11ª semana del tiempo ordinario. Miércoles: Mt 6, 1-6; 16-18
El sermón de la montaña es como el discurso programático de Jesús. Todas estas
ideas las iría diciendo en varios momentos y repitiéndolas muchas veces, al ser algo
básico para la actitud que debe tener quien pretenda ser su discípulo. Aquí san Mateo
reúne estos mensajes de Jesús. Primeramente nos habla de las actitudes
fundamentales, que son las bienaventuranzas; luego baja a detalles concretos. Una
actitud esencial para la religión que Jesús nos está enseñando es que no se trata tanto
de hechos externos, como ponían los fariseos en lo más alto de su preocupación
religiosa, sino que lo importante es la actitud interna. Para Jesús lo principal que vale
es el amor y la entrega a Dios, por la alabanza y la oración desde el fondo del corazón,
en la sencillez y la humildad.
Jesús no va contra las prácticas religiosas, que él mismo realizaba, sino contra la
manera farisaica de hacerlas, que era una hipocresía. La palabra “hipócrita” viene de
una careta que los actores de teatro se ponían para representar una persona diferente
de lo que eran. Así quien al intentar unirse con Dios, si lo primero que busca es que los
demás le aplaudan, está poniéndose una careta, porque no se une con Dios. Por lo
tanto primeramente enuncia un principio: No debemos hacer el bien para que nos vea
la gente. Lo importante es que nos ve Dios, que es quien nos recompensará.
Luego pasa a desarrollar tres prácticas religiosas que eran fundamentales para los
fariseos: la limosna, la oración y el ayuno. Al hablar de la limosna, la llama “practicar la
justicia”. En una sociedad donde no estaba organizada la asistencia social, era más
necesaria la limosna. Y Dios lo veía muy bien. Pero para Dios no valía si se hacía por
complacencia propia, para recibir alabanza a cambio de la limosna. Jesús casi parece
exagerar cuando dice que algunos van tocando la trompeta para que la gente se fije en
que están dando una limosna. Sí parece que algunos movían más el manto donde
tenían unas pequeñas campanitas. Alguno podría hacer algún tosido... Jesús lo pone
tan estricto que ni una mano debe saber lo que hace la otra. Es una expresión para
decir que, a ser posible, ni los más cercanos y familiares deberían enterarse.
Sigue Jesús con la oración. Los israelitas tenían preceptuadas algunas oraciones
durante el día. Los fariseos, deseosos cumplidores de la ley, hacían la oración en el
momento y lugar de esa hora. Pero el hecho es que buscaban los lugares para que les
vieran y les alabaran como cumplidores de la ley, quizá sin pretender unirse con Dios
por la oración. Lo del “entrar en el cuarto y cerrar la puerta” son expresiones para decir
que, si rezamos individualmente, es más propio estar muy a solas con Dios para que
nuestra oración sea un verdadero diálogo con Dios, que es nuestro Padre.
Y termina con el ayuno, que, aunque estaba preceptuado muy pocas veces, puede
hacerse como obsequio a Dios y para apoyar la oración. Lo del perfumar la cabeza es
para que la gente sepa menos que uno está ayunando, porque lo que interesa es que
Dios lo vea, como ciertamente lo hace porque está en todas las partes.
La consideración de estas tres prácticas termina de la misma manera: Dios, como lo
ve todo, nos recompensará. Porque, si lo que pretendemos es que la gente nos
aplauda, ya estamos recibiendo la recompensa aquí, que es infinitamente menor de la
que nos dará nuestro Padre celestial. Esta recompensa de Dios no será sólo en la
eternidad, sino que aquí muchas veces se siente por la paz interior y el amor.
Jesús nos conoce y sabe que el querer aparentar es una tentación que tenemos
muy cerca de nosotros, porque todos tenemos algo de fariseos. Es la tentación del
mirar por la satisfacción propia, por el egoísmo. Al decir que Dios lo ve todo, a veces se
piensa sólo en que Dios castiga todo lo malo oculto. Jesús se fija sobre todo en que
Dios ve todas las cosas buenas que hacemos, aunque sean muy ocultas, y quizá más
por ello, nos dará una recompensa eterna. Esa es nuestra esperanza y nuestra paz.