XIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
La gran alegría del Reino en la misión evangelizadora
La alegría del Reino de Dios es uno de los mensajes constantes que el Papa
Francisco nos va dejando en toda su actividad misionera, tanto en su vida como
en sus escritos. Y la alegría constituye también uno de los elementos claves del
mensaje bíblico de este domingo. Desde el texto de Isaías (Is 66,10-14) hasta
el Evangelio (Lc 10,1-12.17-20) pasando por la Carta a los Gálatas (Gál 6,14-
18) la palabra de Dios transmite una alegría extraordinaria, que tiene su origen
en la intervención transformadora de Dios sobre la historia y la vida del ser
humano. Pablo ha experimentado en sí mismo que él es una criatura nueva de
Dios; Jerusalén, la ciudad abandonada y arrasada en la época del destierro, es
transformada en la ciudad de la vida, de la paz y de la alegría; Jesús envía a los
setenta y dos discípulos, haciéndolos partícipes de su mismo espíritu profético,
capaz de comunicar la paz y el consuelo, de curar y de liberar a los poseídos,
anunciando la cercanía definitiva e irreversible del Reinado de Dios, y esta tarea
misionera y evangelizadora los llena de alegría .
Asimismo el tema de la alegría es uno de los ejes vertebrales en torno al cual girará
el V Congreso Americano Misionero a celebrar en Santa cruz de la Sierra en el mes
de Julio de 2018 con el lema “América en Misión, el evangelio es alegría” . Para
este evento se está trabajando ya en toda la Iglesia de América, con los dos
simposios internacionales que ya se han celebrado en Puerto Rico y Montevideo y
otros nacionales que se celebran en cada país.
Con imágenes exuberantes de vitalidad, pertenecientes a las relaciones entrañables
de una madre que consuela a su hijo, el cántico jubiloso de Isaías describe el
resurgir de Jerusalén. Mamar pechos abundantes, saciarse de sus consuelos, apurar
las delicias de ubres abundantes, acariciar sobre las rodillas a un niño… son
metáforas para una nueva Jerusalén que, tras el destierro, se vuelve a reconstruir
como una ciudad hacia la cual fluye la paz, como un torrente en crecida.
Pero este torrente en crecida no será ni el Cedrón, ni el Tiropeón, los dos torrentes
que configuran, sobre el monte de Sión, la antigua ciudad de David, ni tampoco el
torrente Ginón, que diseña la expansión posterior de la ciudad por su lado
occidental hasta la época de Jesús, sino el mismo Jesús, cuyo camino hasta
Jerusalén va abriendo con sus discípulos, como un gran río, los únicos caminos que
llevan a la paz verdadera.
La paz de Dios llega al mundo en Jerusalén, pero de la forma más paradójica que el
ser humano podría imaginarse. Sólo por medio de Jesús Crucificado llega la
verdadera paz al mundo, y la posibilidad de vivir como una nueva creación. Esto es
lo que Pablo experimentó tras su encuentro con Cristo. Por eso su gloria y su
alegría es la cruz de nuestro Señor Jesucristo. La paz y la misericordia de Dios
vienen sobre los que contemplan al Crucificado como la máxima manifestación del
amor redentor de la humanidad. Las marcas de Jesús Crucificado son las señales
indiscutibles de la paz.
Hoy es también la fiesta de Santo Tomás, apóstol. La escena de la aparición del
Resucitado a Tomás con los discípulos en Jerusalén (Jn 20,26-29) nos revela que el
primer apóstol que confesó la divinidad de Cristo Resucitado y se encontró con
Dios en Jesús, lo hizo justamente al tocar las llagas de Cristo . Así experimentó la
paz que el crucificado y resucitado llevaba consigo. Según las indicaciones del Papa
Francisco, podemos tomar conciencia de que para encontrar al Dios vivo es
necesario besar con ternura las llagas de Jesús en nuestros hermanos hambrientos,
pobres, enfermos, encarcelados: “Tenemos que tocar las llagas de Jesús, debemos
acariciar las llagas de Jesús, curar las llagas de Jesús con ternura, tenemos que
besar las heridas de Jesús, y esto de modo literal”.
El texto del Evangelio de Lucas continúa la sección original del tercer evangelio
dedicada al “Camino hacia Jerusalén” , que iremos leyendo a lo largo de todos
los próximos domingos. El número de los discípulos, su mensaje de paz, la
concentración en el anuncio de la cercanía del Reino y la alegría que la
evangelización lleva consigo son los elementos específicos de Lucas en la
presentación de la misión de los discípulos.
El número setenta (o setenta y dos) connota la proyección universal de la
misión de Jesús y sus discípulos pues evoca cifras simbólicas del Antiguo
Testamento, alusivas a la totalidad de los pueblos del mundo (Gn 10) y al número
de jefes de Israel que recibieron el espíritu de Dios para profetizar junto con Moisés
(Núm 11,24-26).
De igual manera los discípulos con el mismo espíritu de Jesús son enviados a
realizar las mismas obras que Jesús, curando enfermos, enfrentándose a todo
espíritu maligno, y conscientes de que la actividad no será fácil, pues se ha de vivir
como corderos en medio de lobos. Por ello Jesús requiere del discípulo la
libertad y la pobreza radical que ya antes pedía a sus seguidores. No se puede
llevar ni bolsa, ni alforja, ni calzado, sólo la fuerza del Espíritu y la contundencia de
una palabra: “El Reino de Dios se ha acercado”(Lc 10,9.11).
Los enviados deben ser mediadores de la paz de Dios. Con Jesús y a partir de Jesús
los discípulos constituyen el río que conduce a Jerusalén a la paz. Pero el camino a
Jerusalén pasa necesariamente en Lucas por la cruz, por el rechazo y por la
confrontación. Aquella paz nace de la cruz, del amor y de la entrega de la
vida. La instrucción a los discípulos es clara: El único medio que pueden utilizar es
siempre la palabra dedicada al Reinado de Dios. Bueno es recordar la forma
morfosintáctica de este anuncio, repetido dos veces en este texto, en tiempo de
perfecto para indicar que la cercanía del Reinado de Dios es un hecho
definitivo, irreversible y con gran repercusión en el presente . En una de ellas
con la mención explícita de los destinatarios del Reinado de Dios, que se ha
acercado a vosotros (cf. Lc 10,9).
En todo caso, se acoja o no a los discípulos, el sentido de su misión es la
evangelización del mundo que consiste en el anuncio de una realidad inminente
y gratuita, la cercanía del Reino de Dios, cuya llegada próxima es un hecho
irreversible y definitivo. Este reinado de Dios, el reinado de su amor, se ha
manifestado en su plenitud en la Pasión y Resurrección de Cristo.
La repercusión en la vida de los discípulos de esta actividad evangelizadora es la
gran alegría que conlleva. No cuenta el texto los detalles de la misión llevada a
cabo por los discípulos. Lucas, el evangelista de la alegría, parece indicar que la
alegría pertenece a la misión misma, a la actividad evangelizadora, y resalta
que la alegría no debe fundamentarse en el éxito de la misma, ya que se les habían
sometido los demonios, sino en el hecho de que sus vidas están ya en Dios,
independientemente del éxito o fracaso de su trabajo, pues a los primeros a los que
el Reino de Dios se ha acercado es sin duda a los mismos discípulos de Jesús y el
verdadero discípulo goza de una alegría que nada ni nadie le podrá quitar.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura