24 de Agosto. San Bartolomé: Jn 1, 45-51
Hoy la Iglesia celebra la fiesta de uno de los doce apóstoles. Esto debe servir de
motivo para fundamentar más nuestra fe. No es que veamos en ellos jefes con dominio,
sino, como dice el Apocalipsis, doce puertas que nos introducen en el edificio, que es la
Iglesia o es el mismo Cristo. La palabra “Bartolomé” quiere decir: “hijo de Tolomeo”, ya
que en hebreo las letras “bar”, al principio, significa “hijo de”. Es quizá lo que nosotros
decimos como el apellido. Y así le llaman los otros tres evangelistas; pero el
evangelista Juan, que no trae la lista de los doce, aquí habla de la llamada a Natanael,
que va donde Jesús atraído por su amigo Felipe. Y como resulta que en los otros
evangelistas siempre están juntos Felipe y Bartolomé, deducen los entendidos que es
la misma persona, que aquí Juan le nombra por su nombre propio: Natanael.
Tanto es así que la liturgia de este día nos trae el pasaje de la llamada de Jesús a
Natanael para el ministerio apostólico. Jesús se había encontrado con Felipe y habían
estado conversando. Felipe había quedado tan entusiasmado que dice, al encontrarse
con su amigo Natanael: “Hemos encontrado a aquel de quien habla la Ley y los
profetas”. Se ve que alguna vez antes habían estado hablando sobre si pronto o tarde
vendría el Mesías. Parece ser que Natanael era un estudioso de la Sda. Escritura; pero
a su modo, que era el tradicional. El no pensaba en un Dios misericordioso, sino en el
Dios grande y justiciero, donde los pequeños no tenían cabida, ni tampoco los pueblos
muy pequeños, como era Nazaret. Jesús le ayudará a ver la misericordia de Dios.
Pero tenía una cualidad, que a Jesús le encantó: su sinceridad. Le costó a Natanael
un poco ir donde Jesús, pues le había dicho su amigo que era de Nazaret. De ahí le
vienen las dudas: ¿Cómo puede ser Mesías, que significa algo muy grande, si es de
Nazaret, pueblo tan pequeño? ¿Cómo se puede conjugar lo grande y lo pequeño?
Menos mal que Felipe estaba muy entusiasmado y que también era sincero. Por eso le
dijo: “Ven y verás”. Y Natanael fue. Cuando llegaba, Jesús hizo de él un elogio: “He
aquí un israelita, en quien no hay falsedad”. Esto es algo muy importante para todos. Si
uno cree en algo equivocado, es malo, pero que actúe con su rectitud. Dios algún día le
hará ver la verdad. Como a san Pablo equivocado, a quien Jesús le hizo ver el camino
recto, porque era sincero. Lo peor es la falsedad: actuar por delante de una manera y
de otra por detrás. Ya lo expone el Apocalipsis lo que a Dios desagrada la actitud del
tibio. Es peor que el frío. Por eso hoy aprendamos de Natanael la sinceridad.
Y comienza la conversación entre Jesús y aquel hombre sincero, que descubre la
verdad en Jesús, porque le dice la verdad de su vida, con el detalle del lugar donde
estaba cuando le encontró Felipe. Ante esta verdad, y seguramente ante otras durante
la conversación, termina Natanael por reconocer que Jesús es el Mesías. Todavía tiene
un concepto de grandezas humanas en su expresión. Pero Jesús le dice que tendrá
que aprender mucho. Llegará a comprender un día que ser Mesías es estar al servicio
de los demás hasta dar la vida por todos. Esto lo aprendió bien san Bartolomé, yendo a
predicar por sitios lejanos. No conocemos su historia, después de Pentecostés. Sólo
hay tradiciones de su predicación por diversas regiones alejadas y sobre todo su
horrendo martirio, derramando su sangre por la causa de Jesucristo.
Aprendamos hoy de este santo su sinceridad. Para ser santo hay que comenzar con
tener virtudes humanas. Esta de la sinceridad es muy importante. Lo es para adquirir
otras virtudes. Pero lo es muy importante cuando se habla de educación. Un niño no
podrá educarse bien, si no encuentra en su familia y en los lugares de educación un
ambiente de sinceridad. Pretender educar por medio de la mentira, aunque creamos
que está bastante oculta, es una quimera. Jesús demostró en toda su vida ser sincero.
Esto lo tuvo que inculcar a sus apóstoles, pues así lo constataron los evangelistas al
tratar a los fariseos, de quienes más le molestaba su hipocresía.