SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD/c
( Jn 16, 12-15)
“El Espíritu de la verdad, los guiará hasta la verdad plena”
El Espíritu Santo, don de Jesús resucitado, nos comunica la vida
divina, y así nos hace entrar en el dinamismo de la Trinidad…
Después del tiempo pascual, que culmina en la fiesta de Pentecostés, la liturgia
prevé estas tres solemnidades del Señor: hoy, la Santísima Trinidad; el jueves
próximo, el Corpus Christi ( en algunos países se celebra el Domingo siguiente); y,
por último, el viernes de la siguiente semana, la fiesta del Sagrado Corazón de
Jesús. Cada una de estas celebraciones litúrgicas subraya una perspectiva desde la
que se abarca todo el misterio de la fe cristiana; es decir, respectivamente, la
realidad de Dios uno y trino, el sacramento de la Eucaristía y el centro divino-
humano de la Persona de Cristo
Hoy celebramos la solemnidad de la santísima Trinidad, que presenta a nuestra
contemplación y adoración la vida divina del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo:
una vida de comunión y de amor perfecto, origen y meta de todo el universo y de
cada criatura, Dios. En la Trinidad reconocemos también el modelo de la Iglesia, en
la que estamos llamados a amarnos como Jesús nos amó. Es el amor el signo
concreto que manifiesta la fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es el amor el
distintivo del cristiano, como nos dijo Jesús: «En esto conocerán todos que sois
discípulos míos: si os amáis unos a otros» ( Jn 13, 35). Es una contradicción pensar
en cristianos que se odian. Es una contradicción. Y el diablo busca siempre esto:
hacernos odiar, porque él siembra siempre la cizaña del odio; él no conoce el amor,
el amor es de Dios.
Todos estamos llamados a testimoniar y anunciar el mensaje de que «Dios es
amor», de que Dios no está lejos o es insensible a nuestras vicisitudes humanas.
Está cerca, está siempre a nuestro lado, camina con nosotros para compartir
nuestras alegrías y nuestros dolores, nuestras esperanzas y nuestras fatigas. Nos
ama tanto y hasta tal punto, que se hizo hombre, vino al mundo no para juzgarlo,
sino para que el mundo se salve por medio de Jesús (cf. Jn 3, 16-17). Y este es el
amor de Dios en Jesús, este amor que es tan difícil de comprender, pero que
sentimos cuando nos acercamos a Jesús. Y Él nos perdona siempre, nos espera
siempre, nos quiere mucho. Y el amor de Jesús que sentimos, es el amor de Dios.
El Espíritu Santo, don de Jesús resucitado, nos comunica la vida divina, y así nos
hace entrar en el dinamismo de la Trinidad, que es un dinamismo de amor, de
comunión, de servicio recíproco, de participación. Una persona que ama a los
demás por la alegría misma de amar es reflejo de la Trinidad. Una familia en la que
se aman y se ayudan unos a otros, es un reflejo de la Trinidad. Una parroquia en la
que se quieren y comparten los bienes espirituales y materiales, es un reflejo de la
Trinidad.
El amor verdadero es ilimitado, pero sabe limitarse para salir al encuentro del otro,
para respetar la libertad del otro. Todos los domingos vamos a misa, juntos
celebramos la Eucaristía, y la Eucaristía es como la «zarza ardiendo», en la que
humildemente habita y se comunica la Trinidad; por eso la Iglesia ha puesto la
fiesta del Corpus Christi después de la de la Trinidad (Francisco, 15 de junio de
2014).
Si amamos a Dios como El desea ser amado por nosotros y si nos amamos entre
nosotros con ese amor con que Dios nos ama, estaremos unidos a Dios para toda la
eternidad. Pero aún en el más allá, cuando esa unión se dará a plenitud, y los que
hayamos obrado bien estaremos resucitados en cuerpo y alma gloriosos en unión
plena en Dios, Dios seguirá siendo Dios y nosotros seguiremos siendo nosotros.
Hermanos, hagamos nuestra la oración de san Hilario de Poitiers: “Mantén
incontaminada esta fe recta que hay en mí y, hasta mi último aliento, dame
también esta voz de mi conciencia, a fin de que me mantenga siempre fiel a lo que
profesé en mi regeneración, cuando fui bautizado en el Padre, en el Hijo y en el
Espíritu Santo” ( De Trinitate , XII, 57: CCL 62/a, 627).
La Virgen María, con su dócil humildad, se convirtió en esclava del Amor divino:
aceptó la voluntad del Padre y concibió al Hijo por obra del Espíritu Santo. En ella el
Omnipotente se construyó un templo digno de él, e hizo de ella el modelo y la
imagen de la Iglesia, misterio y casa de comunión para todos los hombres. Que
María, espejo de la Santísima Trinidad, nos ayude a crecer en la fe en el misterio
trinitario.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)