20ª semana del tiempo ordinario. Sábado: Mt 23, 1-12
San Mateo escribe su evangelio un poco como por temas: a veces reúne doctrina
en forma de sermones, otras veces agrupa milagros o parábolas. Ahora agrupa
palabras o frases en contra del proceder de los fariseos. Son palabras duras,
especialmente las que prosiguen al evangelio de este día.
San Mateo, que dirige su evangelio especialmente a los judíos que se habían
convertido, seguramente está comprobando cómo entre los nuevos cristianos se habría
filtrado la manera hipócrita de actuar de los fariseos en cuanto a los actos de religión,
que debieran ser de culto y honor a Dios. Por eso recuerda, más que otros
evangelistas, palabras de Jesús que van en contra de esta hipocresía farisaica.
Hoy Jesús habla a la gente. Les dice que los fariseos se sienten como los dueños
de la explicación de la palabra de Dios. Esto se indica por la frase de que “se han
sentado en la cátedra de Moisés”. Se llamaba así al lugar de la sinagoga desde donde
se comentaba la palabra que había sido proclamada. De suyo, según el Antiguo
Testamento, esa cátedra sólo debía ser usada por los sacerdotes; pero de hecho era
usada por quien se creía entendido en la palabra de Dios.
Jesús no culpa de esto a los fariseos. Es más, parece que Jesús les acepta como
maestros legítimos de la Ley. Por eso le dice a la gente que debe seguir lo que ellos
dicen. Lo malo está en que esos fariseos y letrados no cumplen con lo que dicen a la
gente. Y lo peor es que a la gente le quieren poner “fardos pesados e insoportables”,
mientras que ellos “no están dispuestos a mover un dedo para empujar”.
Esto es lo que se llama ser hipócritas. Es algo que Jesús recrimina a los fariseos,
pero que nos debe poner a nosotros en alerta. La hipocresía era el gran pecado de los
fariseos. Creían complacer a Dios por medio del cumplimiento de prácticas externas,
mientras que su corazón estaba lejos de Dios. Y Jesús va delatando esa hipocresía
con hechos concretos, como por ejemplo alargar las filacterias. Estos eran pequeños
recuerdos de la Ley que llevaban algunos para demostrar su respeto a la Ley; pero los
fariseos lo ampliaban para que la gente les honrasen a ellos y fueran más estimados.
Podríamos decir que no les importa lo que Dios piense de ellos, sino lo que piense
la gente. Esto les llevaba a una gran vanidad y presunción. Por eso, cuando había un
banquete, buscaban los primeros puestos o simplemente tener un puesto más
honorable en la sinagoga. Es lo contrario de lo que enseñaría Jesús sobre el sentirse
pequeño para que Dios pueda disponer mejor de nosotros. En realidad los actos
religiosos de los fariseos no eran tal, ya que no buscaban la honra de Dios, sino
acrecentar su propio egoísmo.
También les gustaba a los fariseos que la gente les llamase “maestros”. Aprovecha
Jesús para decirnos que el único verdadero maestro es Dios e igualmente es el único
verdadero padre. No quiere decir que no podamos llamar maestro o educador a quien
lo sea, e igualmente padre al propio en cuanto a la naturaleza; pero que por encima de
esos títulos está la paternidad de Dios. La hipocresía es una constante tentación. Jesús
quiere que seamos auténticos o sinceros.
Termina hoy Jesús hablando de la autoridad. Alguno debe conducirnos por el buen
camino, desde el padre de familia hasta las autoridades civiles o eclesiásticas. ¡Qué
difícil es saber gobernar bien! Hoy nos dice Jesús que quien quiera gobernar debe
hacerlo como quien está al servicio. Ya sabemos que muchas veces sucede en todos
los estamentos. Especialmente en la propaganda para la política se suele hablar de
ponerse al servicio de los demás; pero todos sabemos que, mientras no haya una gran
santidad, el ser humano cae en el egoísmo y suele “barrer para casa”. Para llegar a
servir de verdad, uno debe prepararse “sirviendo”, buscando el bien para los demás,
aunque en realidad no esté constituido en autoridad.