Domingo de Pentecostés C
Ese viento que sopla todavía
Pentecostés marca el final de la Pascua; los discípulos reciben plenamente el Espíritu Santo
y se disponen a anunciar a Cristo a todas las naciones.
Lectura del santo evangelio según san Juan (20,19-23):
Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa,
con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y
les dijo: «Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al
ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os
envío yo.»
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes
les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan
retenidos.»
Palabra del Señor
Reflexión Central
Impulsados por el Espíritu
Cuando el niño nace, durante algunos segundos, los padres o la madre esperan el aliento,
el aire que va inflar su pecho y le permitirá respirar. Si él deja entrar este aire o aliento
dentro de sí, esto querrá decir que está vivo. Su peregrinación terrestre comienza. Pero si,
por el contrario, su cuerpo rechaza este aliento, el bebé muere. No hay campo para las
medias tintas. Se vive o no se vive.
Respirar, estar vivo, qué maravilla! Qué promesa!
Nos hemos dado cuenta recientemente luego del terremoto en Ecuador y que dejó como
estadística más de 600 muertos. Bastaba con ver a los socorristas mendigar el menor
aliento o soplo de vida, y verlos llenos de alegría ante el descubrimiento de
sobrevivientes.
Esto puede ayudarnos a comprender esta gran fiesta de Pentecostés, que ha dado
nacimiento a la Iglesia. Una de las fiestas más importantes de nuestra fe, ya que, sin este
soplo divino, este soplo del Espíritu Santo, ni ustedes ni yo, estaríamos aquí meditando el
evangelio.
Pentecostés es la fiesta del amor fecundo de Dios. No solamente este amor se ha hecho
visible en Jesús hace dos mil años, sino que continúa dándose a toda la humanidad. Él es
nuestra respiración…infinita presencia en lo más íntimo de nosotros mismos. Para tener
conciencia de ello, es necesario inspirarlo en un profundo silencio de adoración. Y
dejarnos guiar, puesto que es Él quien distribuye dones y carismas, quien abre las puertas
del cenáculo y quien guía nuestros pasos sobre los caminos de la evangelización del
mundo.
La Iglesia acoge este soplo de Dios. Ella acoge este fuego de Dios. Ella hace del brasero de
su amor su templo. Ella permanece, y espera, para que, de todos los horizontes, los
pueblos puedan venir a abrigarse y calentarse. Sobre el rostro de la Iglesia resplandece el
amor infinito de Dios.
Hoy, cuando hay más de 2400 traducciones de la Biblia, uno no puede menos que
alegrarse de leer: “ellos estaban desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su
propio idioma. (Hechos 2,6).
Cuántas veces, como misionero, participando en una gran iglesia en Bélgica, o en una
rustica capilla en Africa, en Estados Unidos, Canadá, y otras partes, yo me he sentido
tocado al escuchar la palabra proclamada en una u otra de las lenguas locales. Cada vez,
se me invitaba y daba la oportunidad de dar gracias por el recorrido de la Palabra a través
una larga fila de testigos, todos llenos del Espíritu Santo. Esa fila de discípulos misioneros
que se habían levantado para actualizar Pentecostés y proclamar el Evangelio de Aquel
que vive por siempre. Ellos habían transportado la Palabra como un alimento esencial en
la vida de los pueblos, como un fuego capaz de calentar todas sus diversidades y
conducirlos hacia la unidad.
“Impulsados (empujados) por este Espíritu, nos dice San Pablo, clamamos hacia el Padre,
llamándolo “Abba!” (cfr. Romanos 8,15).
Empujados por este Espíritu, la Iglesia continúa yendo al encuentro del mundo para servir
“los hijos de Dios” (cfr. Romanos 8,16).
Su Defensor, el Espíritu Santo no es ni conquistador ni invasor, Él es AMOR. Un amor que
impulsa nuestra propia FE hacia afuera.
ORACIÓN-MEDITACIÓN
Espíritu Santo, soplo de vida eterna,
hazme nacer al amor trinitario.
Hazme crecer en este amor
para que mis ojos se abran a la belleza,
a las maravillas que Dios despliega en cada aurora.
Haz que mis oídos escuchen la Palabra de Aquel que vive por siempre
Y la retengan como lo que es, el bien más precioso entre todos.
Haz que mi corazón reciba los mandamientos
como una invitación a amar amplia y profundamente,
como un niño confiado, que clama al Padre diciendo: “!Abba!”
Espíritu Santo, fuego saliente del amor trinitario,
ven para quemar en nosotros todo lo que no es tuyo.
Transforma cada persona bautizada en discípulo misionero,
en testigo de Jesucristo, Único Salvador del mundo.
Ven Espíritu de comunión y de caridad,
abre para tu Iglesia caminos inéditos de evangelización.
Condúcela hacia todos los lugares donde tus hijos sufren y te buscan.
Espíritu Santo, nuestro Defensor y nuestra esperanza,
conságranos, renuévanos,
y envíanos…a escribir con nuestras vidas, el destino del mundo.
Amén!
P. GUSTAVO QUICENO JARAMILLO
Medellin-Colombia
REFERENCIAS:
http://vieliturgique.ca
http://ciudadredonda.org (para el texto del evangelio)
Pequeño misal “Prions en Église”, reflexión de André Beauchamp, Novalis, Quebec, 2010.