Solemnidad. Santísima Trinidad
Dios del amor y de la verdad
La Iglesia celebra la fiesta de la Santísima Trinidad, dogma fundamental del
cristianismo, que proclama la unidad en el amor de las tres personas que son un
solo Dios, vivo y verdadero: el Padre, el Hijo Jesucristo y el Espíritu Santo. Dios
es amor, comunión íntima y comunicación viva de personas en la Trinidad. Ese
amor es el Padre que se ha manifestado en Jesucristo y se nos ha dado con su
Espíritu a los seres humanos para llevarnos hasta la verdad plena (cf. Jn 16,12-
15) y hacernos partícipes de su gloria, incluso en medio de las tribulaciones del
tiempo presente. Y ese Espíritu da vida a la comunidad eclesial suscitando una
vida de resistencia activa y aguante frente a los envites del mal en todas sus
manifestaciones, una vida de mucha más calidad y una esperanza
inquebrantable (Rom 5,1-5). Pero el Espíritu no tiene fronteras ni ideológicas ni
nacionales sino que en todo lugar inspira la gracia y el coraje para seguir
comunicando, con el arma exclusiva de la palabra, lo que Jesús ha revelado y
para poder enfrentarse a los poderes que oprimen, maltratan o desprecian al ser
humano y atentan contra su dignidad como criatura e hijo de Dios.
Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, es la gracia de Dios en persona que nos
permite entender el misterio profundo de Dios. Él es quien nos reveló al Padre
de la misericordia, del cual es su rostro visible, y es quien en definitiva nos
manifestó la esencia trinitaria de Dios. Durante toda la vida en carne mortal
Jesús fue mostrándonos las facetas maravillosas que él había experimentado de
Dios, su Padre. La vida transparente y coherente de Jesús revela lo que Dios es
en sí mismo: la eterna verdad, el eterno amor, la eterna misericordia, la
verdadera justicia. Jesús es Dios hecho historia, es Dios asumiendo la realidad
humana, redimiendo su creación; su muerte en la cruz y su resurrección
constituyen la máxima expresión del triunfo del amor. Por eso entender el
mensaje de entrega y de justicia enseñado por Jesús, y vivir bajo sus principios,
es entrar en una estrecha relación de sentimiento y de vida con el Dios, Trinidad
de Amor. El Espíritu es la fuerza de Dios hecha amor y resistencia que acompaña
a la Iglesia en su caminar por la historia.
En esa comunión trinitaria de amor, por medio de Jesucristo y del Espíritu
derramado en nuestros corazones, los seres humanos tenemos acceso pleno.
Pablo lo explica en el fragmento de la carta a los Romanos (Rom 5,1-5)
mostrando las consecuencias para la vida cristiana que lleva consigo la
justificación por la fe: la paz con Dios y la reconciliación, las tribulaciones de la
vida humana como ámbito para avivar la esperanza, y el amor de Dios, visible
en Cristo, derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo. La paz con
Dios es la nueva relación de amistad de los hombres con Dios, rota ya la barrera
del pecado por la muerte y resurrección de Cristo. Por el don de la fe hemos
tenido acceso al don de la gracia, que nos capacita para vivir incluso las
tribulaciones del tiempo presente como ocasión para mantenernos en la
paciencia y en la esperanza. “La esperanza – afirma el biblista X. Alegre- es la
categoría paulina que mejor describe la condición del cristiano, en cuanto se
encuentra entre el “ya” (la justificación) y el “todavía no” (la salvación
definitiva)”. Esta esperanza no defrauda ni engaña porque la muerte de Jesús en
la Cruz es la mejor muestra del amor de Dios y ese amor ha sido derramado en
nuestros corazones por el Espíritu santo que se nos ha dado.
En el evangelio de Juan (Jn 16,12-15) el Espíritu se define como el “Espíritu de
la verdad” que nos llevará hasta la verdad plena (Jn 16,13). La búsqueda y el
conocimiento de la verdad es uno de los grandes temas de la historia de la
filosofía. Del conocimiento de la verdad derivan los planteamientos y
comportamientos éticos. Entre los textos bíblicos son los escritos de Juan los que
más ampliamente abordan el tema de la verdad. En Juan convergen dos
concepciones diferentes de la verdad, una de origen griego, en la que prevalece
el sentido etimológico de aletheia como realidad oculta que se desvela y se
revela, pero que hay que descubrir, y otra procedente de la palabra
hebrea emet (de la misma raíz que amén ), en la que confluyen la firmeza, la
fidelidad, la confianza y la lealtad. En la búsqueda de la verdad hasta llegar a su
conocimiento se requiere humildad, valor y agudeza espiritual, pues la chispa
gozosa de la verdad destella sólo cuando el ser humano se va quedando
desnudo de prejuicios y va quitando el velo de las adherencias que enmascaran
toda realidad. Ese doble desnudamiento, de las cosas y de sí mismo ante ellas,
es el que descubre paulatinamente la verdad.
