12 ª semana del tiempo ordinario. Sábado: Mt 8, 5-17
Estamos en el capítulo de san Mateo en que comienza con el tema de los milagros
de Jesús. Hoy se nos narran dos milagros y termina mostrándonos el carisma de
curación de Jesús hacia todos los que acudían con dolencias, ya que él “carg￳ con
nuestras dolencias”. Con ello nos estimula a la confianza.
Jesús solía estar muchas veces en la ciudad de Cafarnaún, ya que solía ser como
el centro de sus operaciones apostólicas. Por lo tanto su doctrina y especialmente sus
milagros debían estar en los comentarios de los vecinos de esa población. También
tuvieron que llegar esos comentarios a los oídos del centurión.
Había, en efecto, una pequeña guarnición de soldados romanos que atendía la
seguridad y el orden en la población y en los alrededores. Al mando estaba un
centurión romano. Pero, a diferencia de otros soldados romanos que odiaban a los
judíos, este centurión tenía amigos entre ellos y apreciaba su religión. Tanto que,
según otro evangelista, había contribuido mucho a la construcción de la sinagoga.
Un día se le puso muy enfermo un criado, a quien apreciaba de verdad. Aquel
centurión, que era hombre bueno, buscaría las maneras humanas para curarle. Al no
poderlo hacer con los médicos, pensó en Jesús y fue a pedir la curación.
Lo maravilloso de este hombre es su fe, que supera la de aquellos mismos judíos
que le habrían contado los hechos portentosos de Jesús. Y como la fe es obra de Dios,
Dios mismo estaba impulsando los buenos deseos del centurión para ir al encuentro de
Jesús y hacerle la petición.
“Se￱or, no soy digno de que entres en mi casa”. Aquí debemos admirar en este
centurión su fe y su delicadeza para con Jesús. Su fe, porque cree en la fuerza curativa
de Jesús aun en distancia. No le hace falta que Jesús toque al enfermo, ni se ponga en
camino. Le basta con que Jesús lo quiera y desde lejos lo haga.
Al mismo tiempo el centurión no está ordenando, sino suplicando. Es una oración
humilde. Es centurión y por lo tanto es una dignidad. Sin embargo ante Jesús se siente
indigno de que vaya a su casa. Por eso Jesús le alaba por su gran fe. Es una fe que
supera a los hijos, muchos o la mayoría, de Abraham, Isaac y Jacob.
Hoy Jesús nos da una gran lección: Para Él no hay distinción de raza ni nación.
Para Jesús lo que vale es el corazón. Una religión en concreto servirá para mejorar el
corazón; pero lo que Jesús mirará, y lo que valdrá en el juicio final, será la grandeza y
bondad del corazón. Y lo que no valdrá será el corazón raquítico.
Otra gran virtud que muestra el centurión es la delicadeza para con Jesús. En su
trato con los judíos aquel centurión se habría dado cuenta, y quizá hasta lo habría
comentado, sobre la repulsión que sentían muchos israelitas, especialmente los
dedicados a la religión, como los maestros de la ley, a entrar en las casas de los
gentiles o paganos. Por eso quiere evitar a Jesús ese “mal trago” de tener que entrar
en la casa de un pagano, aunque piense en el buen “coraz￳n” de Jesús.
Varias son, pues, las virtudes que el evangelio nos pone como ejemplo a seguir en
aquel centurión. No es que lo quiera poner como ejemplo sólo el evangelista, sino que
es el mismo Cristo, quien nos lo pone de ejemplo.
Hoy también se nos expone el milagro de la curación de la suegra de Pedro. San
Mateo lo cuenta de forma sencilla. Importante es el gesto de cariño y familiar de
tomarla de la mano para curarla, cosa que los fariseos no hubieran hecho con una
mujer. Signo de curación, de cuerpo y alma, es que la mujer se pone a servir.
Cuando oramos, no podemos saber en muchas ocasiones cuál es lo que nos
conviene. Pero lo cierto que sí nos conviene es estar sanos en el alma. Por eso le
digamos, como el centuri￳n, especialmente antes de comulgar: “Se￱or, no soy digno…,
pero dí una palabra para que mi alma esté sana”.