XIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
AVENTURA
Padre Pedrojosé Ynaraja
1.- A una buena parte de vosotros, mis queridos jóvenes lectores, aunque podáis
entender el lenguaje, lo que dice el Señor, os puede sonar a idioma extranjero. No
es el vuestro, porque, o residís en ciudades, o, aunque podáis estar en el campo,
las faenas agrícolas son muy otras respecto a cómo se realizaban en tiempos de
Jesús. Para mí son palabras y ejemplos conocidos de mi infancia y juventud. En
pocos años, lo que venía haciéndose desde hace 4.000 ha cambiado totalmente en
pocas décadas. No hay segadores, la labor de recoger la cosecha, apilarla en
gavillas, trillarla y abeldarla, se hace con maquinaria accionada por motores de
explosión. Y querer traducir, por ejemplo, diciendo: en los campos hay mucho trigo,
pero disponemos de pocos tractores, rogad a Dios que se importen muchas
cosechadoras, sería ridículo.
2.- Otra, por ahora actual, que rezase lo siguiente: los invernaderos están cargados
de tomates, pero hay poca gente para recogerlos, que vengan muchos jornaleros
de fuera, tampoco su sentido sería equivalente. Tal vez deberíamos trasladar
nuestra mente a otras situaciones y decir: en ciertos suburbios campan a sus
anchas chiquillos sin escolarizar, sin haber sido vacunados, ni saber en qué
entretenerse con juegos o deportes adecuados para ellos, hijos de familias
desestructuradas, o que ni siquiera existen como tales, mujeres analfabetas, que
carecen de utensilios domésticos, comida suficiente, propicias a escoger, para
poder subsistir, comportamientos que ofenden su dignidad… El barrio carece de
dispensario médico, escuelas y asistencia social pública. Tampoco hay ninguna
iglesia, ni acuden catequistas y sacerdotes que les den a conocer su dignidad, el
deseo del Señor de que obtengan vida digna y salvación eterna. Los jóvenes no
ncuentran trabajo, la droga es anestesia que les permite continuar subsistiendo sin
desesperación, o traficando con ella, aunque contaminando a otros, conseguir así
algún dinero.
3.- Id vosotros, vosotros, mis queridos jóvenes lectores, y aprovechad cualquier
local para dar clase elemental. Otros u otras, en cualquier espacio, enseñad a
preparar alimentos, a tener nociones de higiene, a conservar la dignidad… Marchad
y enteraos de a qué parroquia pertenece el término. O proponed a gente
comprometida en la Iglesia a que vaya y catequice. Por esos pagos, dentro de esas
chabolas, en las villas miseria o favelas, como queráis llamar a esos cubículos que
degradan la existencia, hay viejecitos que añoran otros tiempos en los que acudían
a la iglesia de su pueblo, mujeres que han oído que se merecen trabajo, trato
digno, amor. Hombres que les gustaría poder dedicarse a alguna ocupación, que les
permitiera comprar alimentos, ropa, muebles… No vayáis solos, tampoco os llevéis
teléfono móvil a la vista, llevadlo silenciado, en todo caso, bicicleta, cámara
fotográfica, ropa de marca. Tampoco hace falta que os presentéis con aspecto
andrajoso. Limpios sí, educados también. Pero id provistos, cargados, de amor.
Habladles como a amigos.
4.- Cuando volváis llegareis entusiasmados. En los sitios más insólitos habréis
descubierto que hay gente buena. Cuando menos lo esperéis, podréis prestar la
mejor ayuda, aumentar la esperanza, hacedles saber que Dios les ama y que la
Iglesia está deseosa de acogerlos. Al llegar a casa, encerrados en vuestro cuarto,
tal vez a oscuras, os daréis cuenta de que vuestra ambición emprendedora vale
muy poco, que os reclaman proyectos mayores, que os propone Dios para que con
Él realicéis programas de futuro eterno. Tal vez decidáis comprometer toda vuestra
vida en exclusiva a su servicio… Vislumbrareis que vuestro nombre está ya escrito
en la eternidad feliz y que practicando y sabiendo esto, os sentís felices. Y el
Maestro se sentirá orgulloso de vosotros. Y en la Iglesia abundará, gracias a
vuestros desvelos, nueva vida.