar a quienes quieren orientar su vida de
acuerdo al Espíritu recibido en el bautismo. La compasión, piedad, del resucitado
según Dios, termina convirtiéndonos a la compasión con los hermanos; sobre
todo los pobres como predilectos de Dios. El Espíritu Santo nos sana de los
miedos y la imagen que nos infundieron del Dios justiciero, para reconciliarnos
con el Espíritu del Jesucristo resucitado. Pablo pensaba así la fortaleza partiendo
de la fragilidad: “Hemos sido atribulados por toda parte, perseguidos,
golpeados; pero resistimos con el fin de que la vida de Cristo se manifieste en
nuestro cuerpo” (2 Cor 4). Es el Espíritu Santo quien cuida de sus dones en
nuestro interior para el servicio de los demás como el mejor tesoro de la fe.
Espíritu Santo inspírame siempre lo que debo pensar, lo que debo decir, cómo
debo decirlo, lo que debo callar, lo que debo escribir, cómo debo obrar y que
debo hacer para procurar tu gloria que es la presencia en mi corazón como don
para los demás. Así sea.
Padre Emilio Betancourt