20ª semana del tiempo ordinario. Martes: Mt 19, 23-30
Acababa de marcharse el joven rico ante la propuesta de Jesús de seguirle dejando
todo lo material. Se marchaba triste, porque estaba muy apegado a las riquezas.
También Jesús se quedó triste; pero aprovecha ese suceso para hacer dos reflexiones:
una acerca de los que están apegados a las riquezas y otra, debido al planteamiento
de Pedro, sobre las recompensas que van a tener los que le sigan.
Jesús, como otras veces en el evangelio, nos señala la dificultad que tienen los
ricos para entrar en la vida eterna. Y para que lo entiendan mejor, les dice una frase
que, según parece, era un dicho popular típicamente exagerado al estilo oriental para
significar algo imposible: “Es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja...”
A veces Jesús decía frases un poco chocantes o que según nuestra mentalidad nos
parecen exageradas, para excitar la atención en la gente. Según algunos, significaba
una gran dificultad, como lo era el pasar un camello por una puerta pequeña o, como
dicen otros, que aquí la palabra “camello” era una maroma o soga para atar las barcas,
por lo cual era muy difícil que pasase por una aguja. Lo que asusta a los apóstoles es
que este proverbio lo aplique Jesús a los ricos que quieran salvarse. Quizá Pedro y sus
compañeros pensaban en lo que el Ant. Test. decía sobre las riquezas que eran una
bendición de Dios y signo de la participación en el Reino. Pero también es verdad que
ya los profetas habían hecho reflexionar cómo las riquezas eran muchas veces un
enorme obstáculo en el camino hacia el Reino de Dios.
Las riquezas no son malas en sí, porque con ellas se puede hacer mucho bien.
Pero decía Jesús que pueden ser malas por tres causas: 1- Según su origen, pues
pueden haber sido adquiridas injustamente; 2- Según su empleo: si son malgastadas
egoístamente sin tener en cuenta a los pobres; 3- Según su riesgo: porque suelen
endurecer el corazón para los verdaderos valores espirituales. La pobreza evangélica
no consiste tanto en no poseer bienes materiales, cuanto en ser humilde ante Dios,
sentirse necesitado de El, ser desprendido, tener caridad generosa. Porque también
hay gente con muy poco dinero que se siente demasiado atado a las pocas cosas que
tiene. Lo importante es saber desarrollar los talentos que Dios nos ha dado para que la
sociedad progrese y para que todos tengan una vida más humana.
Las palabras de Jesús les parecieron a los apóstoles duras e impracticables.
Entonces Pedro, que era más voluntarioso, quizá para consolar al Maestro, le recuerda
que él y sus compañeros sí han cumplido con las condiciones que le ha propuesto a
aquel joven rico. Sin embargo todavía espera recompensas. Estaría pensando en los
tronos que creían iban a tener en Jerusalén. Jesús contesta sobre las recompensas:
primero para los apóstoles y luego para todos los que le sigan. A los apóstoles les
promete 12 tronos para juzgar a Israel. Es posible que hablase en sentido simbólico del
tiempo después de la Resurrección, por el nuevo modo de vida creado por el Reino,
cuando ellos con su vida apostólica y cristiana servirán como juicio del antiguo Israel.
De todas las maneras Dios nos dice a todos que, si seguimos desprendidamente a
Jesús, no le ganaremos en generosidad, pues nos recompensará ampliamente. Es
importante saberlo, porque hay muchas clases de riquezas a las que uno puede estar
apegado. Están en primer lugar los bienes materiales; pero hay otros bienes que
pueden impedir el acercamiento a Dios, como es estar apegado a la demasiada honra
o fama, a los honores y hasta a los gustos espirituales.
Cuando los apóstoles dicen a Jesús: ¿Quién podrá salvarse?, es posible que estén
pensando en la subsistencia diaria, si no hay ningún rico en el grupo. La respuesta de
Jesús sería algo parecido a “Dios proveerá”. De todas las maneras nos deja hoy Jesús
el mensaje de que el buen cristiano debe amar la sobriedad y la templanza, debe saber
restringir los gastos superfluos, no crearse falsas necesidades, sino vivir desprendido.