8ª semana del tiempo ordinario. Lunes: Mc 10, 17-27
Hoy encontramos en el evangelio a un hombre que va donde Jesús con buena
intención. Se postra como signo de reverencia o aceptación de una grandeza que
reconoce en Jesús. Y le llama “maestro bueno”. Parece buena persona porque por lo
menos tiene un ideal grandioso y bueno, que todos debemos tener. Es una
preocupación sobre qué hacer para conseguir la vida eterna.
Jesús le contesta por partes. Lo primero hace alusión al título que le ha dado de
maestro “bueno”. Es un título halagador, pero que no encierra un reconocimiento de la
divinidad de Jesús. Por eso le dice Jesús que solamente Dios es “bueno”. Podríamos
decir que totalmente bueno.
Luego Jesús pasa a contestar directamente la pregunta: Para conseguir la vida
eterna debemos cumplir los mandamientos de Dios. Y le cita algunos. Aquel hombre,
que según otro evangelista es joven, responde que los ha cumplido todos. Es una
respuesta difícil de dar, porque dentro de los mandamientos hay mucho que pensar y
hacer. Parece ser que aquel joven era sincero. Por lo menos aquella respuesta obtuvo
una mirada de Jesús llena de amor.
Una cosa que nos enseña hoy Jesús es que los mandamientos y su cumplimiento
no es algo estático, sino que debe tener un progreso continuo, ya que nos llevan a la
vida eterna, que significa llevarnos hacia Dios. Dios es la suma bondad. Por lo tanto el
cumplimiento de los mandamientos no consiste sólo en preservarnos del mal o de lo
negativo, sino progresar en lo positivo.
Nunca seremos “buenos” como Dios; pero debemos acercarnos cada vez más a
esa bondad. Y como la bondad de Dios “se hizo carne” en la persona de Jesucristo, el
seguir a Jesús es signo de buscar la bondad de Dios. En el seguimiento a Jesús
ciertamente hay muchos y variados caminos; pero todos debemos preocuparnos por
seguir a Jesús, según los principios que vemos en el evangelio.
Todo seguimiento a Jesús implica dejar muchas cosas materiales: por lo menos
todo apego a la materialidad de la vida. Y esto es muy difícil. Para aquellos que le
quieran seguir de verdad, Jesús les propone, como a aquel joven, dejar de una manera
positiva todo. Hay muchos que lo hacen e ingresan en alguna congregación religiosa, o
también viviendo en el mundo. Como he dicho antes, para seguir a Jesús hay muchos
caminos. Pero lo cierto es que para ir a Dios, el único camino es Jesús.
Hoy Jesús nos dice que para seguirle, hay que quitar los impedimentos. Y uno de
ellos, muy importante, son las riquezas. Cuesta a veces tanto, que aquel joven del
evangelio no tuvo valentía y se marchó. No sabía que, cuando se da algo para Dios, se
recibe “mucho más”, no en los mismos valores, sino en otros mayores.
El hecho de tener riquezas no es signo de estar en contra de Jesús. Ha habido
santos ricos, reyes, etc. Pero lo que hoy nos dice Jesús es que es muy difícil. Y por eso
no conviene aventurarse a lo muy difícil. Tan difícil viene a ser que Jesús, ante el
asombro de sus discípulos, aplicó una, al parecer, sentencia popular o refrán que se
solía decir para algo casi casi imposible: lo del camello y la aguja.
Lo que Jesús quiere es que el corazón esté libre de ataduras mundanas. Y eso es
porque en la realidad hay gente que no tiene dinero, pero su corazón está muy
apegado a posibles riquezas. Hay otras clases de riquezas a las que el corazón
humano puede apegarse, separándose de Cristo. Así es quien se apegue a la
vanagloria o triunfos materiales, aunque no produzcan dinero.
La historia nos dice cómo el dinero endurece el corazón, aunque no sea demasiado
dinero, como le pasó a Judas Iscariote. Jesús invita, pero respeta nuestra libertad. Y
esto aunque Jesús tenga que ponerse triste como lo hizo con aquel joven. Sigamos a
Jesús y la alegría será grande para nosotros en el cielo.