15ª semana del tiempo ordinario. Domingo C: Lc 10, 25-37
Hoy nos habla Jesús de algo esencial y que muchas veces hizo resaltar para
diferenciar lo que entonces enseñaban los doctores de la ley judía con lo principal de
nuestra religión que es el amor. Los doctores se preocupaban de enseñar leyes, y
estaban persuadidos que quien mejor cumplía esas leyes, en el sentido material o
externo, más agradaba a Dios. Jesús constantemente nos dice que Dios mira sobre
todo el corazón y que es más agradable a Dios quien más ama y sirve a los demás.
Un doctor de la ley se acerca a Jesús para hacerle una pregunta. Dicho así podría
ser algo muy bueno, porque es muy bueno que nos preocupemos por preguntar
nuestras dudas de religión a quienes creemos están más preparados. Sólo con el
hecho de preguntar, si lo hacemos porque queremos mejor conseguir la vida eterna, ya
estamos haciendo un mérito grande ante Dios. Lo malo de entonces es que aquel
doctor ya sabía lo que debía hacer, o por lo menos se lo creía, y le pregunta a Jesús
para tentarle, que es como tener la pretensión de hacerle un examen y poderle poner
una calificación. Jesús aprovecha para darle, a él y a nosotros, una gran lección.
Como Jesús sabe que aquel hombre es un doctor en la Ley, le pregunta qué es lo
que está escrito y aquel doctor responde correctamente. Jesús le dice que si lo cumple
obtendrá lo que quiere, que es la vida eterna. Aquel doctor ve que todo ha sido
demasiado sencillo y le propone algo más a Jesús: ¿Quién es mi prójimo?
Esto sí tenía ya más interés, porque para los judíos “el amor al prójimo” creían que
se refería sólo para ellos, los de su raza, que no fuesen pecadores, no los extranjeros.
Jesús quiere darle una lección de amor universal. Pero no se queda en teorías, que
son tan difíciles de permanecer en la mente, sino que responde con una parábola
hermosa: la del “buen samaritano”. El amor no es sólo un enunciado bonito, sino que
debe manifestarse en la práctica: “Obras son amores y no buenas razones”.
Y como quiere decirle que el verdadero amor está por encima de los actos de culto
y de los intereses propios, le pone el ejemplo de dos personas que no sólo conocen los
actos de culto sino que parece que vienen de cumplir con sus “obligaciones” para con
Dios. Es lo que parece que quiere indicar con eso de que “bajaban de Jerusalén”. Iban
tranquilos porque habían cumplido las leyes externas para con Dios; pero no se dignan
atender al necesitado que está medio muerto. Entonces pasa un samaritano, que para
aquel doctor era como un enemigo, o quizá como un “ilegal indocumentado” y actúa
con misericordia. Ayuda de forma que nos parece casi exagerada. Eso nos parece a
los que tenemos una misericordia muy pequeña. Jesús enseña una vez más lo que
había repetido, siguiendo palabras del Ant. Testamento, que Dios quiere la misericordia
mucho más que todos los sacrificios. Es difícil a veces “detenerse”, no por curiosidad,
sino para hacer el bien, cuando se necesita socorrer. Para ello lo primero es tener
compasión, como decía san Pablo: “sufrir con el que sufre y llorar con el que llora”.
Simbólicamente Jesús es el gran samaritano, que ha venido del cielo para aliviarnos
a nosotros que estamos caídos y con tantas necesidades. A veces surgen “salvadores
de la humanidad”, que lo único que buscan es su propio provecho, faltándoles el amor.
Cuando el evangelio dice del samaritano: “se movió a compasión”, usa el evangelista
los mismos términos que cuando habla de la misericordia de Dios o de Jesucristo,
quien siendo Dios, se sacrificó por nosotros hasta la muerte de cruz. Esa misericordia
sigue derramándola hacia nosotros desde su presencia real en la Eucaristía.
Hoy también nos dice Jesús, como le dijo al doctor al terminar la parábola: “Vete y
haz tu lo mismo”. No basta con conocer lo que debemos hacer, sino que lo tenemos
que hacer. A veces cuando se habla de amar a los demás, puede haber en el fondo un
poco de diferencias entre superior e inferior. Hoy se habla del “prójimo”, que da una
idea de cercanía o de igualdad, y sobre todo de universalidad.