XVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.
REGATEAR ES HUMANO
Padre Pedrojosé Ynaraja
1.- La primera lectura de la misa de este domingo, es continuación de la de la
semana pasada. Acordaos, mis queridos jóvenes lectores, que dejamos en la jaima
al patriarca Abraham con su divinos huéspedes, tres que eran uno, o uno
acompañado de dos a su servicio. Si creemos lo primero, sería una revelación
anticipada del Misterio de la Santísima Trinidad, como lo imagina la tradición
oriental. Si pensamos lo segundo, más fácil para entender el fragmento de hoy, se
trataría del Señor acompañado de dos ángeles.
2.- Estaban en la jaima y la esposa Sara escuchaba en silencio y a escondidas en
un lugar cercano, pero cuando oyó que hablaban de que iba a tener un hijo, ella,
que sabía que su vejez implicaba esterilidad, se rio. ¡reírse de Dios, qué
imprudencia! El Señor se lo recrimina, pero no la condena, es la esposa de su
amigo. Marchan de Mambré hacia oriente, el camino es de bajada, lo he hecho en
coche más de una vez. El Señor y Abraham irían a pie, pausadamente, tal como lo
exige un trayecto que en verano puede suponer 40ºC de temperatura.
3.- Para progresar en los negocios es preciso ser cauto y prudente y mantener en
secreto proyectos y posibles fracasos. En el seno de la Iglesia, entre gente de misa,
se practica con frecuencia el mismo proceder. Facilita el conseguir a corto plazo el
éxito y no perder poder. Tal proceder es muy humano, pero no es el del Dios que
se ha hecho amigo del Patriarca. A él no quiere ocultarle nada. Le habla
confidencialmente. La confidencia supone confianza, os lo digo muchas veces, mis
queridos jóvenes lectores. Y la confianza se torna exigencia, no lo olvidéis.
4.- Abraham es un beduino que practica con agilidad el arte de regatear. Baja, le
dice el Señor, a inspeccionar el proceder de las gentes que habitan junto al Mar de
la Sal o Mar Muerto. Sabe que su obrar es malvado y es preciso castigarlos. Ya que
se le ha confiado el Señor, Abraham será sincero, le descubrirá la interioridad de su
corazón. Conoce de oídas a aquellas gentes y siente una cierta compasión por ellas.
Entre otras razones, porque son convecinas de su sobrino. Seguramente la malicia
no será total, le dice. El Señor advierte: sí que lo es. Pero al menos habrá cincuenta
personas buenas, que compensen, que no se lo tome a la tremenda. Si hubiera
cincuenta, se salvarían todos… No se contenta con la respuesta y con atrevimiento
vuelve a insistir, empieza entonces el regateo. El Señor se amolda. En el Cielo no
se estila discutir, pero se compenetra con el estilo del que le acompaña… ¡qué Dios
tan humano es el que adora Abraham! Los dos amigos se separan tristes, pero la
intercesión del Patriarca no será del todo inútil. Se salvará su familia.
5.- El pasaje es muy apropiado para recordar el valor de intercesión. Puestos en la
actualidad el concepto que de muchos lugares tendrá Dios no será muy diferente al
que tuvo sobre Sodoma y Gomorra. Pero ahora, jalonando territorios, sin exhibirse,
aquí y allá, hay comunidades que en silencio adoran al Señor. Nunca se está tan
cerca de los hombres, como cuando se reza a Dios por ellos. Si fue atrevido el
proceder de Abraham, también la heroicidad de estas comunidades que interceden
sin enterarse de los resultados de sus plegarias, nos asombran y las admiramos
envidiándolas. Los pararrayos no son sólo conductores de las centellas, de continuo
descargan por sus puntas electricidad y disminuyen peligros. Así ejercen tantas
comunidades contemplativas a las que debemos estar muy agradecidos.
6.- Estábamos condenados a la desesperanza. Jesús tomó nuestros yerros, se los
hizo suyos y los clavó en la cruz, nos recuerda Pablo en el fragmento que
proclamamos hoy como segunda lectura de la misa de este domingo. La lectura
evangélica es preciosa. Nos ofrece la liturgia de hoy la versión del Padrenuestro
según el texto de Lucas. De significado idéntico al que tiene la oración que
habitualmente rezamos, pero sus palabras son algo diferentes. Esta diversidad nos
facilita que hoy ahondemos en el sentido de la oración que nos legó el Señor.
Fijaos, mis queridos jóvenes lectores que les enseña a ellos a rezar después de
haber estado Él rezando. Nuestra plegaria, dicho en términos que a algunos de
vosotros os gustará y entenderéis, es el logaritmo neperiano de la plegaria del
Señor. Infinitamente inferior pero relacionada con la de Él.
7.- Si Abraham fue pesado con su insistencia, Jesús no condena su proceder. Con
su parábola tan repleta de colorido costumbrista, nos anima a ser constantes. Aquí
es al revés de lo que os decía antes. El proceder del buen hombre refleja, elevado a
exponente infinito, el buen obrar de Dios. No solo otorga, añade algo impensable:
el don del Espíritu.