21ª semana del tiempo ordinario. Domingo C: Lc 13, 12-20
Es bueno que preguntemos cuando no sabemos o dudamos en cosas de religión. A
Jesús muchas veces le preguntaban, y se alegraba y respondía cuando veía que las
preguntas provenían de una buena voluntad, como cuando los apóstoles le
preguntaban sobre el significado de algunas parábolas. El problema estaba cuando le
preguntaban para ponerlo a prueba, como si fuese una trampa, o simplemente por
curiosidad, como en el evangelio de hoy: “¿Son pocos los que se salvan?” Así pasa
hoy con muchas noticias y comentarios sobre la religión: Muchas veces sólo se busca
lo externo y lo que pretende satisfacer la curiosidad. En la vida también se suele
atender a cosas ociosas, dejando de lado los auténticos problemas de la vida.
¿Por qué tendría aquel hombre esa curiosidad? Podía provenir por dos razones: 1)
Porque había una tendencia de ver a Dios como demasiado justiciero y hasta
vengativo; sin embargo Jesús predicaba un Dios que es Padre lleno de bondad para
con todos. 2) Porque los judíos eran pocos respecto al resto del mundo, y ellos creían
que eran los únicos que podían salvarse. Sin embargo Jesús predicaba el amor de
Dios universal para todos. Hoy también muchos se hacen la misma pregunta, y hasta
sacan conclusiones “a la letra” de la Biblia, como los testigos de Jehová que dicen que
sólo se salvan 144 mil., sin pensar en los números simbólicos de la Biblia. De esa
manera tendría que estar ya muy “cerrado” el cielo.
Jesús no responde directamente a estas preguntas, las tramposas y las curiosas.
Pero aprovecha la pregunta para darnos una gran doctrina. No responde sobre cuántos
se salvarán, pero nos dice lo que tenemos que hacer para salvarnos. Y nos dice dos
cosas fundamentales: Que el hecho de salvarse no depende de la raza o asociación a
la que se pertenece, y que hay que esforzarse por cumplir sus mensajes de salvación.
No importa a qué raza se pertenezca. Esto se lo decía Jesús especialmente a los
judíos, ya que los fariseos y maestros de la ley ponían la perfección en cumplir, aunque
fuese sólo de forma externa, multitud de preceptos que ellos se habían inventado.
Claro, los paganos no los cumplían sencillamente porque no los sabían. Y por eso
estaban excluidos de la salvación. Jesús va a hablar claramente diciendo que, aunque
sea difícil, Dios quiere que todos se salven. Y de hecho habrá muchas personas, de
todas las partes del mundo, que “se sentarán en el Reino de Dios”. De modo que
muchos que son los últimos, para los judíos, serán los primeros, mientras que otros que
se tienen por primeros, serán los últimos. Para Dios no hay distinción de razas.
Lo más tremendo será que muchos que en la vida se han tenido como amigos de
Jesús, porque han pertenecido a la Iglesia y hasta han practicado sacramentos y la
oraci￳n, pueden quedarse por fuera porque no han sabido pasar por la “puerta
estrecha”. Tendrá que ser para éstos trágico verse rechazados por el mismo Jesús. En
otras ocasiones había insistido en lo mismo, como cuando dijo: “No todo el que me
diga: Se￱or, Se￱or, entrará en el cielo, sino quien haga la voluntad de mi Padre”.
La puerta estrecha puede ser símbolo de austeridad, humildad y desprendimiento.
Es el cumplir los mandamientos, sobre todo el amor, y es vivir con el espíritu de las
bienaventuranzas. Salvarse no es sólo escuchar a Jesús y aun hablar con El, sino
seguirle, ya que El es el “camino” que nos lleva a la verdadera puerta de salvaci￳n.
Hoy también nos dice Jesús que no es fácil, de modo que hay que “forcejear” o
hacer fuerza para entrar por esa puerta. El mensaje no es para tener miedo, sino para
que tengamos responsabilidad y estemos en ambiente de conversión.
La puerta la solemos hacer estrecha nosotros mismos con nuestros vicios y nuestro
egoísmo; pero Dios la quiere abrir a todos. Allí no hay plazas limitadas y no hay miedo
de que no quepamos todos. Lo que sí necesitamos es cumplir la voluntad de Dios, que
es seguir los mensajes de Jesús, especialmente el mandamiento del amor.