XVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Escuchar al “otro” y a Jesús
El día 20 de Julio hace treinta y seis años que fui ordenado sacerdote al servicio de la
Iglesia y lo celebro de manera sencilla en estos días en Bolivia con las personas con
quienes comparto la vida, la alegría y la esperanza, en medio de los sufrimientos,
especialmente con los niños en situación de calle a los que cuidamos en Oikía, nuestra
casa de acogida y con todas las personas extraordinarias que los cuidan y atienden en
un espíritu de entrega generosa.
Con gran alegría y con no menor atrevimiento permítanme los lectores compartir con
todos la fuerza que para mí tiene el texto de la Carta a los Colosenses (Col 1,24-29)
que hoy se proclama en la Iglesia, pues es lo mejor que yo personalmente puedo
comunicar como expresión de mi identidad sacerdotal en los días de mi aniversario de
ordenación y hago mías todas y cada una de las palabras del texto paulino, que a
continuación reproduzco según la traducción de la Sagrada Biblia de la Conferencia
Episcopal Española, con la pequeña variante de un cambio de orden, marcado entre
corchetes, en las palabras del versículo inicial: “Ahora me alegro de mis sufrimientos
por vosotros: así completo [*] lo que falta a los padecimientos de Cristo [en mi
carne], en favor de su cuerpo que es la Iglesia, de la cual Dios me ha nombrado
servidor, conforme al encargo que me ha sido encomendado en orden a vosotros:
llevar a plenitud la palabra de Dios, el misterio escondido desde siglos y generaciones
y revelado ahora a sus santos, a quienes Dios ha querido dar a conocer cuál es la
riqueza de la gloria de este misterio entre los gentiles, que es Cristo en vosotros, la
esperanza de la gloria. Nosotros anunciamos a ese Cristo; amonestamos a todos,
enseñamos a todos, con todos los recursos de la sabiduría, para presentarlos a todos
perfectos en Cristo. Por este motivo lucho denodadamente con su fuerza, que actúa
poderosamente en mí”.
La estructura quiástica del texto paulino permite concentrar la atención en el misterio
de Cristo, esperanza de la gloria. Ese misterio es que Cristo es el salvador para la
especie humana ya desde antes de su creación. La palabra misterio expresa que se
trata de algo grandioso y no siempre perceptible, pero profundamente real. Jesucristo,
muerto y resucitado, imagen de Dios invisible, en quien reside toda plenitud, es el
misterio revelado a todo ser humano para encontrar la esperanza de la gloria, en
medio de las vicisitudes del mundo presente.
El cambio de orden antes indicado permite resaltar lo que el orden escrupuloso del
texto original griego revela. El versículo de Col 1,24 (“Ahora me alegro de mis
sufrimientos por vosotros: así completo [*] lo que falta a los padecimientos de Cristo
[en mi carne], en favor de su cuerpo que es la Iglesia”) no indica que a la pasión de
Cristo le falte algo que debiera completar el apóstol, pues Cristo es la plenitud (cf. Col
1,19), sino que a quien le falta es al apóstol completar su itinerario, su servicio, su
actividad evangelizadora, marcada por las tribulaciones y sufrimientos que lleva
consigo la misión y que él denomina “las tribulaciones de Cristo en mi carne”; es
decir, las tribulaciones del evangelizador que reproducen las de Cristo en su manera
de vivir y de sufrir por y para el anuncio del Evangelio y para la Iglesia. Por ello la
vida sacerdotal y misionera está marcada por la Pasión de Cristo y por la gran alegría
de servir a los demás la palabra de Dios y el Evangelio de Cristo, actividad que en sí
misma, independientemente de su eficacia y de sus resultados, es con mucho lo mejor
y la causa de la alegría del ministerio sacerdotal, mediante el cual sigo anunciando
que Cristo es nuestra esperanza.
