18ª semana del tiempo ordinario. Martes: Mt 14, 22-36
El evangelio de hoy comienza con el final de la multiplicación de los panes y peces.
Dice que Jesús “oblig￳” a los ap￳stoles a subir a la barca para cruzar el lago, mientras
despedía a la gente y se marchaba solo por dentro del monte a orar. El evangelista san
Juan nos da la razón del porqué despide a la gente y, podríamos decir, que de una
manera brusca y rápida. Es porque la gente, entusiasmada por lo que Jesús había
hecho, le quería proclamar como rey. Eso iba contra toda la manera de pensar y actuar
de Jesús, ya que El había venido a salvarnos no por la gloria humana, sino por el amor,
manifestado en el servicio constante de la caridad a los pobres y enfermos.
Era también como una tentación, a la que había que vencer. Y Jesús nos enseña en
varios momentos de su vida que hay tentaciones que deben ser vencidas con una
determinación fuerte y con la oración. Por eso quiere retirarse a orar. Primero, con gran
determinación manda a los apóstoles que se vayan de aquel lugar. Tiene que obligarles
a subir a la barca, ya que con toda seguridad, por lo menos algunos de ellos, serían
como los cabecillas de aquel entusiasmo por el reino mesiánico material.
Y se retira a orar. Esta es una gran enseñanza para nosotros. Tenemos muchas
tentaciones y una de ellas es el afán de triunfalismo o el poner en primer plano del
apostolado los medios materiales. En el apostolado debemos orar y actuar; pero
solemos dar más atención al actuar que al orar. La Iglesia, siguiendo a Jesús, nos
enseña la importancia de estar muchos momentos a solas con Dios.
Los apóstoles se habían embarcado sin Jesús. En su corazón debían levantarse
grandes tempestades. En aquel momento varios debían estar muy perplejos pensando
en la oportunidad perdida para comenzar el reino del Mesías. Era importante ganar a la
gente, y eso ya lo tenían. Pensaban no comprender a Jesús. Seguro que algunos se
sintieron defraudados. En el evangelio muchas cosas se dicen en parábolas, y a veces
encontramos parábolas vivientes. También Jesús les quiere dar a los apóstoles una
gran lección para serenarles el espíritu y hacerles aumentar la confianza en El.
Y se produce una gran tempestad en el lago. Y ellos temen que la barca se hunda.
Además están sin Jesús, que les daría mayor confianza. En esto ven algo que se
acerca por el mar. Creen que es un fantasma. Pero Jesús les habla: “Tened confianza,
soy yo, no temáis”. Es Pedro, como otras veces, el primero que se atreve a responder.
Su confianza es muy limitada. Quiere tener una prueba, y le parece que puede ser el
hecho de poder él caminar sobre el agua. Y efectivamente con el mandato del Señor
camina. Pero su confianza es limitada y teme al viento, duda y comienza a hundirse.
Entonces clama: “Se￱or, sálvame”. Y Jesús le tiende la mano, inculpándole sobre la
poca fe, suben a la barca y todo se pone en paz: las tempestades y sus corazones.
Nosotros también como los ap￳stoles muchas veces caminamos “con viento
contrario en medio de la oscuridad”. Algunas veces es por el ambiente contrario a las
cosas del espíritu que podemos ver a nuestro alrededor, otras veces son las pasiones
que se levantan dentro de nosotros mismos. Deberemos gritar: “Se￱or, sálvanos”. Por
muchas tormentas que haya, hasta podemos caminar sobre las aguas, si confiamos en
Jesús. Sólo cuando nos miramos a nosotros mismos es que nos hundimos.
La barca en medio de las olas agitadas simboliza también a la Iglesia. Hay lugares
donde ha florecido y sin embargo hoy parece que todo se hunde. Confiemos en Jesús
que siempre está en su Iglesia. A veces permite, por nuestra maldad, que en un sitio se
hunda, pero podemos ver que en otros varios se alza con más vigor. Por nuestra parte
debemos insistir más en la oración, que no es sólo pedir, sino vivir unidos más en el
amor a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, con quien hablamos. Y alabando a Jesús,
proclamando, como termina hoy el evangelio, que El verdaderamente es el hijo de
Dios. Y por eso El sabe bien lo que hace con nuestras vidas con infinito amor.