17ª semana del tiempo ordinario. Lunes: Mt 13, 31-35
El evangelio de san Mateo reúne en el capítulo 13 varias parábolas con que Jesús
exponía diversas facetas tratando de explicar lo que Él entendía por “Reino de Dios”.
Hoy el evangelio nos presenta dos parábolas pequeñas. Ya desde el principio de su
predicación hablaba Jesús del Reino de Dios, y muchas veces usa parábolas para
darnos a entender algún sentido. La simple formulación de estas parábolas deja más o
menos indiferentes a aquellos que no tienen mucha fe.
Por eso Jesús se las explicaba luego a sus discípulos sobre todo las más
importantes. Estas explicaciones han ido quedando en la Iglesia a través de los
tiempos por medio de los santos padres y otros grandes predicadores de la fe.
En la 1ª parábola nos habla de la mostaza, semilla sumamente pequeña que llega
a convertirse en un arbolito, de modo que los pájaros pueden poner sus nidos. Aquí
Jesús nos quiere hablar de la sencillez de la Iglesia. A veces ha pasado en cierta parte
de la Iglesia: Cuando ha buscado el poder y gloria material, se ha apartado del fin que
tiene, que es el de ayudar a fundamentar el reino de Dios.
Cuando Dios quiere hacer “grandes cosas”, busca medios sencillos y pobres, como
la Virgen María, como tantos santos. Busca entre sus predicadores o sembradores de
su palabra corazones entregados a los dones del Espíritu. Quiere decirnos Jesús que,
aunque su Reino parece poca cosa, tiene tanta potencialidad que, sin ser árbol
soberbio, sus ramas pueden acoger a todo aquel que se acerque con sincero corazón.
Jesús comienza a darnos ya un sentido universalista del Reino de Dios.
También la parábola de la mostaza quiere enseñarnos la certeza del crecimiento
del “Reino de Dios”. Si Jesús dio su vida para que el árbol de la gracia florezca en el
mundo, es cierto que tiene que crecer. A veces nosotros sólo vemos cosas “malas”
dentro de la Iglesia y nos figuramos que el árbol de la gracia está desmoronándose.
No es lo mismo “reino de Dios” e iglesia, aunque deben ir muy unidos. La Iglesia, que
somos nosotros, tiene el deber de preparar la tierra y sembrar.
La parábola de la levadura en una masa de harina se puede considerar en dos
dimensiones. Podemos verlo en cada uno de nosotros. Tenemos muchas apetencias y
la vida suele ser bastante complicada. Muchos tienen tantas ocupaciones materiales y
se sienten atraídos por tantas cosas materiales que el “Reino de Dios” no puede ser ni
levadura. De esto había hablado Jesús en la parábola del sembrador. Terminaba con
la última de las tierras: puede producir hasta el ciento por uno.
En la naturaleza no suele haber semillas que puedan rendir tanto; pero en el
espíritu, en el ambiente de los santos, la palabra de Dios y todo el hecho religioso,
aunque sea poco, como la levadura en la masa, fermenta toda la vida, de modo que la
vida y la personalidad de esa persona está completamente transfigurada por la gracia.
Podemos considerar también la dimensión social. Aquí la levadura es la Iglesia de
Dios, la institución organizada, como inicio para desarrollarse, por el mismo Jesucristo.
Comenzó de forma muy pequeña; pero al irse desarrollando, ha ido cambiando
muchas estructuras sociales. O más que cambiando, produciendo una manera de ser
de modo que las actitudes sociales, donde está la Iglesia de verdad (Iglesia-santidad)
han quedado transfiguradas.
Podemos considerar la vida de una persona santa. Es poco en medio de una
sociedad; pero es como la levadura que va cambiando la manera de ser de esa
sociedad. Mucho más si son varios los santos que juntos van siendo levadura en una
parcela del mundo. No hace falta gritar, porque la levadura actúa silenciosamente.
En este mundo está mezclado el bien y el mal. Jesús piensa ya en el triunfo final
del bien cuando la humanidad haya sido transformada en el bien total y definitivo,
porque ha llegado la plenitud de los tiempos.