17ª semana del tiempo ordinario. Viernes: Mt 13, 54-58
Esta escena la narra san Marcos, en el domingo 14 ordinario del ciclo B. De allí
podemos sacar algunas ideas.
San Mateo, que presenta su evangelio como por temas, ha terminado una parte en
que nos presenta parábolas de Jesús. Ahora va a exponer diversos hechos de la vida
apostólica de Jesús. Y comienza con este viaje a su pueblo de Nazaret. En esta acción
apostólica se especifica cómo Jesús es “signo de contradicción”. Unos estarán a favor,
como son especialmente los que forman la multitud de gente sencilla, y otros estarán
en contra, como son principalmente los fariseos, cumplidores meticulosos de la Ley,
pero en su faceta de preceptos externos.
Esta contradicción la vemos cuando Jesús predica en la sinagoga de Nazaret.
Habla ante familiares y allegados, que le quieren de verdad, pero también ante
compañeros antiguos que están llenos de envidia.
Encontramos primeramente en Nazaret gente que se asombra. El asombro puede
ser bueno cuando hay rectitud de intención y sobre todo amor en el corazón. Pero ese
asombro puede convertirse hasta en odio cuando en el corazón hay soberbia y envidia
por el bien ajeno.
Por eso lo malo en nosotros está cuando nos encerramos en nuestras ideas, y
nuestro egoísmo no nos deja comprender las ideas ajenas. Esto les pasó a varios en
Nazaret. Se habían encerrado en la idea de un mesías poderoso, que viniera a
salvarles de una opresión meramente material. Por eso no podían comprender cómo
Dios quiere y pretende nuestra salvación con las armas del amor y del sacrificio.
Algo así nos puede pasar a nosotros, cuando queremos ver a Dios sólo en cosas
espectaculares o en el triunfo humano. Cuando uno busca el triunfo humano, de hecho
está buscando el descenso o el fracaso ajeno. Esto va contra el amor y la preocupación
por la salvación de todos. Debemos saber reconocer la presencia de Dios en la
humildad y la sencillez, cuando hay mucho amor hacia el prójimo.
Dice el evangelio que Jesús no pudo hacer allí muchos milagros por la falta de fe.
Dios no fuerza a nadie, sino que respeta la libertad. Una enseñanza para nosotros es
que a veces creemos que Dios nos va a hablar sólo por medio de alguna persona
privilegiada, de gran prestigio, con grandes dotes para realizar grandes discursos. Y no
nos damos cuenta que muchas veces Dios nos quiere hablar por medio de una
persona sencilla, que nos expone, de forma sencilla, su experiencia hacia Dios o
simplemente nos dice alguna advertencia con sinceridad y amor. A veces creemos
también que tiene que ser una persona que venga de fuera la que debe guiarnos hacia
Dios, cuando en verdad muchas veces Dios quiere guiarnos a través de los que
tenemos muy cerca, quizá en la propia casa.
Hay personas importantes que a veces más que hablar del Dios bueno, nos hablan
de ellos mismos y no nos transparentan la luz de Dios. Mucho más importante es el
testimonio de alguien que, quizá sin saber hablar muy bien, vive la presencia de Dios y
tiene encuentros de amor con Dios y deseos de hacer el bien a los demás.
A veces, como los de Nazaret, nos dejamos llevar por el sentimiento de que a esa
persona, que nos va a decir algo conducente hacia Dios, la conocemos desde hace
muchos años. Y no nos damos cuenta que las personas pueden cambiar, y que sin
saberlo nosotros, Dios ha actuado fuertemente en su corazón.
Seamos más dóciles a la gracia de Dios, que se derrama de muchas formas, y Dios
podrá hacer maravillas en nosotros. Claro que serán maravillas de las que quizá nadie
se va a enterar; pero Dios sí se entera muy bien. Lo experimentaremos en el encuentro
definitivo con Dios, porque por medio de nosotros quizá ha hecho maravillas en otras
muchas personas.