15 de Agosto. ASUNCION de María: Lc 1, 39-56
Hay dos fechas en el calendario de la Iglesia universal que marcan todo el
esplendor espiritual de María: es el comienzo y el final de toda su existencia en esta
tierra: la Inmaculada Concepción y la Asunción al Cielo. En diferentes pueblos y en
varias naciones hay advocaciones marianas que encierran en sí toda la vida y belleza
espiritual de María y por lo tanto todo eso lo celebran en fechas determinadas; pero en
la Iglesia universal estas dos son las dos grandes celebraciones en honor a María. A
ellas dos podemos añadir el 1 de Enero, fiesta de la Madre de Dios.
La Asunción es una fiesta muy antigua y expresa un sentimiento del pueblo
cristiano. No lo narra el Nuevo Testamento, pero se fue trasmitiendo en el pueblo
cristiano, de modo que se levantaron muchos templos y catedrales en honor de María
en su Asunción. Desde 1950 es dogma de fe, cuando el papa Pío XII, habiendo
escuchado el parecer de toda la Iglesia, determinó que todos lo tenemos que creer.
Asunción al Cielo, significa que fue a gozar con Dios en el Cielo en cuerpo y alma,
con todo su ser humano. No se trata de si hizo un viaje por los aires o qué dirección
tomó. Es una manera simbólica o metafórica de expresar la gran verdad de que todo su
ser comienza a vivir una vida más especial en la presencia de Dios. El papa no quiso
determinar si esto fue en el momento de la muerte o tuvo una resurrección semejante a
la de Jesucristo. S￳lo dijo: “cumplido el curso de su vida mortal”. Eso nos basta para
que en este día nos gocemos por la grandeza que Dios ha realizado con su madre.
Alabemos con ella a Dios por este gran beneficio y avivemos nuestra esperanza de
poder un día estar gozando con nuestra Madre en el Cielo.
Para poder llegar un día también nosotros al Cielo, hoy la Iglesia nos invita a imitar
lo más posible la vida de María. No es mucho lo que los evangelios nos cuentan sobre
su vida, ya que lo principal que intentaban era reproducir la doctrina de Jesús. Pero hay
datos muy expresivos. Hoy en el evangelio se nos narra la visita que hizo María a su
prima Isabel. María se había enterado por el ángel de la Anunciación, que su prima, ya
con muchos años, estaba esperando a un niño y ya estaba en el sexto mes. María
piensa en atenderla durante esos últimos tres meses y va “de prisa” hacia la monta￱a,
donde vivía Isabel. Nos muestra en primer lugar la caridad, que en cierto sentido es
olvido de sus propias necesidades para atender a las necesidades del prójimo.
También nos enseña la alegría, el optimismo y la esperanza. Este gozo se expresa con
ese ir “de prisa”, en el sentido material y espiritual. Y con gozo porque dentro de sí
tenía ya a Jesús. Nuestra vida debe estar llena de gozo sabiendo que dentro de
nuestro ser habita la Stma. Trinidad, y especialmente en la comunión con Jesús.
Este gozo se hizo palabra en el saludo de María y en la felicitación de Isabel
cuando, llena del Espíritu Santo, comprendió quién era la que venía a visitarla. María
ya estaba llena del Espíritu Santo, porque tenía en sí a Jesús, Hijo de Dios. Y donde
está Jesús tiene que estar el Espíritu Santo. Por eso María en su respuesta habla con
la virtud y gracia del Espíritu, glorificando a Dios, con la oración del Magnificat.
En el Magnificat aparece la acción de Dios sobre ella: “Mir￳ la humillaci￳n de su
esclava e hizo cosas grandes”. Dios mira al humilde para dar. Le había dado cosas
grandes: ser Inmaculada, llena de gracia, corredentora, medianera universal de las
gracias y por fin la daría el llevarla al Cielo en cuerpo y alma. Aparece la acción de
María para con Dios, que es alabar y dar gracias, que es reconocer que todo lo que
tiene es recibido de la bondad de Dios. Y aparece nuestra acción para con María:
“Desde ahora me felicitarán todas las generaciones”. Estas alabanzas que hoy damos
a María en definitiva son para Dios, autor de todas las bondades. Y muestra también
nuestra esperanza de que, si seguimos sus pasos en esta vida, como Cristo resucitó
primero, también nuestra vida terminará en una resurrección eterna.