13ª semana del tiempo ordinario. Viernes: Mt 9, 9-13
Hoy nos habla la Iglesia de la llamada de Jesús a Mateo y de la respuesta de este
apóstol. Seguramente se llamaba Leví, como le llaman otros evangelistas, aunque
luego en la lista le llaman Mateo. Es muy posible que ese nombre de Mateo, que
significa “don de Dios” se lo pusiera el mismo Jesús y al apóstol le gustaría tanto que
desde el principio él se nombra así. Su oficio no era muy agradable para la gente del
pueblo de Israel y mucho menos para los fariseos. Era recaudador de impuestos, lo
cual significaba que era colaborador con el poder dominante, que era el de los
romanos. Dicen algunos que más bien que estar al servicio de los romanos, podía estar
al servicio de Herodes, pues Cafarnaún era la frontera del territorio de Herodes y bien
podría ser Mateo un funcionario normal de aduanas para controlar el paso de ciertos
productos. De todas las maneras para los fariseos era un “pecador” porque tenía trato
con los paganos y extranjeros, porque los de su oficio solían faltar a muchas leyes
religiosas, especialmente las del sábado, y porque solían ser avaros y aprovechados.
El caso es que Jesús, que no tiene acepción de personas, le llama para que sea
uno de sus más íntimos amigos. Seguramente vería en él un buen corazón dispuesto
para grandes cosas a favor del Reino de Dios. Por eso Mateo responde positivamente:
“levantándose, le siguió”. Este hecho de “levantarse” significa un cambio en la actitud
de su vida. Estaba “sentado”, que significa instalado en su oficio de recaudador, y
ahora se levanta para comenzar una vida nueva, de ilusión, pero envuelta también en
contrariedades. Es muy posible que antes de esta última llamada y respuesta habrían
tenido varias conversaciones. Sabemos que Jesús vivía principalmente en Cafarnaún.
El hecho es que Jesús le da un voto de confianza sin pedirle confesiones públicas de
conversión. Esta es una gran enseñanza para nosotros para no ser intransigentes
como los fariseos, sino tolerantes: aprender de Dios que es “rico en misericordia”.
Mateo se alegró con esta llamada de Jesús. Tanto que organizó una comida para
festejarlo. Y para acompañarle invitó a sus amigos que eran gentes, sobre todo, de su
mismo oficio. Jesús estaba contento, comiendo en medio de todos ellos. Es muy
posible que algunos discípulos, pescadores y tradicionalistas, no estuvieran tan
contentos y estarían algo separados, por lo que fueron abordados por los fariseos, a
quienes no les parecía nada bien el hecho de que Jesús, que se tenía por “maestro”,
estuviera comiendo con los que ellos llamaban “pecadores”. Jesús oyó las críticas y fue
a su encuentro dándonos hoy una gran lección de la misericordia de Dios.
Jesús comienza de una manera un poco irónica a decirles que los enfermos son los
que tienen necesidad del médico, no los sanos. El era el médico celestial y allí había
unos cuantos “enfermos”. En realidad los fariseos estaban más enfermos; pero no lo
veían así y no querían recibir las medicinas de Jesús. Los fariseos ponían su
esperanza en unas leyes externas sin mirar al corazón. Jesús enseña que lo más
importante es el corazón, el amor. De nada sirven los ritos si el corazón está vacío de
amor. Los fariseos no entienden que haya tanta fiesta en el cielo por un pecador que se
convierte, como Jesús goza en aquella fiesta porque una persona ha cambiado de vida.
Por todo ello, les recuerda Jesús aquel dicho del profeta: “Misericordia quiero y no
sacrificios”. Los fariseos se arrogaban unos poderes totales sobre la interpretación de
la ley bíblica, imponiendo al pueblo un yugo insoportable. Ignoran que Dios es libertad y
no esclavitud. Jesús nos expone que Dios no es un dios tirano, sino el Dios bueno. A
veces a nosotros mismos nos cuesta creer que Dios nos ame tanto, porque le hacemos
a nuestra imagen y le queremos poner nuestros propios sentimientos y reacciones.
Jesús ha venido a buscar a los pecadores porque les ama y no quiere que se pierdan.
Es un amor tolerante, comprensivo, dispuesto a perdonar. Es el ejemplo para nosotros,
y para que con nuestras vidas cantemos las misericordias del Señor.