19ª semana del tiempo ordinario. Domingo C: Lc 12, 32-48
Había estado Jesús hablando sobre los que buscan almacenar tesoros para la
tierra, exhortándonos a almacenar tesoros para la vida eterna. Y nos decía que
busquemos sobre todo el Reino de Dios y todo lo demás se nos dará por añadidura.
Ahora va a ir a lo práctico para poderlo realizar. Lo primero es poner el corazón en lo
que vale la pena. Para ello es saber distinguir entre diferentes finalidades o ideales.
Hay muchas cosas que nos inducen a los goces temporales; pero hay algunas que nos
apartan del fin principal, que es nuestra salvación eterna. Por eso debemos examinar
dónde ponemos el corazón, porque allí estará nuestro verdadero tesoro.
Comienza hoy Jesús poniendo paz en el pequeño grupo que le sigue. Esto es
porque a veces las palabras anteriores nos pueden quitar la paz, sea por lo duras que
nos pueden parecer o porque nos sentimos débiles para poner el tesoro en algo que es
contrario a lo que vemos continuamente en el ambiente. Muchas veces vemos a Jesús
dando paz antes y después de la resurrección. En medio de la dificultad en seguirle,
debemos reconocer que Dios es bueno y siempre nos acompaña en la vida.
Para conseguir que nuestro tesoro sea lo que nos puede llevar más directamente a
la vida eterna y feliz, necesitamos dos grandes virtudes: desprendimiento y vigilancia.
Del desprendimiento nos habla Jesús en varias ocasiones. Con el desprendimiento va
junto siempre el compartir, el ser compasivos con los necesitados, comenzando por ser
justos en nuestras cosas y muy solidarios y servidores de los demás.
Pero hoy se insiste más en la vigilancia. Jesús ha insistido en no tener miedo
aunque haya muchas cosas que nos induzcan a poner nuestro tesoro en las cosas de
la tierra. Por eso hay que vigilar, que significa estar despierto para ver bien cuáles son
las cosas que nos pueden ayudar o nos pueden perturbar para lo más necesario, que
es conseguir la salvación eterna. Y no sólo conseguirla, sino adelantar cada día más en
la gracia, que nos dará esa salvación. Vigilar es caminar siempre hacia lo positivo.
Hoy Jesús nos dice que debemos estar vigilantes por medio de tres parábolas o
ejemplos: Nos dice que debemos estar atentos como los criados, cuando esperan a su
amo, que se ha ido de viaje y no saben la hora de la vuelta. O debemos cuidar la casa
por si viene un ladrón. Por eso solemos cerrar bien las puertas. O también debemos
tener nuestra vida en regla, como un buen administrador que tiene las cuentas al día,
por si su amo en cualquier momento se las pide. Así debemos tener el alma preparada,
por si nuestro Señor viene a pedirnos cuentas. Esto no es para que vivamos con miedo
como temiendo al castigo. Dios, más que amo, es nuestro Padre bueno. Lo que quiere
es que estemos siempre “con las lámparas encendidas”, que es la fe y las buenas
obras. Si así lo hacemos, debemos llenarnos de alegría ante la venida del Señor.
Algo que debemos tener en cuenta es que nuestra vida es de paso; que, como a
veces cantamos, somos “pueblo peregrino” que vamos hacia Dios. Vigilar, por lo tanto,
es no vivir como “instalados”. Esto lo creemos, pero es difícil vivirlo. Debemos ser
consecuentes con nuestras creencias, de que venimos de Dios y vamos hacia El.
La vigilancia va unida a la esperanza de poseer un día más ampliamente a Dios,
que es la totalidad de la felicidad. Esa esperanza debe ir acompañada con la fidelidad y
responsabilidad en los trabajos de cada día. No es que neguemos el valor de los
trabajos materiales, sino que sabemos tienen un valor mayor cuando están hechos en
medio del amor hacia nuestro Padre Dios y nuestros hermanos. Vigilar es esperar,
cumpliendo siempre la voluntad de Dios, manifestada por sus mandamientos y
enseñanzas de Jesús en el Evangelio. San Pedro le pregunta a Jesús si eso que está
diciendo es para todos o sólo para ellos. Es para todos; pero aquel que ha recibido más
luces de enseñanza debe tener más responsabilidad. Si no lo cumple, tendrá más
castigo; pero si lo cumple, su premio eterno será mucho mayor.