XXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo c
El Dios de los últimos, contra los que practican la injusticia
Hay dos líneas maestras del mensaje profético de Jesús que se van
desarrollando en el camino a Jerusalén del evangelio de Lucas, cuando Jesús
va instruyendo a su discipulado acerca del Reino de Dios. Y las dos
aparecen en el evangelio de este domingo. Una es la primacía de los últimos
en la misericordia de Dios y la otra es la confrontación con los que
practican la injusticia , que generalmente está asociada a la codicia y a la
idolatrización correspondiente del dinero, el cual más adelante será llamado
“dinero de injusticia” (“mamon tes adikias”) porque toda acumulación de dinero
es injusta mientras tengamos que reconocer en nuestro entorno la presencia
interpelante de los pobres y de los últimos.
Los dichos y parábolas de los Evangelios nos revelan que el Padre de Jesús es el
Dios de los últimos. Al decir Jesús que “los últimos serán los
primeros” podría parecer que en la justicia de Dios hay una cierta preferencia,
una debilidad, no exenta de cierta arbitrariedad. Sin embargo, lo que hay en la
justicia de Dios es una profunda visión de su amor misericordioso que cuando se
dirige a los que no cuentan, a "los últimos" según los parámetros de la vida
humana, los considera sobre todo como víctimas y como objetivo prioritario
de su amor misericordioso.
El proverbio “Los últimos serán los primeros y los primeros serán los
últimos”, con sus distintas variantes por el orden de los términos, aparece
atestiguado en los tres evangelios sinópticos (Mt 19,30; 20,16; Mc 10,3; Lc
13,30). En Mateo y Marcos constituye el colofón magistral a dos escenas de
contraste sobre el tema del seguimiento radical a Jesús: una, la del rico que,
aunque deseoso de vida eterna, no quiso seguir a Jesús, por no desprenderse de
sus bienes y no repartir a los pobres su dinero (Mt 19,16-26), y la otra, la de los
discípulos que reciben de Jesús la promesa de esa vida y del céntuplo de bienes
como recompensa por su renuncia a una familia y a sus legítimas pertenencias
(Mt 19,27-29).
En Lc 13,30 es la última palabra de Jesús de juicio y de confrontación
frente a los que se creen con derecho a la salvación por su comportamiento
aparentemente bueno y religioso pero han vivido inmersos en la injusticia. En
el evangelio de Lucas de este domingo (Lc 13,22-30) este proverbio corona la
respuesta de Jesús a la pregunta por el número de los que alcanzarán la
salvación. Jesús no divaga haciendo conjeturas sobre el número de los salvados
sino que remite a sus oyentes y a cada uno de nosotros a la radicalidad en la
respuesta personal de la lucha diaria y del esfuerzo para poder entrar por la
puerta del Reino de Dios y de su justicia.
Es verdad que e l Reino de Dios es un don , pero hace falta aceptarlo
y acogerlo para entrar en él y eso implica practicar la justicia . La puerta es
estrecha porque no todo vale para el Reino, pero no porque no puedan entrar
muchos. De hecho dice Jesús que serán muchos los que vendrán desde los
cuatro puntos cardinales al banquete del Reino. El Reino es la mesa del
banquete, puesta y servida para todos, pero la exigencia ineludible para
participar en él es la práctica de la justicia, como condición sine qua non para
entrar en el Reino.
Para entrar en la casa del Reino no sirve otra carta de presentación que no sea
la de una vida justa, honrada y coherente con las exigencias personales
desde la justicia de Dios. Por eso la enseñanza profética de hoy en Lucas
es: “Aléjense de mí todos lo que practican injusticia”. Jesús reprueba la
práctica de la injusticia y la utilización descarada y manipuladora de lo
religioso para encubrir una vida de corrupción, de mentira y de falsas
apariencias engañosas. Así esta exhortación se suma a la que ya hemos
escuchado los domingos anteriores, es decir, a desterrar de nosotros toda
codicia y todo deseo de acumulación de bienes como si la vida dependiera de
ellos. Son condiciones básicas para acoger el Reino y poder entrar en él.
Sentarse a la mesa en el Reino de Dios no es un derecho exclusivo del pueblo
elegido, ni un favoritismo a favor de nadie sino una propuesta universal de
salvación, no restringida a ningún pueblo, cultura o nación.
Al concluir con la sentencia dedicada a la prioridad de los últimos, la radicalidad
profética de las palabras del Maestro sobre el Reino de Dios se orienta, por una
parte, a los pobres, a los "últimos" de esta sociedad y, por otra, al
establecimiento de una nueva relación entre los seres humanos caracterizada
por la fraternidad en la comensalidad universal del Reino , de lo cual la
Eucaristía es signo. Esta fraternidad empieza especialmente a partir de los
últimos de este mundo y de los que con ellos y por ellos estén
dispuestos a hacerse pobres . En efecto, los discípulos, al renunciar a su
hacienda y a vivir los vínculos familiares más legítimos, dejando padres,
hermanos, mujer e hijos, por la causa del Reino y por el Evangelio, se convierten
también en "últimos" de esta tierra. Pobres y discípulos, unos y otros, los
considerados "últimos" en la sociedad son los primeros en la fraternidad del
Reino y de la comunión de mesa Eucarística.
La carta a los Hebreos (Heb 12,5-7.11-13) nos enseña hoy que
sepamos aceptar las correcciones del Padre para comprender, aunque a
veces duela, dónde está el bien. Ojalá que la enseñanza magistral de Jesús de
que “los últimos serán los primeros” y la exhortación a desterrar toda injusticia
sea el mejor correctivo para los muchos que en el mundo se consideran a sí
mismos los primeros.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote, misionero y profesor de Sagrada Escritura