Domingo XIX del TO/C
(Lc. 12, 32-48)
“Fe es seguridad de lo que se espera…
“En confiada y vigilante espera”, así podemos resumir el contenido principal del
mensaje litúrgico de hoy. Esta es la actitud de Abrahán y Sara, y de todos aquellos
que murieron en espera de la promesa hecha por Dios (segunda lectura). Esta es la
actitud de los descendientes de los patriarcas, esperando con confianza, en medio
de duros trabajos, la noche de la liberación (primera lectura). Esta es la actitud del
cristiano en este mundo, entregado a sus quehaceres diarios, esperando con
corazón vigilante la llegada de su Señor (Evangelio).
“La fe es seguridad de lo que se espera y prueba de lo que no se ve” (Hb 11,1).
Con estas palabras nos habla el autor de la Carta a los Hebreos, en la segunda
lectura de la Misa de hoy. La fe, que hace pasar al hombre del mundo de las cosas
visibles a la realidad invisible de Dios y a la vida eterna, asemeja a aquel camino al
que fue llamado por Dios a Abraham (calificado por eso como “padre de todos los
creyentes”, cfr. Rm 4,11; 4,12). A continuación leemos en la Carta a los Hebreos:
“Por la fe obedeció Abraham a la llamada, y salió hacia la tierra que iba a recibir en
heredad. Salió sin saber dónde iba. Por fe vivió como extranjero en la tierra
prometida… (Hebr 11,8-9). Sí; así es. La fe es el peregrinaje espiritual en el que el
hombre se encamina, siguiendo la Palabra de Dios viviente, para llegar a la tierra
de la paz prometida y de la felicidad, a la unión con Dios cara a cara; a esa unión
que llenará, en el corazón humano, el hambre y la sed más profundas: el hambre
de la verdad y la sed del amor”.
Por eso, como escuchamos seguidamente en la liturgia de este domingo, la actitud
de espíritu, que debe tener el creyente, es la actitud de vigilancia: “Esten
preparados, porque a la hora que menos piensen vendrá el Hijo del hombre” (Lc
12,40). Una vigilancia así es también la expresión de la aspiración espiritual hacia
Dios mediante la fe.
Aprendamos ese andar más allá del horizonte de las cosas visibles hacia la realidad
invisible de Dios, para abrazar, con nuestro corazón humano, “las grandes obras de
Dios” (He 2,11). Aprendamos la fe sencilla, incluso como de niños y, al mismo
tiempo, consciente, madura y comprobada. La fe que esta nuestra época exige de
nosotros los cristianos. La fe manifiesta y valiente. La fe llena de esperanza. La fe
que produce las buenas obras: “la fe mediante la caridad” (cfr. Gal 5,6).
Jesús nos exhorta a la vigilancia porque el amor nunca duerme (Cf Cant 5,2), y, no
debemos olvidarlo, el enemigo está siempre al acecho (Cf 1 Pe 5, 8). Quien ama de
verdad está siempre pendiente del ser querido, velando el sueño del hijo enfermo…
El cristiano debe aguardar confiadamente al Señor que puede presentarse en
cualquier momento. “Y como no conocemos ni el día ni la hora, es necesario, según
la amonestación del Señor, que vigilemos constantemente para que, terminado el
plazo de nuestra vida terrena (Heb 9,27), merezcamos entrar con Él a las bodas y
ser contados entre los elegidos” (L. G., 48).
“A la vigilancia se opone la negligencia o falta de solicitud que procede de cierta
desgana de la voluntad” (S. Tomás de Aquino). Estamos vigilantes cuando hemos
adquirido el hábito de preguntarnos a lo largo de la jornada: ¿estoy haciendo lo que
debo y estoy en lo que hago poniendo los cinco sentidos?
Espíritu de examen que nos lleve igualmente a dedicar unos minutos, antes de
entregarnos al descanso, para hacer balance del día y analizar cómo nos hemos
comportado con Dios, con los demás, y con qué intensidad y sentido de la justicia
hemos realizado nuestro tarea cotidiana.
“Mira tu conducta con detenimiento, aconseja S. Josemaría Escrivá. Verás que estás
lleno de errores, que te hacen daño a ti y quizá también a los que te rodean.
Recuerda, hijo, que no son menos importantes los microbios que las fieras. Y tú
cultivas esos errores, esas equivocaciones -como se cultivan los microbios en el
laboratorio-… Y, después, esos focos infectan el ambiente”.
¡Cuántas veces los pequeños y continuos descuidos han llevado a fracasos ruidosos!
“Nadie atribuya su descarrío, nos dice Casiano, a un repentino derrumbamiento… El
derrumbamiento -se lee en los Proverbios- viene precedido de un deterioro, y éste
por un mal pensamiento (Prov 16,18). Sucede lo mismo que con una casa: se viene
abajo un buen día sólo en virtud de un antiguo defecto en los cimientos, o por una
desidia prolongada de sus moradores. Gotitas muy pequeñas penetran
imperceptiblemente corroyendo los soportes del techo; y gracias a esa falta de
atención repetida, se agrandan los boquetes y los desperfectos. Después la lluvia y
la tempestad penetran a mares”.
La Virgen María, que desde el cielo vela sobre nosotros, nos ayude a no olvidar que
aquí, en la tierra, estamos sólo de paso, y nos enseñe a prepararnos para encontrar
a Jesús, que “está sentado a la derecha de Dios Padre todopoderoso y desde allí ha
de venir a juzgar a vivos y muertos”.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)