Domingo XVII TO/C
Pidan y se les dará
En medio de la actividad el Señor se muestra como un hombre de oración
El Domingo pasado, desde la experiencia con Jesús de Marta y María, que nuestra
vida cristiana ha de ser una vida de oración y acción. Ahora el Evangelio nos dice
que Jesús estaba “orando en cierto lugar”. En medio de la actividad el Señor se
muestra como un hombre de oración (Cfr. CEC 2599-2606), constituyéndose en
modelo que “con su oración atrae a la oraci￳n” ( CEC 520), ya que el discípulo que
contempla a su Maestro en oración experimenta él mismo la necesidad de orar,
experimenta el deseo de aprender de quien es el Maestro. Por ello que cuando
Jesús termina de orar le dijo uno de sus discípulos: “Se￱or, enséñanos a orar”.
El Señor no enseña “c￳mo” orar, no establece un método de oración, sino que
enseña qué decir en el momento de orar y propone una plegaria muy breve y
concreta, cuyo contenido va a lo esencial: “Cuando oren digan: “Padre, santificado
sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, perdónanos
nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos ofenden,
y no nos dejes caer en la tentaci￳n”.
Dios, a quien el Señor Jesús me enseña a dirigirme con confianza filial, no sólo es
mi Padre: es también Padre de Jesucristo, Padre mío y tuyo, de todos los que
hemos recibido la vida nueva en Cristo, es “Padre nuestro ”. Sí, el Señor nos enseña
que su Padre es también Padre nuestro y eso nos hace a ti y a mí hermanos,
verdaderamente hermanos, unidos por un vínculo más profundo que el de la
sangre, el vínculo del Espíritu que hemos recibido el día de nuestro Bautismo. Y si
somos hijos de un mismo Padre, no podemos consentir divisiones entre quienes
somos de Cristo, más aún, somos responsables los unos de los otros, somos
responsables de trabajar por nuestra unidad, por vivir reconciliados en el amor del
Señor. No hay fraternidad más profunda y real que ésa: la que se sustenta en la
dignidad y condición de ser hijos de un mismo Padre, que es Dios.
Por esto San Cipriano decía: “Ante todo, el Doctor de la paz y Maestro de la unidad
no quiso que hiciéramos una oración individual y privada, de modo que cada cual
rogara sólo por sí mismo. No decimos: “Padre mío, que estás en los cielos”, ni: “El
pan mío dámelo hoy”, ni pedimos el perdón de las ofensas sólo para cada uno de
nosotros, ni pedimos para cada uno en particular que no caigamos en la tentación y
que nos libre del mal. Nuestra oración es pública y común, y cuando oramos lo
hacemos no por uno solo, sino por todo el pueblo, ya que todo el pueblo somos
como uno solo”.
Luego de enseñar a sus discípulos esta fundamental plegaria el Señor continúa su
instrucción sobre la oración. La persistencia y la confianza han de ser sus
principales características. Con la parábola del amigo importuno enseña cuán
insistente debe ser la súplica dirigida al Padre. También Abraham muestra esa terca
insistencia al suplicar a Dios que no destruya las ciudades inicuas de Sodoma y
Gomorra, en consideración a los pocos justos que allí pudiera haber (1ª. lectura).
Jesús por su parte concluye su parábola dándoles la certeza a los discípulos de que
serán atendidos por Dios en sus plegarias: “Pidan y se les dará, busquen y
encontrarán, llamen y se les abrirá; porque quien pide recibe, quien busca
encuentra, y al que llama se le abre”.
Sin embargo, el Señor deja entrever que si no reciben lo que piden, es porque
están pidiendo algo que no conviene. La razón de no recibir lo que se pide hay que
buscarla no en que Dios no escucha, sino en que como Padre Él no dará a sus hijos
lo que no es conveniente. Y a veces, aunque no se comprenda de momento, lo más
conveniente será la Cruz a la que el Padre en sus misteriosos designios invita al
discípulo a abrazarse con firmeza. En esas circunstancias el Hijo por excelencia será
también Modelo y Maestro de cómo se ha de rezar: “Padre mío, si es posible, que
pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú” ( Mt 26,
39).
Por consiguiente, como dice san Cipriano: “Dios nos enseñó a orar no sólo con
palabras, sino también con hechos, ya que Él oraba con frecuencia, mostrando, con
el testimonio de su ejemplo, cuál ha de ser nuestra conducta en este aspecto;
leemos, en efecto: Jesús solía retirarse a despoblado para orar ; y también: Subió a
la montaña a orar, y pasó la noche orando a Dios .
María Madre y modelo de la oración de la Iglesia, tú que representas al pueblo de
Dios, enséñanos a tus hijos cómo dirigirnos a Dios para invocar su ayuda y su
apoyo en las varias situaciones de nuestra vida.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)