El protagonismo de la Palabra de Dios y de Cristo en nuestra vida sacerdotal o
cristiana queda de manifiesto en las escenas de acogida y de hospitalidad que hoy
tenemos en la primera lectura (Gn 18,1-10) y en el Evangelio de Marta y María que
hospedan a Jesús en su casa (Lc 10,38-42). En ambos textos podemos descubrir que
escuchar la palabra del otro es dar la mejor de las acogidas y cuando esta palabra es
la de Jesús, entonces es escoger la parte mejor. También el primer mandamiento
empieza diciendo “Escucha, Israel” (Shema` Israel: Dt 6,4), que constituye una
palabra símbolo de la fe de Israel.
En el Antiguo Testamento son muchos los pasajes en los que aparece la hospitalidad
con el forastero como un deber natural del israelita. Los patriarcas eran pastores
seminómadas y se regían por el llamado «código del desierto», un código no escrito
cuyo pilar básico era la hospitalidad con el forastero. Uno de esos relatos ejemplares
de acogida al forastero es la escena de Abrahán hospedando en su tienda, junto al
encinar de Mambré, a tres individuos desconocidos, en quienes reconoce la presencia
del Señor (Gn 18,1-16). Su hospitalidad será compensada con el favor de Dios que
concederá un hijo a su esposa Sara en la vejez. En el Evangelio de Lucas aparece otra
escena típica de hospitalidad cuando Jesús es acogido en casa de Marta y María (Lc
10,38-42). Pero la actitud de cada una de las hermanas permite destacar la
importancia de la escucha del huésped como elemento esencial en la acogida de los
otros. Marta hospedó a Jesús en su casa. Sin embargo, mientras ésta se agobia y se
preocupa de hacer muchas cosas, su hermana María, sentada a los pies del Señor,
escuchaba su palabra.
La hospitalidad y la acogida del peregrino, del forastero y del inmigrante son virtudes
esenciales en el mundo bíblico. Abraham, padre de los creyentes, judíos, cristianos y
musulmanes, es el modelo de anfitrión en el mundo cultural del Mediterráneo y en las
religiones monoteístas. Para Abraham hospedar es ver al otro, correr hacia el otro,
darse prisa, preparar la mejor comida (como en la parábola del hijo pródigo) y, sobre
todo, escuchar al otro, pues su palabra es portadora de promesas inesperadas,
sorprendentes y gratuitas. Pero en el evangelio se destaca aún más lo
verdaderamente importante: Hospedar es escuchar al huésped. En la gran casa de
Abraham de la cuenca mediterránea y en este mundo globalizado e intercultural, lo
más urgente y apremiante para vivir con justicia y en paz sigue siendo “escuchar” al
huésped y al inmigrante, escuchar al “otro” y al diferente, ya sea cristiano, musulmán
o no creyente.
El gran mensaje bíblico acerca de la hospitalidad es que el otro, el diferente, el
inmigrante, por pobre e irrelevante que parezca, siempre tiene algo que decirnos y
enseñarnos. Por eso hay que escucharle, pues sus palabras albergan las promesas de
lo inédito e inaudito. María aprende de Jesús, como verdadera discípula. En la
actividad cotidiana, a cualquier hora puede sorprendernos la llegada del Señor,
también a través del otro, del desconocido y del extraño. Es esencial en la
hospitalidad bíblica la escucha del otro. Ante las leyes restrictivas aplicadas a los
inmigrantes pobres y necesitados en los países ricos del mundo, ante las actitudes
racistas y xenófobas, manifiestas u ocultas en nuestras sociedades, hoy es importante
escuchar la voz del maestro Jesús, que, a su vez, invita a escuchar a los otros, los
inmigrantes, los diferentes, para hacer del mundo la casa común que esperamos.
Éste es, sin duda, el camino para que se cumpla la gran promesa que esperamos: la
de un cielo nuevo y una tierra nueva donde habite la justicia.
Escuchar hoy a Jesús y su mensaje, contemplar el misterio de Cristo en toda su
plenitud, y deleitarnos, como María, en la escucha del Señor, es indispensable para
seguir anunciando, entre sufrimientos y tribulaciones, que Él es para todos nosotros la
esperanza de la gloria, y para los servidores del Evangelio en la vida sacerdotal él es
la razón más profunda de la alegría. Como dice el Papa Francisco al terminar sus
discursos: No se olviden de rezar por mí en el aniversario de ordenación sacerdotal.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura.