(Sábado ord 20) : Mt 23, 1-12
Varias veces durante el año la Iglesia nos presenta palabras de Jesús en que nos
habla sobre cómo le molestaba la manera de ser de los fariseos que, aun a pesar de
cumplir externamente la ley, por dentro son falsos y con su soberbia no agradan a Dios.
En Cuaresma es normal que se nos exponga esta idea principal: que para acercarnos a
Dios con sincero corazón, debemos ser humildes, reconocer que Dios es nuestro
verdadero Padre, y que el servir a los demás debe ser nuestra mayor gloria.
A Jesús le molestaba grandemente la hipocresía o el querer aparentar lo que uno
no es. Así es en realidad quien actúa con espíritu terrenal. A la mayoría nos gusta
sobresalir, aparecer, ser estimados más que otros, aunque por ciertamente no seamos
mejores que los otros. Pero el cristianismo no es eso. No somos actores sino hijos de
Dios. A veces hacemos cosas buenas, y hasta por eso bueno que hemos hecho nos
gusta que nos estimen. Qué difícil es trabajar por alguien, viendo que no nos lo estima.
Pero si hacemos algo bueno y nadie nos lo agradece, mayor mérito tendremos para
toda la eternidad. Así que lo importante es trabajar por la gloria de Dios.
Dice Jesús que los escribas y fariseos “estaban sentados en la cátedra de Moisés”.
Así llamaban el lugar desde donde se enseñaba en la sinagoga. Moisés había sido el
gran legislador; pero ahora los escribas habían acaparado esta función de legislar.
Ellos tenían dos cosas muy malas: Una era que no miraban hacer el bien al pueblo,
sino más bien a dominarlo. Y para ello ponían muchas leyes que nada más eran cargas
pesadas. La otra era que esas cargas las ponían para los otros, pero ellos nada de
nada. Es decir, que hablaban mucho, pero no lo cumplían. Por eso les dice Jesús a la
gente sencilla esta norma: es bueno cumplir lo que dicen, pero no deben hacer lo que
hacen, porque ellos no lo cumplen. Lo importante en la educación es el ejemplo.
Hay grandes enseñanzas para nosotros. Primero, porque con facilidad “sentamos
cátedra”. Es decir que en nuestros diálogos o enseñanzas estamos persuadidos de que
nuestra razón es lo máximo. Y casi ni escuchamos a los demás, porque creemos que
siempre tenemos la razón. Esto pasa en política y en religión y en muchas cosas. Lo
malo es que por nuestro orgullo identificamos nuestro pensar con la voluntad de Dios.
Y luego, quizá no hacemos lo que decimos, no predicamos con el ejemplo.
Cuando dice Jesús: “No llaméis a nadie maestro o padre”, no quiere decir que al
padre no se le llame padre o al maestro maestro, aunque se le puede llamar educador,
sino que en la lengua oriental quiere decir que nadie es verdaderamente maestro o
nadie es verdaderamente padre como lo es Dios. “Padre” se daba, como título, a los
rabinos y miembros del Gran Consejo. De hecho padre significa transmisor de la
tradición y modelo de vida. Y el único que lo es con verdad es Dios. Esta es quizá la
principal enseñanza de Jesús: que Dios es nuestro Padre: el que nos da la vida, y la da
con infinito amor para que nos comportemos como hijos.
Maestro y jefe o guía también es Dios, que nos manifiesta su voluntad. Pero Dios
mismo, en la segunda persona de la Santísima Trinidad, quiso hacerse hombre para
salvarnos, pero también para ser el maestro y señalarnos el camino por donde tenemos
que seguir. Por lo tanto nuestra salvación será escucharle y seguir su ejemplo.
Termina el evangelio señalándonos un camino seguro de salvación: la humildad. Es
lo contrario de lo que nos ha dicho que hacen los fariseos; pero ahora nos dice la parte
positiva de la humildad que es el servicio a los demás. Si Dios es nuestro Padre y por
lo tanto todos somos hermanos, no tenemos porqué estar por encima de los demás.
Debemos evitar el deseo o la pretensión de dominar a los demás, el instinto de
superioridad. No es que tengamos que buscar humillaciones, ya que suelen venir con
frecuencia. Ser humildes es aceptar las humillaciones con paz y hasta con alegría para
obtener así la alegría del abrazo eterno de Dios.