20ª semana del tiempo ordinario. Miércoles: Mt 20, 1-16
Hoy consideramos una parábola en la que, como en la mayoría de ellas,
encontramos datos o elementos, sacados de la vida, que son un poco raros, como para
excitar un poco más el interés; pero que lo más importante es ver el mensaje que Jesús
quería dar a aquellas gentes y a todos nosotros. Nos parece raro que un amo de la viña
siga buscando trabajadores hasta una hora antes de terminar la jornada laboral, y que
les pague lo mismo a los últimos como a los primeros. Casi nos dan ganas de decir,
como decían los primerizos, que eso es una injusticia.
Pero la parábola no pretende defender una justicia social ni los salarios arbitrarios,
según el capricho del patrón. Hoy quiere defender Jesús la magnanimidad de Dios
Padre, que ama a todos y que, como dice en otra ocasión, hace salir el sol sobre
buenos y malos. Jesús está contradiciendo la posición de los escribas y fariseos, que
despreciaban a los paganos y se creían que, por haber sido en un tiempo pueblo
elegido por Dios, debían seguir siendo siempre predilectos de las gracias de Dios. Esta
idea la recogió especialmente el apóstol y evangelista san Mateo, ya que su evangelio
lo escribía a los judíos que se habían convertido; y muchos de ellos tenían envidia de
que las gracias de Dios vinieran también e igualmente sobre los paganos. De hecho
esta parábola sólo la dice este evangelista. Un poco de esta mentalidad de los escribas
se les había pegado a los apóstoles cuando, por medio de Pedro, expresan que
esperan un premio mayor al haber dejado todo por seguir a Jesús.
Trasladando el mensaje a nosotros, podemos ver dos aspectos: uno es el particular
de la gracia hacia nosotros, de modo que unos son cristianos practicantes desde niños,
mientras que otros han escuchado la llamada para seguir a Cristo de jóvenes, en edad
adulta o quizá ya en la vejez. Otro aspecto es el trabajo apostólico. Debemos saber que
por el hecho de ser bautizados, ya Dios nos manda a trabajar en su viña, en la Iglesia,
en el mundo, para llevarle frutos entre la humanidad. Unos trabajan en las cosas de la
Iglesia quizá desde jóvenes, otros en edad adulta o de muy mayores. Siempre el
premio será maravilloso, porque será la vida eterna. Pero a veces nos puede entrar la
envidia. Y eso que vemos muy poco de lo que Dios da a cada uno. A veces nos parece
falta de justicia que a uno que lleva poco tiempo trabajando por la Iglesia se le dé un
puesto o un aplauso mayor que el que merecemos nosotros, si hemos estado
trabajando toda la vida. La parábola, como dije, no trata de la justicia al modo humano,
sino de la grandeza del amor de Dios, que supera todos nuestros juicios.
Se trata de subrayar la absoluta gratuidad de la gracia de Dios, que llama cuando
quiere y cuya generosidad debe suscitar admiración. De hecho los primerizos no
hubieran protestado si no hubieran visto dar la paga a los de la última hora, ya que a
ellos se les daba lo prometido. Pero lo que Jesús más se lamenta es por la envidia que
se tiene ante los más favorecidos y que se enjuicia a Dios, como si faltase a la justicia.
Es algo así como la queja del hermano mayor del hijo pródigo ante la bondad del
padre. O cuando el profeta Jonás reprocha a Dios, porque ha perdonado a Nínive. Por
eso es una invitación para que ensanchemos el corazón hasta poder abarcar los límites
de Dios que son infinitos.
Dios va llamando a todos los pueblos a la verdadera felicidad. Es muy posible que
naciones atrasadas en lo material, sientan más esa delicadeza de Dios, que reparte
con largueza. No se trata de esperar la última llamada de Dios al fin de nuestra vida,
sino de dar gracias siempre por las llamadas continuas de Dios y alegrarnos cuando
vemos que personas nuevas y pueblos nuevos en esto de la fe van correspondiendo a
todas esas gracias que con abundancia Dios les da en lo que nos parece “última hora”.
Aquellos últimos recibieron la paga porque se fiaron del patrón. Trabajemos sin fijarnos
en los méritos, ya que Dios nos dará inmensamente más que lo que merecemos.