En Jn 8,32 aparece otro dicho magistral de Jesús acerca de la
verdad: “conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”. Jesús es la verdad
que nos revela al hombre y a Dios.Jesús es la verdad hecha carne cuya firmeza
y radicalidad pone en evidencia la mentira de los poderes de este mundo, en el
ámbito político ante Pilatos y en los círculos religiosos ante los fariseos y los
dirigentes judíos. De ahí que todo seguidor de Jesús está comprometido con la
misma verdad que él encarnó, en la que él vivió y por la que lo mataron.
Permanecer en Cristo significa, por tanto, identificarse con la palabra y con el
espíritu de la verdad como único camino de vida y de libertad.
En la búsqueda de la verdad la Iglesia tiene la misión de estar atenta a
desenmascarar todo tipo de mentira y de engaño embaucador de los seres
humanos. Por eso, en Bolivia, los obispos, como hicieron hace un mes contra la
ley del aborto que se está fraguando en este país, se han vuelto a pronunciar
abiertamente respecto a otra ley, la ley de género, aprobada en estos días en el
congreso. Los obispos han emitido un comunicado, “Llamados a acoger y cuidar
el cuerpo como don de Dios. Varón y mujer los creó (Gn 1,27)”, en el que
expresan su firme rechazo a la misma porque sostienen que, además de haberse
realizado sin el debate público, sin consenso y sin la divulgación necesaria, “el
cuerpo nos es dado por la naturaleza y como don de Dios que merece ser
tratado con dignidad e impone una concreta identidad y orientación a la vida que
no pueden ser manipuladas según las libres opciones de los individuos. La
ideología de género desconoce el principio de que la determinación sexual es
constitutiva de la persona, de manera que sólo existe la persona-varón y la
persona- mujer, y además que están hechos el uno para el otro. De esta manera
esa ideología hace desaparecer la complementariedad natural de los sexos, la
reduce a un factor cultural, niega que el ser humano es obra de Dios y de El
recibe su identidad, reduciéndose a una antropología sin Dios. Como el Papa
Francisco ha puesto de relieve en su reciente Exhortación Apostólica, “Amoris
Laetitia”: “Somos creaturas, no somos omnipotentes. Lo creado nos precede y
debe ser recibido como don”.
Un motivo precioso del texto dominical de los Proverbios nos puede ayudar a
vivir el misterio de Dios y de la gratuidad de su amor en relación con los seres
humanos: la Sabiduría, personificada en Jesús, el Hijo de Dios, presente en todo
momento de la creación del mundo y de su evolución, jugaba con la bola de la
tierra, en presencia del Padre, y gozaba con los seres humanos. (Prov 8,22-31)
¡El Dios del Amor jugando y disfrutando con los hombres! El Dios que juega con
los hombres es una de las imágenes más entrañables del Dios de la misericordia.
Y entre todas las criaturas la más excelsa es la figura del hombre y de la mujer,
creados a imagen y semejanza del Dios Amor, Comunión y Comunicación, que
en el lenguaje del Génesis mereció la primera formulación de un verbo en
primera persona del plural divino: “Hagamos”. Con esta singularidad se pone de
manifiesto la dignidad del hombre y la de la mujer, iguales en su diferencia
constitutiva como persona-varón y como persona-mujer, llamados al amor, por
el que fueron creados y a la complementariedad fecunda, transmisora de vida. Y
esa altísima dignidad del ser humano es un don del Dios amor y trinitario, es
impronta de su ser. En una Iglesia boliviana, donde el número de matrimonios
católicos es bajísimo en proporción con la población católica del país, avivar el
misterio del amor trinitario puede ser también un motivo de valoración y
acercamiento al misterio del matrimonio católico como “comunión de vida y
amor” en una entrega permanente e indisoluble, capaz de sacrificarse siempre
por el bien de la persona amada, como ha hecho el mismo Dios con los hombres,
por medio de su Hijo, entregado en la cruz y resucitado de entre los muertos.
Nosotros podemos vivir el amor trinitario cuando comprendamos que Dios está
dentro de cada uno de nosotros y nos da fuerza para hacer lo que Jesús hizo:
entregarse a los demás. Cuando hacemos unión con otros, la fuerza de Dios se
nos activa y la entrega a los demás se hace más posible porque la comunidad -
manifestación trinitaria en esta historia- nos ilumina, nos apoya y nos corrige.
Por eso la Iglesia es la expresión de la Trinidad, porque es un grupo de personas
que al sentirse hermanos y al apoyarse mutuamente facilitan la acción de Dios
que está en ellos como Padre que ama, como Hijo que se entrega y como
Espíritu que da la fuerza para amar.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura.