22 de Agosto. Santa María Reina: Lc 1, 26-38
Hoy celebra la Iglesia la fiesta de “Santa María Virgen Reina”. Es una fiesta
relativamente moderna. Sin embargo el nombrar Reina a María, la Madre de Dios, es
desde muy antiguo. Precisamente en el pueblo cristiano se la comenzó a llamar Reina,
cuando los obispos reunidos en el concilio de Efeso, en el siglo V, declararon que a la
Virgen María la podemos llamar “la Madre de Dios”. Pero ya bastante antes se la
llamaba “Se￱ora” y “Soberana”. Después muchos papas han hablado de María como
Reina, ya que es protectora y medianera de las gracias. En el año 1476 el papa Sixto
IV hablaba de “María, la Reina de los cielos, encumbrada sobre los tronos celestiales y
que brilla entre los astros como estrella de la ma￱ana”. Y así otros papas y muchos
santos, comentando lo del Apocalipsis, sobre la mujer “coronada con doce estrellas”.
Muchas han sido las obras de arte que celebran esta dignidad tan grande de la
Virgen María. Hay oraciones hermosas y antiguas que lo declaran, como cuando
rezamos: “Dios te salve, Reina y madre de misericordia”. En tiempo de Pascua, cuando
alegres cantamos a nuestro Rey vencedor de la muerte, también a ella, que está
íntimamente unida con su Hijo, la decimos: “Alégrate, Reina del cielo”.
El 1 de Noviembre de 1954, al terminar el año mariano, el papa Pío XII coronó
solemnemente una imagen de María. En ese momento todo el pueblo entusiasmado
comenz￳ a gritar: “Viva la Reina”, y comenz￳ a celebrarse una fiesta en su honor. Este
papa, Pío XII, indicaba el fundamento de la realeza de María en el hecho de cooperar
en la obra de la redención, además del hecho de ser la Madre de Dios. Eran como los
preámbulos del Concilio Vaticano II. Este concilio en el capítulo dedicado a María dice:
“La Virgen Inmaculada, asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial, fue ensalzada por
el Señor como Reina Universal, con el fin de que se asemejase de forma más plena a
su Hijo, Se￱or de se￱ores y vencedor del pecado y de la muerte”.
El hecho de que llamemos Reina a la Virgen María es como el complemento de
todas las gracias y de todas las fiestas; pero de una manera especial es complemento
y continuaci￳n l￳gica de haber sido María “subida en cuerpo y alma al cielo”. Por eso la
Iglesia celebra esta fiesta en la octava de la Asunción. El pueblo cristiano reconoce en
María su excelsa dignidad por encima de todas las criaturas y expone su importancia
en nuestras vidas. Porque, estando en el cielo, no sólo está unida a su Hijo Jesús, sino
que vela por nosotros en nuestro caminar como Reina y como Madre.
El hecho de que la llamemos Reina de todo lo creado, no quita para que sea la
madre más cariñosa y solícita por sus hijos espirituales. Por ser Reina es medianera y
distribuidora de todas las gracias de Dios. Por eso, al pedir por nuestras necesidades,
tiene que gustarle que le digamos con fervor: “Reina y Madre”.
Hoy en el evangelio meditamos sobre el suceso de la Anunciación. El ángel la
saluda y le promete de parte de Dios que va a ser madre; y que el Hijo que va a tener
va a ser rey, de modo que “su reino no tendrá fin”. Dios actúa de modo imprevisible,
muy diferente de lo que piensa el mundo. Nadie podría pensar que el ángel anunciaría
la llegada de un rey tan poderoso a una muchacha de Nazaret, un pueblo casi
desconocido. Ni María podía pensarlo, ya que había hecho voto de virginidad. Sin
embargo Dios estaba con ella y sería exaltada a lo más alto que una persona humana
pudiera pensar: ser la Madre de Dios. Y por ello ser Reina del universo.
Hoy pedimos que por intercesión de María Reina, podamos alcanzar la gloria en el
reino de los cielos. Pedimos que María sea Reina de nuestras familias, de nuestro
corazón, potencias y sentidos. San Pablo decía que si nos mantenemos firmes en la fe
de Jesús, llegaremos a reinar con El. ¡Cuánto más María que estuvo y está unida con
toda plenitud con su Hijo Jesús! Ella velará para que sigamos manteniéndonos en la fe
y crezcamos en unión con Cristo y nuestra Madre Reina.