DOMINGO XIII DEL TIEMPO ORDINARIO (C)
Homilía del P. Manel Gasch, monje de Montserrat
26 de junio de 2016
1 Re 19,16b.19-21 / Gal 5,1.13-18 / Lc 9,51-62
¿Cuál de las dos frases que hemos leído en la carta a los Gálatas os parece hermanos
y hermanas que describe mejor los tiempos que vivimos, las cosas que hemos visto y
oído estas últimas semanas y días? La primera dice: "mordiéndoos y devorándoos
unos a otros acabaréis por destruiros mutuamente" y la otra: "sed esclavos unos de
otros por amor.".
He tenido la impresión de que San Pablo se salía de la historia para hacerse presente
y recordarnos con simplicidad dónde está la esencia de la vida y de las actitudes
cristianas. Al final de un periodo electoral nos queda el regusto de que la agresividad
está a la orden del día, después de haber evidenciado el Brexit , también nos queda la
sensación de que no era precisamente el argumento de amar y servir lo que habían
defendido en un lado y en el otro. El último domingo que hice la homilía ya me referí al
problema de los inmigrantes y desgraciadamente, tocaría referirse a ellos hoy todavía
más radicalmente después de haber visto el desalojo de los campos fronterizos de
Grecia, el testimonio de los voluntarios, la acuerdo con Turquía para expulsarlos de la
UE, denunciado por toda la Iglesia. Sí, hermanos y hermanas, por todo eso que sale
en los periódicos, parece que el "morderos y devoraros" está más vigente que el
amaos y servíos.
Quisiera decir dos cosas: la primera es que las impresiones engañan: que hay un
ejército de personas que no se muerden ni se devoran sino que han entendido que la
plenitud de la ley es quererse, no hacen ruido pero son efectivas, sino el mundo sería
totalmente inhabitable. La segunda cosa es que el mensaje cristiano es para el mundo,
y si una parte de este mundo se muerde y se devora, es precisamente en este mundo
en el que tiene mucho sentido seguir diciendo que esto lleva a la destrucción y que
sólo el amor lleva a la construcción.
En este contexto de las cosas que pasan en nuestro entorno podríamos discutir,
hermanos y hermanas, si en estos tiempos nuestros, tan agitados, la radicalidad es
positiva o negativa. Oímos hablar de radicalidad, cuando escuchamos esto del
radicalismo islámico, que no tiene ningún eco positivo. Seguramente estaríamos de
acuerdo en que casi nada es absoluto: pero: ¿y Dios? El evangelio de hoy nos
muestra una de las caras más radicales de Jesús: la cara de decir que ante la
urgencia de predicar el Reino de Dios y de seguirlo, lo demás, hasta aquellas cosas
que eran constitutivas de un mandamiento inevitable, como enterrar los padres, son
relativas.
Radicalidad: sí: pero sólo para Dios. Radicalidad de cualquier manera: ¡no! En la
primera parte del evangelio hemos leído cómo Jesús se niega permitir ninguna
violencia contra aquellos que no lo acogen. Qué finura separar el fin radical que es el
Reino de Dios, de otras cuestiones rituales y de costumbres, como el de no haberlo
acogido porque iba a Jerusalén y eso no gustaba a los samaritanos, qué finura al dejar
claro que el fin no justifica los medios. En la segunda parte del Evangelio, cuando
Jesús llama al seguimiento, qué finura encontramos en el no imponerse y dejar
margen a la decisión personal, dejando claras las exigencias.
Un Dios como el que Jesús nos ha revelado, que resume toda su Ley diciendo "amar
al prójimo como a ti mismo" es un Dios que puede pedir radicalidad, porque en él no
hay ninguna ambigüedad, no hay ningún pacto con las fuerzas destructivas del mundo.
Es un Dios que apela a la libertad de la que nos hablaba también la carta a los
Gálatas. La libertad por la que Jesús se dirige radicalmente a sus seguidores, es un
don de Dios para amar a los demás y para servirlos y eso no tiene ninguna
ambigüedad, por eso, repito, el cristianismo es radical en su mensaje.
Los que no somos tan claros como el mensaje de Jesucristo somos naturalmente
nosotros. ¿Deberíamos desanimarnos si viéramos que no llegamos a las exigencias
que se desprenden de los consejos difíciles que hemos leído? San Pablo mismo ya
comprendía que en este seguimiento basado en la libertad, corremos siempre el
peligro de utilizarla para justificar lo que nos apetece. Justificarse es una de las cosas
que mejor sabemos hacer. Nuestros políticos nos dan muestras constantes: nunca hay
ningún reconocimiento de un error: también hay que entenderlo: no debe de ser
electoral, ¡y tienen tanta presión, los pobres!
En cambio, la Iglesia, fiel a la bondad de Dios y a pesar de sus exageraciones y
rigideces, ha querido transmitir el mensaje de que Dios cuenta con nuestra fragilidad.
Cuando nosotros débiles, ambiguos, no siempre fieles, nos encontramos con la
radicalidad del Evangelio, no se produce ningún rechazo, sino una integración de
nuestra debilidad en la misericordia de Dios, que es la única que tiene la fuerza de
superarnos. Este es el mensaje del Jubileo de la misericordia de este año, el de
recordarnos que para Dios la radicalidad más importante es la del perdón y la
aceptación de cualquier persona, sea cual sea su historia y su situación.
En el fondo, si estamos en la dinámica del Espíritu, la radicalidad del seguimiento
ganará la partida de nuestra libertad, si estamos en la dinámica de las muchas cosas
que nos llevan a la destrucción y que el lenguaje del Nuevo Testamento llama carne
por oposición a Espíritu, se nos colarán muchas cosas que no serán fruto de la
radicalidad de Dios sino de nuestra miseria..., tenemos el camino delante. Sólo
tenemos que elegir con sensatez, que nos ayude a ello esta eucaristía.